Según Ibn Jaldún, debemos al visir barmecí Al-Fadl ben Yahya la introducción del papel (kaghit) en el mundo árabe, en tiempos de los primeros califas abasíes, en el siglo IX. El papel, cuya invención y producción fueron durante mucho tiempo chinas, se utilizó primero en el ámbito administrativo como sustituto del papiro y del pergamino, llamado raqq. Según otras fuentes, el papel se utilizaba desde el siglo VIII, a la vez para transcribir los títulos de concesiones (iqta’ at) y para los diplomas (sukuk), y que esta innovación no era debida a Al-Fadl ben Yahya, sino a Jaafar, visir del califa abasí Harún al-Rashid, y a Jalid ibn Barmak, otro visir barmecí. En fin, la introducción del papel en el islam coincidió, en los primeros tiempos de la dinastía abasí, con la necesidad creciente de proteger el sagrado Corán y de difundirlo a mayor escala.
Al traspasar el simple marco diplomático al que estaba destinado en principio, el papel se expandió con rapidez por el Imperio, lo que permitió a los soberanos unir simbólicamente bajo una misma rúbrica el Indo con el Atlántico. Las fábricas de papel proliferaron en torno al Mediterráneo, sobre todo en Siria, Sicilia y Andalucía. Así, en Játiva (Marruecos), la antigua Saetabis, se fabricaba el satibi, un papel que legará su nombre hasta nuestros días. Al tiempo se desarrolló el oficio de librero-copista, warraq, literalmente “papelero”, y su importancia fue creciendo hasta superar a la mayoría de los otros gremios, excepto, claro, aquellos que dependían de modo directo de la esfera política. El librero, que poseía una gran cultura literaria, tenía que dar cuenta de todas sus actividades al príncipe reinante, del que con frecuencia era el secretario particular. Por lo demás, muchos pagaron muy caro su estatuto de confidente real, ya que quien mejor guarda los secretos de alcoba y la génesis de las intrigas políticas es un hombre muerto.
Fuente: Malek Chebel, Diccionario del amante del Islam. Traducción de Jordi Terré, Paidós, Barcelona, 2005.