Sheinbaum y los feminismos

El 8 de marzo de 2025 es el primer Día Internacional de las Mujeres en el que México tendrá a su cabeza no sólo a una mujer —Claudia Sheinbaum—, sino a una presidenta que se ha autonombrado feminista. En comparación con sus otras identidades que ella misma ha exaltado —sobre todo la de ser de izquierda—, Sheinbaum ha hecho explícito su feminismo en menos ocasiones. Pero su planteamiento ha sido claro: no sólo se llama a sí misma feminista, también señala que “la transformación” que ahora lidera también lo es. ¿Eso qué nos dice? Y, más aún, ¿por qué importa reconocer, entender y contextualizar el feminismo de Sheinbaum?

Me parece crucial reconocer que escribo estas líneas días después de que Donald J. Trump llegó, una vez más, a la Presidencia de Estados Unidos. El mismo día de su designación firmó una serie de órdenes ejecutivas sobre una variedad de asuntos. Entre ellos, el referente a las desigualdades, en particular las raciales y de género. Son varios los documentos que se relacionan con esa problemática, pero destaco dos: el primero, arremete en contra de todos los esfuerzos por garantizar la “diversidad, equidad e inclusión” en los gobiernos y otros espacios, como las empresas. El otro, va en contra de cualquier mecanismo de designación basado en factores distintos al mérito de las personas, como es el caso, para él, de las acciones afirmativas. Bajo su lógica, vivimos en un mundo en el que las personas tienen las mismas oportunidades, en el que existe igualdad, por lo que no es necesario ningún esfuerzo adicional ni mecanismo de corrección. Lo que corresponde es dejar que ganen quienes sean mejores.

Desde esta perspectiva, el contraste con Sheinbaum es evidente. Al tercer día de ocupar la Presidencia, ella envió al Congreso de la Unión un paquete de reformas cuyo objetivo central es garantizar la “igualdad sustantiva” para las mujeres. El apellido a la igualdad es importante: es frecuente que el concepto “igualdad sustantiva” se utilice en contraposición al de la “igualdad formal”. ¿Cuál es la diferencia? El reconocimiento de que, a veces, la igualdad en el papel, en la ley, formal (la igualdad que Trump cree que es suficiente), no basta para el disfrute de los derechos de todas las personas. No basta porque existe una serie de obstáculos, muchas veces no legales —sino económicos, políticos, institucionales, sociales, familiares, etcétera—, que impiden a unas personas más que a otras ejercer sus derechos. Frente a esa realidad, la apuesta es que los gobiernos tomen cartas en el asunto para eliminar tales barreras. Eso es parte de lo que incluye el paquete de Sheinbaum: una variedad de medidas que las autoridades deben aplicar, que van desde la obligación de medir y cerrar la brecha salarial de género hasta la expansión de la paridad a más niveles de gobierno.

Ilustraciones: Estelí Meza

Creo que las comparaciones son útiles para esclarecer conceptos. Desde aquí, el feminismo de Sheinbaum significa, como mínimo, un reconocimiento de las diversas desigualdades que existen hoy en día en México y el compromiso con desmantelar los sistemas que las reproducen. Suena básico, pero considerando el poder de alguien como Trump y el ascenso de figuras como Javier Miléi en Argentina, no es algo que debamos dar por sentado.

Al igual que su predecesor, el presidente Andrés Manuel López Obrador, Sheinbaum se preocupa por las desigualdades, pero ¿en qué se distingue de aquel hombre que se define, como ella, de izquierda? Un político del sistema que denunció una y otra vez la “monstruosa desigualdad económica y social que hay en nuestro país, en donde una minoría lo tiene todo y la mayoría carece hasta de lo más indispensable”.

Enfocándome en sus dichos, veo una primera diferencia: contrario a Sheinbaum, López Obrador rechazó la etiqueta de “feminista”, nombrándose, en su lugar, “humanista”. El rechazo a denominarse así, a mi parecer, no tenía que ver con que López Obrador no creyera en la igualdad o el valor de las mujeres en relación con los hombres. Tampoco con que creyera que es una etiqueta que le pertenece sólo a las mujeres. A juzgar por un discurso que dio en 2019 en su primer 8 de marzo como presidente, veía al feminismo como uno de los muchos movimientos (como el obrero, el campesino, etcétera) que permitían ver “el árbol, pero no el bosque”. Para López Obrador lo que estaba detrás de “la violación de los derechos humanos”, “la discriminación” y “la exclusión” era el “régimen autoritario y corrupto”. Ése tenía que ser el foco de la transformación; a partir de ahí vendría todo lo demás, incluido “el derecho de las mujeres”. Veía al feminismo como algo secundario a su lucha.

