Eras el muchacho del grupo a mi izquierda en el Phoenix Theater en Twelfth Street, un domingo de matiné en septiembre. Yo era la muchacha vestida toda de negro, sola. ¿Te acuerdas de mí? Dímelo, por favor. En el intermedio me quedé sentada para resolver el crucigrama del Times. El tema era el existencialismo. Escribí Simone de Beauvoir, horizontales, y tú te agachaste y con tu lápiz escribiste Los mandarines, verticales. La obra era Saint Joan de Shaw, estelarizada por Siobhan McKenna, quien ya murió, igual que el Phoenix Theater. Si te acuerdas de todo esto por favor mantente en contacto. Me gustaría hablar contigo como lo hicimos cuando nos tomamos un café luego de la obra, y luego cuando nos regresamos a Brooklyn en el metro. Me bajé en Utica Avenue y tú te seguiste. A la noche siguiente me llamaste. ¿Te acuerdas de algo de esto? Tenía una cita con un muchacho alto y rubio que tenía boletos para el Cuarteto de Cuerdas de Budapest pero lo corté. Tú y yo hablamos por teléfono hasta tarde, esa noche y muchas otras noches. Nos casamos y criamos dos hijos. Tienes que acordarte de eso. Me encantaría hablarte de nuevo, preguntarte, después de tantos años, cómo ha sido para ti, qué piensas sobre la vida que has pasado conmigo, y en particular qué fuerza te llevó a escribir en mi crucigrama con tal audacia y sorpresa Los mandarines, porque creo que por eso me casé contigo. En Brooklyn nunca me había encontrado a un muchacho que supiera de existencialismo o Simone de Beauvoir y debí pensar que no volvería a encontrármelo y así que mejor agarré la oportunidad. Y me gustaría saber cuáles fueron tus razones. Si aún te acuerdas.
Fuente: Lynne Sharon Schwartz, Lapham’s Quarterly, invierno 2020.