Un gran libro lúdico

Despues del regalo magnífico en el 2014 “Si quieres que te lo diga otra vez, ábreme tu corazón”. 1001 adivinanzas y 50 acertijos de pilón, sobre adivinanzas y acertijos mexicanos, María Teresa Miaja publicó en el 2024 un colosal trabajo que recopila más de 10 000 adivinanzas de la tradición hispanoamericana, seleccionadas por su representatividad y excepcionalidad: Adivinancero de Hispanoamérica (Madrid, CSIC). Miaja se rodeó de un excelente grupo de colaboradores que la ayudaron a organizar el ingente material de dieciocho países distribuidos en tres zonas geográficas.

Miaja reconoce a los antecesores que le abrieron el camino en algunos países del Río de la Plata, Colombia, Nicaragua, Ecuador, Venezuela, Bolivia, que suponen el encuentro de dos culturas, la americana y la española, pero también las de lenguas indígenas: las inasmari quechuas, las hamusiñas aimaras, las maravichu de la Plata y las étnico-africanas en poblaciones caribeñas. Los estudios revisados por Miaja van desde la recolección y clasificación temática hasta la semiótica, y todos ellos dan cuenta, como dice la autora, de “la enorme riqueza que emana de estos territorios en los que, por un lado, se hermanaron las tradiciones prehispánicas y españolas y, por otro, se engendraron y crecieron las americanas”.

Ilustración: Jaque Jours

Juego de desafío y placer por encontrar lo escondido, la adivinanza ha estado presente en la historia de la humanidad desde la Biblia, Egipto, India, Grecia. Género breve de la lírica tradicional, perteneció en sus orígenes a lo divino, a lo oculto, como indica el verbo divinare: adivinar, predecir, profetizar; después se convierte en “un acto intelectual” que se aproxima a lo terreno y que cumple con la esencia misma de la literatura: enseña deleitando o como afirma Miaja: es una “forma lírica de comunicación del arte de saber y entretener”, que se establece entre un emisor que plantea la adivinanza y un receptor, individual o colectivo, que acepta el reto y busca la respuesta. En su estudio introductorio Teresa Miaja va analizando las fórmulas de inicio que presentan el desafío o reto para que se encuentre la solución, pero lo mismo pueden orientar incluyendo la respuesta en el texto, ya sea como acróstico o como calambur, que desorientar al receptor con equívocos y antítesis. Las fórmulas de cierre varían entre las de recompensa o castigo y las que contienen burlas y provocaciones para el adivinador, porque realmente es un juego con varias funciones: lúdica, de pasatiempo y entretenimiento; didáctica: enseña a captar el código y a descifrarlo fomentando “la capacidad de razonar en forma lógica” (28) y, por supuesto, la función poética, la rima, la versificación y la música, como en esta adivinanza mexicana extraída de su anterior libro:

El viento modela
pájaros de espuma,
que se vuelven lluvia
cuando se despluman (las nubes)

Poesía breve, rítmica y melódica se vale de todos los recursos estilísticos y retóricos como la forma paralelística, la aliteración de fonemas o de palabras, la onomatopeya, la paronomasia; de recursos léxicos o juegos de palabras, y de figuras retóricas como la metáfora, la prosopopeya, la antítesis, la paradoja, la sinonimia, la metonimia, la sinécdoque, la alegoría, la dilogía, la analogía, la gradación, entre muchas otras. Además puede combinar algunas de ellas, como el caso de este ejemplo de Argentina donde encontramos mezclados paralelismo+comparación+antítesis+analogía:

Blanca como la nieve,
negra como la pez,
habla y no tiene boca,
camina y no tiene pies (la carta)

La adivinanza colinda con otros géneros breves y llega a confundirse con ellos. Sobre todo con el refrán, en ocasiones trasfondo de la adivinanza, pero también con la copla, el trabalenguas, los juegos de palabras, las canciones de corro, las nanas, el cuento folklórico. Géneros todos ellos del ámbito de la oralidad, muy adaptables; géneros que permean, se intercambian y contagian. Abundan las onomatopeyas y algunas se pueden gesticular y actuar, incluso con didascalias, como una argentina en la que se dice en la acotación “chasquido de la lengua” y es un elemento orientador para saber que la solución es la lengua.

