No es fácil tomar por sorpresa a un coyote. Casi siempre sucede lo contrario: cuando te das cuenta el coyote ya está ahí, sin que lo hayas sentido llegar. Él impone la distancia. Transita por una órbita lejana y silvestre que apenas roza nuestro mundo o pasa junto a ti como si nada. Pero sin importar cuan desdeñoso se muestre, deja siempre la sensación de un guiño mínimo, como si comunicara algo. Una breve pausa, una mirada de reojo, algo que nos hace sentir de algún modo observados, reconocidos, incluso prevenidos. La solemnidad del avistamiento diurno, sin embargo, se desvanece por la noche con esa curiosa distorsión auditiva que permite a dos coyotes producir algo como las carcajadas de una jauría. No es extraño que el coyote ocupe un lugar privilegiado en las tradiciones orales del desierto. Un ser astuto, engañoso, pero sobre todo ambivalente. Una de las manifestaciones más evidentes de la figura mítica que los antropólogos del siglo pasado llamaron el trickster o embaucador.

Los navajos les cuentan a los niños que Coyote recibió el don de controlar el clima. Un día seco y caluroso atravesaba el desierto y deseó que una nube lo protegiera con su sombra. La nube apareció, pero Coyote no cesó de pedir cosas hasta que provocó la inundación de todo el desierto. Entonces se le acercó Zorrillo para proponerle que se hiciera el muerto y poder cazar a todos los animales que se acercaran a verlo. El plan funcionó, pero cuando los dos animales se disponían a comerse el botín, Coyote quiso deshacerse de su compañero y le propuso una carrera. Zorrillo aceptó, pero con la ayuda de Tejón logró hacer que Coyote cayera preso de sus propias astucias. Coyote terminó derrotado lamiendo un hueso que le tiró Zorrillo desde arriba del cerro. Pero a diferencia de la caricatura de los Warner Brothers, la versión mítica de los navajos no busca erradicar las paradojas. Coyote no es ni bueno ni malo. Es un ser divino que transgrede y engaña, pero que también es ingenuo. Está lleno de trucos, cambia el curso de ríos y caminos, pero obtiene dones sagrados para los humanos.
En su estudio clásico, Radin muestra que a pesar de las variaciones, la figura del trickster es universal. Aparece en tradiciones orales de todo el mundo, como liebre, araña, duende, niño o incluso diablo, pero se caracteriza siempre por su ambigüedad moral. Es a la vez creador y destructor, ladrón y dador de dones, embaucador e ingenuo. Se guía por apetitos y pasiones, más que por intenciones claras, pero aun así es fundamental en la creación del mundo. Cambia de forma y de género, atraviesa fronteras espaciales y morales. Jung asocia al trickster con el arquetipo de la sombra, el doble, el inconsciente. Reconocemos en esta figura algo que hemos sido en el pasado y que ahora se encuentra reprimido.
Recuerdo la indignación de una mujer que entrevisté hace años porque un periodista describió su pueblo como “cuna de coyotes”. En este uso, coyote se refiere a un tipo particular de intermediario, el guía que cobra por llevar a las personas a través de la frontera. El contrabandista, al menos en su versión clásica previa a la militarización, era una figura claramente emparentada con el trickster. Un maestro de trucos y astucias que cruza límites físicos y morales. Una clara expresión del arquetipo de la sombra, un recordatorio molesto de algo que somos y buscamos reprimir, y que al mismo tiempo goza de un aura mágica. El trickster, como explica la antropóloga Laura Makarius, demuestra que hay una fuerza productiva, mágica, que emana de la transgresión ritual del tabú.
Natalia Mendoza
Antropóloga y ensayista. Estudió Relaciones Internacionales en El Colegio de México y un doctorado en Antropología en la Universidad de Columbia.