Primeras impresiones

Creo que nunca le he contado esto a Nicolás Medina Mora, pero la primera vez que leí algo suyo me descuadré del enojo. Es raro pensarlo hoy, después de pasar tantas horas de conversación con él y compartiendo una amistad de las que es raro encontrar cuando uno llega a los 30, pero esa lectura inicial de mi-todavía-no-amigo-Nico me hizo enfurecer. Corría, diría él, el año del Señor de 2018 (el mismo en el que AMLO ganó una elección presidencial por primera vez, los líderes de las dos Coreas se encontraron en una reunión inédita y ETA anunció su disolución). Yo me encontraba a bordo de un avión, no recuerdo a dónde, pero digamos que estaba en el asiento 14F, haciendo como que escuchaba las instrucciones de seguridad. Una amiga de la infancia me mandó un mensaje que decía algo como “Mira, somebody who actually gets us”, acompañado del enlace a un texto publicado en una revista que no conocía. (Busqué el mensaje original, pero tristemente no sobrevivió a siete años de cambios de teléfonos y números. Amable lector, le pido confíe en mi memoria. Y antes de que me lo pregunte: sí estoy seguro de que fue escrito casi en su totalidad en inglés).

Alcancé a descargar el artículo antes del despegue y, reconfortado por el ruido constante de las turbinas, me dispuse a leer. En la pantalla de mi teléfono apareció Two Weeks In The Capital, un ensayo que Nicolás publicó en la revista N+1 en el invierno de 2018. En él, recuenta en viñetas las dos semanas que pasó en Ciudad de México esperando que el gobierno de Estados Unidos renovara su visa de estudiante para que pudiera regresar a Nueva York. Se pierde en la colonia Roma, pasa tiempo con amigos que no ha visto en años, considera las implicaciones de su identidad, piensa en Maximiliano de Habsburgo y se pregunta por la desigualdad económica en México.

Ilustración: Raquel Moreno

Hay pocas salidas para el enojo cuando uno está en el, digamos, asiento 14F de un avión a 10 000 pies sobre el nivel del mar. Supongo que ningún pasajero se dio cuenta de cómo tecleaba furiosamente en la pantalla de mi teléfono una respuesta al ensayo. Tampoco de cómo la edité una y otra vez en la aplicación de notas ni del momento en que quité el modo avión incluso antes de que tocáramos tierra para mandar mi riposte a la persona que me dijo que Nicolás (somebody) había escudriñado nuestro ser (actually gets us). Con la distancia del tiempo y la perspectiva de la edad puedo decir que mi primera lectura estuvo equivocada y que mi respuesta fue, siendo generoso, pretenciosa. No siéndolo tanto, reaccionaria. (En buen mexicano, definición de diccionario de “lo que te choca te checa”).

Dediqué 984 palabras a construir un hombre de paja —pobrecito niño rico que no quiere vivir en México— y prenderlo en fuego. Para ahorrarle a usted tiempo y a mí vergüenza, no citaré más que el final de esa reseña que, por la gracia de Dios, no publiqué en ningún lado y sólo mandé como mensaje al puñado de personas en mi círculo social que estaban comentando la crónica de Nicolás.

Describe lugares y momentos que encuentro familiares. Entiendo la falta de sentido que alguien como él, como yo, resiente del privilegio capitalino. Quizá es porque crecí a un ladito de su mundo. He pasado toda la vida escuchando y haciendo eco de quejas parecidas. La desigualdad mexicana es tal que los que somos ricos pero no tanto vivimos prácticamente igual que los que sí lo son. Estudiamos en las mismas escuelas privadas, vestidos de blanco jugamos tenis en los mismos clubes y pasamos fines de semana largos en los mismos lagos. Somos —por usar un término que tiene hechizado a NMM— igual de criollos. Entiendo que es extraño que un privilegiado que escribe para quejarse y pretende ser mejor que la gente con la que creció critique a un privilegiado que escribe para quejarse y pretende ser mejor que la gente con la que creció. Takes one to know one, dicen en los patios de las escuelas americanas. Tal vez ésa es la única razón por la que es válido que responda a los lamentos de un favorecido.