Mi lectura es que Sheinbaum, por el contrario, está tratando de mostrar cómo la lucha obradorista en contra de la corrupción —como vehículo para desmantelar la desigualdad— está imbricada con la feminista. De hecho, cuando habla de feminismo, tiende a referirse a lo que ella llama “feminismo social”. Ese apellido, a mi parecer, busca poner el foco en cuestiones que típicamente le interesan al obradorismo, pero desde una mirada distinta. Un ejemplo es la resignificación que trata de hacer, al menos en sus discursos, de uno de los lemas centrales del obradorismo: está cambiando “primero los pobres” por “primero las pobres”.

Según el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval), en 2022, 36.9 % de las mujeres de México se encontraba en situación de pobreza (24.8 millones) y 7.2 % en pobreza extrema (4.8 millones). Ese mismo año, en cambio, un 35.6 % de los hombres estaba en situación de pobreza (22 millones) y un 6.9 % se ubicaba en pobreza extrema (4.3 millones). Hay 2.8 millones de mujeres más que hombres en pobreza y medio millón más en pobreza extrema. Si atendemos esos datos, el lema siempre debió de haber sido “primero las pobres”. Porque abordar la pobreza no podría hacerse —al menos no de manera adecuada— sin reconocer las dimensiones de género del fenómeno.

Desde sus inicios, muchos de los programas sociales de López Obrador tuvieron a las mujeres como una mayoría de sus beneficiarias. Dadas las cifras que compartí, no sorprende: son una mayoría de quienes requieren apoyos gubernamentales. Si atendemos los porqués de esa pobreza, sin embargo, podremos ver que esos programas eran y siguen siendo insuficientes para remediarla. Su diseño no les permite atender los distintos factores que generan esa pobreza desigual, como la división dispar de los cuidados. Por eso es tan alentador, como señala Alexandra Haas en el artículo que escribe para este dossier, que Sheinbaum esté haciendo suya la idea del “sistema nacional de cuidados” —algo que nunca vimos con López Obrador—. Eso representa una oportunidad invaluable para abordar mejor las desigualdades y así emprender medidas más efectivas para desmantelarlas.

Ahora, ¿en qué consiste ese sistema nacional de cuidados? Aún no queda claro, como dice Haas. Tampoco queda claro cómo se va a financiar. Entre la determinación de los detalles y la sostenibilidad de este sistema, mucho puede salir mal. Pero al menos no se le tiene que convencer más a la cabeza gubernamental sobre por qué ese sistema es necesario.

El feminismo de Sheinbaum no es irrelevante: sí nos dice algo sobre el posible rumbo que puede tomar el país de formas que la distinguen de su antecesor o sus contemporáneos en otros países (Trump, Miléi). Pero si Sheinbaum es feminista, ¿cómo entendemos, entre otras cuestiones, sus desencuentros con este movimiento?

La pregunta con la que tenemos que contender es: ¿qué hacemos con feministas que cometen injusticias o abusos, ya sea por la manera en la que actúan en sus relaciones o por las políticas e instituciones que promueven? ¿Cómo las criticamos? Si se considera el propio ascenso de las feministas a espacios de poder, incluidas las estructuras gubernamentales, ese tipo de preguntas son cada vez más importantes.

Una primera reacción —que por lo general he visto que las personas (me incluyo) no podemos resistir— es la de negarles la clasificación: “No puedes ser feminista si…”. Entiendo por qué lo hacemos, pero me parece importante explicar por qué debemos, de cualquier forma, prestar atención a la etiqueta.