Dada su esencia poética, la adivinanza es de fácil memorización por su ritmo, por su métrica y por su gran flexibilidad. Una adivinanza con una mínima variante puede funcionar para varias respuestas y entonces se convierte en “formularia”. La rima, en ocasiones, forma parte de la respuesta y tiene que completar el último verso, como en esta adivinanza de Ecuador:

De las flores saco miel
para endulzar tu boquita:
soy un buen animalito
y me llamo…           (la abejita)

El reto que se impuso Teresa Miaja a lo largo de varias décadas, en las que recopiló 15 000 adivinanzas, nos habla de su pasión, vocación y tesón de investigadora; encontró una enorme riqueza en una amplitud geográfica tan extensa que se enriquece aún más por la variedad lingüística del español americano: por ejemplo, los casos de voseo o diminutivos en -ico. En cuanto a la variación léxica, ha incluido un magnífico glosario que ayuda a comprender el sentido de la adivinanza. En verdad, la investigadora ha tenido que atender un montón de cuestiones para ordenar esta gran variedad de palabras, sobre todo de fauna, flora y objetos dialectalmente diversos, cuya lectura es ilustrativa y curiosa. Aprendemos que la lechiguana y la moquiñaña son avispas, la matapiojos una libélula, la vaquita de San Antonio una catarina, el guanimo un tamal y una piripipí es una chismosa.

En cuanto a la clasificación que propone Miaja fue, sin duda, una tarea enorme porque la adivinanza puede versar sobre todo lo que nos rodea física y mentalmente, todo lo nombrable y lo innombrable, lo real y lo imaginario, es decir: “reflejan el universo en su totalidad y lo convierten en poesía”. La autora opta por una clasificación temática en la que podemos encontrar el mundo de lo abstracto; el hombre (el cuerpo, parentescos, oficios); la naturaleza (animales, plantas, fenómenos de la naturaleza, espacio, tiempo, minerales); la religión; la comida y la bebida (utensilios, dulces y postres); los objetos (domésticos, vestimenta, higiene, transporte, herramientas, instrumentos musicales); la recreación (los juegos y juguetes, las artes, la lectura, la escritura, los colores, los números). Se añade además una colección de cien acertijos con la misma clasificación temática recopilados en los mismos países.

Teresa Miaja nos ha legado con esta obra un trabajo soberbio, un material de consulta imprescindible y con retazos de sabiduría en los que campea el humor, la ironía, la picardía, el ingenio y el saber ancestral, además del deleite que supone invitarnos a participar en un juego que, al mismo tiempo es intelectual y popular: las adivinanzas tienen una veta culta y suponen un reto para el ingenio del interlocutor, pero se transmiten a lo largo de los siglos de padres a hijos y, por tanto, pertenecen a una tradición popular. No puede afirmarse categóricamente que las adivinanzas solamente se afilien a la oralidad; se pueden espigar algunos ejemplos en la tradición culta y escrita porque son juegos de ingenio a los que no pueden sustraerse los poetas como no pudo tampoco Cervantes evitar regodearse y contagiarse de los refranes en boca de Sancho.

Adivinancero de Hispanoamérica es patrimonio cultural poético y amenísimo; con momentos lúdicos y gratificantes, y aunque en ocasiones sea difícil acertar la adivinanza o el acertijo, al leer las respuestas, reflexionar y desglosarlas se encuentra placer en lo descifrado. Se puede leer en: http://libros.csic.es

 

María José Rodilla
Profesora investigadora de la UAM-Iztapalapa, su último libro es De belleza y misoginia. Los afeites en las literaturas medieval, áurea y virreinal (2021).

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