Lo cierto es que en ese texto Medina Mora no se queja de lo mal que la pasa en Ciudad de México ni pretende ser mejor que la gente con la que creció. Su tragedia es darse cuenta de que los años viviendo en Estados Unidos, el inglés que ha perfeccionado y la comprensión que tiene de los códigos de la metrópoli no son suficientes para rescatarlo del papel que le toca cumplir en el gran juego colonial. Su posición de privilegio en México, pero de indiferencia para las élites estadunidenses, lo convierte en un sujeto colonizado y colonizante: “Un maldito criollo”. No escribe una defensa de su posición social, sino que intenta una especie de ablución en la que el más humillado es él mismo.

El tono lo acerca a Shooting an Elephant, el brillante ensayo en el que George Orwell cuenta su experiencia como policía del Imperio británico en Birmania (hoy Myanmar), en lugar de a la arenga en favor de la colonización que hace Rudyard Kipling en “The White Man’s Burden”, con la que el ensayo de Medina Mora no tiene absolutamente nada que ver. “En Moulmein, en la baja Birmania, un gran número de personas me odiaba”, escribe Orwell. “Es la única vez en mi vida en la que he tenido la suficiente importancia como para que eso pasara”.

Orwell era el policía de la comunidad, encargado de hacer cumplir el orden imperial. Un día un elefante de trabajo escapó de su amo, mató una vaca y destruyó algunos puestos en el mercado, por lo que Orwell, como oficial a cargo, tenía que resolver la situación. Es decir: matar al elefante. “Percibí en ese momento que cuando el hombre blanco se vuelve tirano es su propia libertad la que destruye”, concede. “Se pone una máscara y su rostro crece hasta que le queda bien”. No estoy diciendo para nada que los opresores son las verdaderas víctimas de la opresión. Sólo que las estructuras de la Historia con H mayúscula, la gigantesca confluencia de contradicciones que es este país, pone a algunas personas en situaciones extrañas.

En el ensayo que me enfureció y que luego llegué a admirar, Medina Mora se encuentra a sí mismo en una fiesta con políticos y empresarios. Imagina a un grupo de anarquistas irrumpiendo en el salón con ametralladoras para masacrar a los asistentes, él mismo incluido. Reconoce que, si lo hicieran, estaría de acuerdo con los asesinos. En palabras suyas (con traducción mía): “Maximiliano murió, pero los Habsburgo nunca se fueron. Todos los gobernantes de México han compartido el temperamento austrohúngaro: una vulnerabilidad congénita a pasiones fanáticas, una predisposición a las fiebres de la ambición, una inhabilidad para ver que la única esperanza del país yace en su destrucción”.

Pasaron los años y conocí a Nicolás. Conversaciones públicas (sobre Bob Dylan; las influencias literarias del subcomandante Marcos ahora Galeano; Fairytale of New York; Glenn Gould y la diferencia entre tacos y quesadillas —a decir de Nicolás, no se encuentra en el queso sino en la termodinámica: la tortilla de un taco y su relleno se calientan por separado, mientras que la tortilla de una quesadilla y su relleno se calientan al mismo tiempo—) se convirtieron en conversaciones privadas sobre casi lo mismo. Reuniones para revisar algo nominalmente laboral dieron paso a larguísimas comidas cantineras, sesiones de escucha de sintetizador, palomazos que ahora resultan borrosos y pláticas inagotables sobre lo mucho que tenemos en común. Nos hicimos amigos, compartimos alegrías profesionales y, quizá esto era inevitable, ahora hacemos un pódcast juntos sobre la historia intelectual de México. Entre todo eso, Nicolás publicó su primera novela, América del Norte (Soho Press, 2024), que abre con una pieza muy similar a Two Weeks In The Capital, el texto que desató mi reacción.

