En un taller de poesía infantil es un error pedirles a sus integrantes que describan un paisaje en un estilo personal. En mi experiencia el método más productivo es soltarlos, digamos, en una especie de escenario y dejar que escriban el monólogo de su viaje. Lo habitual es que escriben de un modo que resulta más provechoso —para quien escribe y para quien lee— si lo hacen sobre paisajes extraños o extremos que sobre paisajes que conocen bien. Es como si lo que conocen bien sólo puede volverse imaginación, y disponible para la pluma, cuando de algún modo lo han dejado. Desiertos, estepas, la Antártida, la Luna, se les dan de un modo más fácil que la vista desde la ventana de su cuarto.
Aquí hay siete temas de los que en diferentes ocasiones he tenido resultados.
Lo principal a tener en la cabeza es que los detalles deben mantenerse nítidos y especiales.
1. Soy un pulpo gigante. Una oleada me ha transportado al mar erróneo: está demasiado frío para mí. Trato de volver a casa sobre el fondo marino.
2. Soy un ermitaño o un náufrago en una isla muy lejana del Atlántico sur. Lo único que hago es buscar comida.
3. Soy una creatura del espacio exterior. He aterrizado cerca del mar. Éste es mi informe al Cuartel General.
4. Soy el Amazonas.
5. ¿Qué puedes ver a través de este telescopio?
6. Estoy ciego. Una vez, nada más por cinco minutos, pude ver. Esto es lo que vi.
7. Soy un prisionero que escapó y me persiguen los perros.
Ted Hughes: Poetry in the Making. Faber & Faber, Londres, 1967; 1969.