Vuelvo a Sheinbaum y retomo la comparación con López Obrador. Resumo el conflicto: ambos —ella, como jefa de Gobierno de Ciudad de México y él como presidente— fueron críticos de la manera en la que algunas feministas se estaban manifestando en el país. Cuestionaron distintas protestas porque consideraban que las marchas eran cooptadas por elementos “conservadores” y que, más allá de esa cooptación, se estaba desplegando una violencia que les parecía injustificable. Bajo el argumento de que debían prevenir y contener esa violencia, el gobierno de Sheinbaum desplegó, también en varias ocasiones, cientos o incluso miles de elementos policiales en las protestas.

De todos los episodios de confrontaciones hay uno en particular que me parece ilustrativo. El 28 de septiembre de 2020 se planeó en Ciudad de México una protesta para conmemorar el Día de Acción Global por el Aborto Legal, Seguro y Accesible. A la protesta acudieron cientos de policías. La mayoría eran mujeres —algo que se comenzó a ver con el gobierno de Sheinbaum y que, en ese caso, se volvió la norma para las marchas relacionadas con reivindicaciones feministas—.

Según indicaron las organizaciones que conforman el Frente por la Libertad de Expresión y la Protesta Social (FLEPS), la Red Rompe el Miedo (RRM) y Comunicación e Información de la Mujer (CIMAC), en un comunicado que difundieron al día siguiente de la marcha, “la policía de la Ciudad de México incumplió con los instrumentos legales que rigen su actuación en contexto de protestas y manifestaciones”. Por ejemplo, rociaron con “gas lacrimógeno o pimienta a manifestantes”, a quienes también encapsularon de manera arbitraria y prolongada. Sheinbaum no sólo negó el uso del gas lacrimógeno, sino que insistió, en dos conferencias de prensa distintas, en cómo la marcha terminó con muchas policías habiendo sido víctimas de violencia física y verbal.

En una de esas conferencias de prensa reprodujo un video de la protesta en el que se escucha a manifestantes gritándoles a las policías, varias de las cuales están manchadas con pinturas de distintos colores. Entre los gritos se puede percibir un “pinche gata, tu salario no te alcanza ni para limpiar tu uniforme”. Después de presentar el video, Sheinbaum repite esa frase y pregunta: “¿Eso es feminismo? ¿Eso es lo que reivindicamos? Como feminista reivindico la lucha de las mujeres y estoy en contra y haré todo lo que está en mis manos, como jefa de Gobierno, para erradicar la violencia contra las mujeres. Pero también reivindico el trabajo de las mujeres policías. Que son mujeres que muchas de ellas han sufrido abuso y que están dedicadas hoy a proteger a todos los demás, incluidas las mujeres”.

El contenido de su crítica es muy lejano al de quienes se lamentan por los muros y monumentos. En lugar de poner el foco en los objetos, lo pone en las personas —y no en cualquier persona: en una mujer, que trabaja en una institución machista y que recibe por parte de la sociedad más sexismo, clasismo y racismo —porque es importante dejarlo en claro: “gata” es un insulto sexista, clasista y racista a la vez—. ¿Esa mujer no debería ser considerada en la lucha feminista? ¿Acaso el feminismo no sólo la está invisibilizando, sino que también está protegiendo a quienes la violentan?

Para responder a Sheinbaum, tenemos que ser capaces de ver distintas cuestiones complejas. En efecto, las mujeres en las policías viven una diversidad de violencias y discriminación. Sí, las policías pueden ser objeto de comportamientos violentos y discriminatorios por parte de la sociedad, incluidas las mujeres (no olvidemos a las “Ladies de Polanco” de 2011: dos mujeres de clase alta, famosas, que insultaron —diciéndole “asalariado”— y golpearon a un policía después de que las trató de detener por manejar bajo la influencia del alcohol). Pero también es cierto que las policías son parte del brazo punitivo del Estado y tienen el poder de usar la fuerza en contra de la población. Poder que en sí es intimidante y del cual históricamente han abusado.

Por dar un solo dato: según la Encuesta Nacional de Población Privada de la Libertad (Enpol) realizada en 2021 por el Instituto Nacional de Estadística y Geografía, de las personas encarceladas ese año en Ciudad de México, el 62.1 % vivieron actos de violencia psicológica y el 40 % de violencia física entre que fueron detenidas y llegaron a la fiscalía. Actos que fueron cometidos o permitidos por las autoridades que realizaban la detención, en su mayoría policías. Hay amplias razones para la sospecha de las instituciones policiales.