El libro es un viaje literario, temporal, filosófico y político tan ambicioso que requiere un dramatis personae al inicio. Es una colección de viñetas cuyo mayor acierto es que logra ser un ensayo barroco sobre la condición barroca que, argumenta Medina Mora, es esencial para entender eso que llamamos mexicanidad. Es un intento de comprender la noción de identidad no como algo fijo, sino (como alguna vez me dijo él mismo) “una colección de incoherencias y contradicciones”. El protagonista de la novela, como su autor, es un joven escritor que creció en el poniente de Ciudad de México, pero ha vivido casi una década en Estados Unidos. El protagonista, como su autor, escribe en inglés y traduce poemas de un idioma a otro para pasar el tiempo. Hacia el final del ensayo-novela, el protagonista admite derrota:

Mi proyecto fracasó. Las preguntas sobre el capital, el barroco y la relación entre política y literatura; las meditaciones sobre la identidad de los criollos; la fenomenología de la cantina; la correspondencia de la guerra contra las drogas; las historias de mi padre y mi madre; y ahora esta otra cosa sobre el mesianismo y la elección presidencial en México y la naturaleza trágica de la historia. Estoy convencido de que todos estos cabos tienen algo que ver entre sí; que si quitara alguno de ellos, el significado de lo que quiero decir desaparecería. El problema es que la relación sólo es aparente para mí. Me preocupa que voy a reprobar la defensa de mi tesis, pero sería deshonesto si no dijera que parece un final adecuado. ¿Cómo podría un libro sobre México ser algo más que un fracaso? Todos nuestros héroes son perdedores: Cuauhtémoc, el último gobernante de un imperio condenado; Hidalgo, el líder de una rebelión fallida; Zapata, el revolucionario asesinado por sus aliados. Y ni me pregunten del pasado inmediato. El TLCAN fracasó. La guerra contra las drogas fracasó. La transición a la democracia fracasó, igual que el tratamiento contra el cáncer de mi madre. Y si la izquierda gana la elección, probablemente fracasará también: aunque parte de mí quiere esperar lo contrario, incluso si mi familia debe pagar. (La traducción es mía. El original en inglés es mucho más elegante).

La sección más reveladora de la novela tiene que ver con las frustraciones del protagonista mientras estudia una maestría en el Iowa Writers’ Workshop, el programa de escritura creativa más prestigioso de Estados Unidos. Abandona su trabajo como reportero y deja su departamento en Brooklyn para asentarse en el Medio Oeste americano con la intención de escribir un larguísimo ensayo sobre Nietzsche que incluye una compleja interpretación de su filosofía como un intento para combatir la nostalgia. Dedica semanas a leer, a escribir y a editar hasta que muestra sus avances en una sesión de retroalimentación con los demás estudiantes. Uno de ellos, un joven estadunidense, le dice que es difícil relacionarse con un personaje como Nietzsche, que le cansan tantas reflexiones sobre teoría y que más bien le gustaría que el protagonista escribiera sobre México y sí mismo.

El protagonista, que para ese punto ha pasado la mayor parte de su vida adulta huyendo de México y su propia identidad, hace un berrinche en forma de carta de relación y escribe un ensayo desde la perspectiva de un aristócrata criollo del siglo XVII. La obsesión de la hegemonía cultural estadunidense con escribir sobre “lo que uno conoce” y “desde su subjetividad” homogeneiza los textos que se escriben en el taller. El ensayo/berrinche consigue burlarse de ese registro que aspira a convertir cada novela, ensayo y poema en una confesión en primera persona. Otro de los personajes, una poeta que estudia en la misma universidad de Iowa, dice en algún punto que no le interesa escribir sobre sí misma porque su vida es aburrida. Es una poeta del lenguaje, interesada en el metro y la sintaxis más que en el accidente histórico que la vio crecer en los suburbios de Chicago, hizo que sus padres fueran médicos y conspiró para que ella estudiara en una universidad de la Ivy League.

Según mi cuenta de Amazon, he comprado América del Norte seis veces de forma física y una para Kindle. Les he regalado una copia a personas muy distintas entre sí que comparten —en mayor o menor medida— la condición criolla que retrata Medina Mora. Subamos la cuenta de las copias físicas a siete. Acabo de pedir otro porque hace unas semanas le regalé la última copia que me quedaba a una persona que vino a mi casa. El nuevo ejemplar llegará en un par de días. Mi admiración por Medina Mora autor es gigante, mi gratitud con Nicolás mi amigo, quizá más grande. Su novela plantea una pregunta que nadie que haya crecido con nuestro privilegio puede evitar: ¿qué debe hacer uno cuando se da cuenta que es parte esencial del problema?

 

Ricardo López Cordero

Director de Ibero 90.9

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