Sundiata, el rey león

La asociación simbólica entre el león y la soberanía es antiquísima; está ya presente en la iconografía babilónica de 1500 a. C. Además, parece haberse producido de manera independiente en culturas diversas y distantes entre sí. Entre las grandes gestas fundacionales protagonizadas por un rey león, hay una que desde hace tiempo me ha cautivado: el poema épico de Sundiata, fundador del Imperio de Malí en el siglo XIII. Se conserva de manera oral a través de los linajes de jelis, la casta que se especializa en el uso de la palabra y la transmisión de la memoria histórica en el oeste africano. La historia es singular porque, aunque la guerra y la fuerza son un elemento central en la creación del Imperio, las batallas más decisivas se libran por medio de fuerzas invisibles: el elogio, las palabras, la música y la hechicería.

Ilustración: Raquel Moreno

El poderío de Sundiata inicia con una profecía previa a su nacimiento. Un adivino forastero se presenta frente al rey Makan Kon Fatta para comunicarle lo que ha visto en las conchas: un hijo suyo será la séptima estrella, el emperador más grande que haya conocido la región Mandingo. Para ello, sin embargo, debe casarse con una doncella jorobada y muy fea que llegará pronto acompañada de dos cazadores. Songolón, mujer bisonte y poderosa hechicera, era hija de una bestia salvaje que había arrasado pueblos enteros. Los cazadores la habían recibido de su madre en retribución por haberse mostrado piadosos con ella. El niño que nace de la unión entre el rey y la mujer bisonte recibe el nombre de Son-jara, el león de Songolón.

Sundiata fue un niño singular, pero no por ser precoz, sino tardío. Su madre tuvo que sufrir las burlas de las otras esposas del rey, porque Sundiata no aprendió a caminar sino hasta los 7 años. Pero cuando finalmente decidió levantarse del suelo, se convirtió en un cazador sin igual. Antes de morir, su padre le regaló a Bella Fasseké, un jeli que lo acompañaría siempre para narrar su vida, cantar sus hazañas y enseñarle todo sobre los linajes y juramentos del pasado. En la tradición del Mandé, el rey y el jeli son inseparables, uno es el hecho y el otro la palabra. Antes de cada batalla es Bella el que arenga a los soldados, enaltece sus nombres y los llena de coraje para la guerra.

Los estudiosos de la historia africana han descrito a Sundiata como el arquetipo del rey-cazador. A diferencia de los soberanos urbanos de los siglos subsecuentes, el poder de los reyes cazadores emana en última instancia de la naturaleza —wula, en Bambara—. Más allá de los espacios de la civilización humana, residen fuerzas que se encarnan en plantas y animales. Sundiata recibe de su madre, un ser liminal entre lo salvaje y lo humano, la habilidad para manipular esas fuerzas. Pero toda la majestuosidad del león y la fuerza del bisonte no hubieran bastado para derrotar a su principal enemigo. Soumaouro Kanté, el rey hechicero de la casta de los herreros, es invulnerable al hierro y tiene un recinto secreto donde guarda pieles y cráneos de sus enemigos muertos.

Sólo una mujer, la media hermana de Sundiata, por medio de elogios y astucias, consigue develar el secreto de Soumaouro. Aprende que su animal protector es el gallo blanco y que sólo una flecha hecha de plumas de gallo blanco podrá matarlo. Hay un motivo que se repite a lo largo de todo el poema: lo más grande emana de lo más pequeño, la fuerza requiere de la delicadeza. El adivino que anuncia la llegada del rey león inicia así su explicación: la ceiba es el árbol más grande, capaz de soportar cualquier tormenta, quién diría que pueda brotar de una semilla más pequeña que el arroz.

 

Natalia Mendoza

Antropóloga y ensayista. Estudió Relaciones Internacionales en El Colegio de México y un doctorado en Antropología en la Universidad de Columbia.

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