Más aún, existen casos emblemáticos que muestran que las mujeres —como los hombres— también pueden cometer abusos mientras están en funciones. Por mencionar dos: el de Atenco —una de las víctimas recuerda que una de las policías le dijo que “al rato todos te van a violar”— o el de las soldadas de la prisión estadunidense en Abu Ghraib —que desnudaban a los prisioneros mientras les tomaban fotografías—. Las mujeres, como los hombres, responden al entorno institucional y si trabajan en una institución en la que el uso y abuso de la fuerza son constantes, eso afecta sus propios comportamientos.

Es posible responder a la pregunta que le hace Sheinbaum al movimiento pero, como espero haber mostrado, no del modo en que se responde a las quejas por los muros y monumentos. Importa tenerlo claro porque, frente a los desacuerdos con Sheinbaum, la disputa argumentativa feminista no será la misma que con López Obrador. Y con Sheinbaum puede haber muchas disputas.

Más allá de su respuesta a las protestas feministas, Sheinbaum ha impulsado una serie de medidas y políticas que a mi parecer son problemáticas por muchas razones, incluidas las que denominaría feministas. En este número de nexos se incluyen ensayos dedicados a algunas de ellas, como la prisión preventiva oficiosa y la militarización, particularmente en asuntos migratorios. En esos artículos puede encontrarse mayor evidencia —estadística y casuística— sobre cómo, dentro de los múltiples efectos perniciosos que tienen esas medidas, está la exacerbación de desigualdades, incluidas las relacionadas con el sexismo, el racismo y el clasismo. Lo que me parece importante señalar ahora, sin embargo, es que el apoyo de Sheinbaum a esas medidas también ha sido con base en argumentos feministas y, en ciertos casos, con el apoyo de colectivos feministas.

Pongo el ejemplo de la prisión preventiva oficiosa. Ésta es una figura que múltiples órganos internacionales de derechos humanos han condenado, entre los cuales está la Corte Interamericana de Derechos Humanos. El problema, por supuesto, es que en México está contemplada directamente en la Constitución y en años recientes, más que abolirla —que es lo que procedería para cumplir con los tratados internacionales—, lo que se ha buscado es su expansión para cada vez más delitos.

En 2019 se introdujo una reforma para ampliar los delitos en los que procede la prisión preventiva oficiosa. Una de las disputas giró en torno al feminicidio. Su inclusión fue defendida por organizaciones y colectivos feministas bajo distintos argumentos. Entre ellos, que era una forma de reconocer la “gravedad” del feminicidio; que era necesaria para la seguridad de las mujeres y; en última instancia, que era discriminatorio que el homicidio doloso tuviera prisión preventiva oficiosa pero el feminicidio no. Esos argumentos fueron y siguen siendo repetidos por políticas feministas, incluida la presidenta, desde que era jefa de Gobierno.

Sheinbaum le da voz a una idea extendida dentro del movimiento feminista. Negar que es feminista porque impulsa medidas como la prisión preventiva oficiosa es negar que se trata de una idea abrazada por muchas otras feministas. No es una anomalía. Digo esto no para justificar la prisión preventiva oficiosa —a mi parecer, nada la justifica—, sino para señalar en lo que nos tendríamos que enfocar: ¿qué está pasando en el interior del movimiento que se ve como necesaria una medida que permite que las personas sean privadas de la libertad con base en un prejuicio? ¿Qué necesidades hay detrás del abrazo a figuras como esta que habría que atender? ¿De qué forma se está entendiendo la justicia y el propio género para que algo así haga sentido? ¿Qué conversaciones tendríamos que promover para que esto cambie? ¿Qué alianzas habría que forjar? ¿Qué espacios hay que reconfigurar? ¿Qué hay que hacer?

La historia del feminismo contempla tanto sus éxitos e innovaciones como sus fracasos, sus sesgos, exclusiones, pugnas, contradicciones y violencias. Sheinbaum va a reflejar tanto la unidad como las grietas.

Pienso, por ejemplo, en el anuncio reciente del gobierno de Sheinbaum de que 2025 será el año de la “mujer indígena”. Como parte de esa celebración, se presentó un distintivo visual que representa a cuatro mujeres que el gobierno entiende como indígenas. Las críticas fueron múltiples, pero me concentro en la esgrimida por Yásnaya Elena A. Gil, escritora, lingüista, traductora, investigadora y activista ayuukjä’äy. En una columna publicada en El País, señaló que “ninguna de las mujeres que presentaron como parte del emblema del año de la mujer indígena es una mujer indígena. Las mujeres representadas existieron en un contexto histórico en el que la categoría indígena no existía y no tenía sentido”. Queremos celebrar a las mujeres, pero lo hacemos sin entenderlas. Peor aún: utilizando categorías que provienen de un proyecto político que tuvo por objeto desaparecer a sus pueblos.

El feminismo está plagado de racismo y colonialismo de este tipo. Es tan común que tiene su propio nombre: feminismo blanco.

Otro ejemplo: Sheinbaum nombró a Renata Turrent como directora del Canal Once. Para entonces, Turrent ya había sido criticada por permitir comportamientos y discursos transfóbicos en el programa de televisión que previamente conducía y por difundir ideas transfóbicas en Twitter, hoy X, en apoyo de una de las figuras que más ha impulsado en años recientes el feminismo transexcluyente en México. Turrent no abordó la crítica de forma directa en sus redes sociales. Se limitó a prometer —en respuesta a un mensaje expresando apoyo a su figura por parte de dos activistas que trabajan en favor de los derechos de personas LGBT+— que “la televisión pública seguirá siendo incluyente, diversa y respetuosa de los derechos humanos de todas las personas”. Sheinbaum la defendió como una “mujer de primera”, reafirmando que la política de su gobierno frente a personas LGBT+ será siempre de “respeto, libertad e inclusión”.

En 2022 en una entrevista con el conductor y activista Genaro Lozano, Sheinbaum había expresado que el feminismo transexcluyente “no está bien”. Si tomamos su palabra, parece que no hay razón para preocuparse. Pero quiero volver al término que usé: feminismo transexcluyente. ¿Cómo puede ser feminismo si excluye a las personas trans? Puede ser. Es. Ha sido. Es viejo. Lleva décadas. Tiene momentos de auge y luego se desarticula y luego vuelve a aparecer. Está en México y en el mundo. Por desgracia, no es una anomalía.

¿Por qué llamarle feminismo? ¿Acaso estoy diciendo que todo vale y cabe bajo ese concepto? No. Pero obviar el feminismo de este discurso es obviar las formas particulares en las que las preocupaciones típicas del movimiento —que las mujeres puedan acceder a la política o a los deportes; que tengan seguridad en todos los espacios; que se reconozcan las necesidades diferentes que, por sus cuerpos, pueden tener— se prestan tan fácilmente para justificar exclusiones. Más aún: si es un discurso que década tras década persiste en el imaginario feminista, quizá haya algo del feminismo que tengamos que revisar.

Desde la elección de Sheinbaum se ha dicho una y otra vez que tener a una mujer en el poder no es garantía del desmantelamiento de sistemas de opresión. Lo que podremos ver, sin embargo, es cómo incluso teniendo a una presidenta feminista se corre el riesgo de que se exacerben desigualdades justo por su feminismo.

Mi punto, de nuevo, no es justificar esas ideas. Es hacer un llamado a hacernos cargo de nuestro movimiento y sus marcos éticos, analíticos y políticos para estar mejor posicionadas para disputar. Porque habrá disputas: la enorme diferencia es que ahora ocurrirán en la plataforma presidencial, con todas las consecuencias que eso conlleve.

 

Estefanía Vela Barba
Estudió Derecho y trabaja en la organización Intersecta, que se dedica a la investigación y promoción de normas, instituciones y políticas públicas para la igualdad.

1 comentario

  1. Gilberto Hernández
    marzo 6, 2025

    Muy interesante la escritura de Estefanía Vela Barba: gran habilidad para describir sin transgredir su compromiso y convicciones con el feminismo o, mejor dijo, con el feminismo como ella lo concibe y que explícitamente pone sobre la mesa, ofreciendo apertura al diálogo y al compromiso para mejorar esa construcción colectiva denominada sociedad mexicana.

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