Orfandad o anhelo

Ilustración: Ricardo Figueroa

La novela Las huérfanas (Seix Barral) de Melba Escobar (Cali, Colombia, 1976) camina a caballo entre el género de ficción y la autobiografía, donde hace de su madre en la vida real un personaje digno de una crónica epopéyica.

De algún modo sutil, la prosa de Escobar tiene resabios de un García Márquez y de una Laura Restrepo que arrastra un realismo mágico ya un poco rancio en el fraseo y en lo de contar genealogías. Es un recuento de familia que no se aproxima ni de lejos a La casa de los espíritus;pero entre los latinos hay esa tendencia, me digo, porque la familia lo es todo y hay cierta obsesión de contar lo íntimo.

Al principio no entendía por qué un libro titulado Las huérfanas no hablaba de la orfandad sino de la madre de la autora como tema principal. A veces de manera admirativa, otras con miedo, quizás hasta con recelo, y, sobre todo, con fascinación. No podemos sino admirar al personaje apasionado de Myriam de Nogales, al que pudo crear Rómulo Gallegos. Nacida en España de madre colombiana y casada con un mulato caribeño en el París de los años setenta, regresa a vivir al país materno donde vivió con la dignidad de una princesa venida a menos. Contradictoria, madre de varias hijas, tiene un intento de suicidio a cuestas, niega padecer una depresión y resulta una madre distante e inmadura. A la vez personaje de una historia de amor que quizá hoy etiquetaríamos como tóxica, resultado de las ideas patriarcales de amor romántico, donde el eje vital de Myriam de Nogales es su marido, Rodrigo, su razón de vida, su dolor y su éxtasis. 

Por las descripciones de la autora nos compenetramos con el hechizo que puede provocar una madre autoritaria y, a veces, cruel. Pienso en el libro Apegos feroces de Vivian Gornick donde también se describe a una madre que no deja de ser fascinante para la hija, aunque con una cantidad de dobleces sutiles y profundos que la autora examina con detalle. Y es cuando por fin se entiende el título: la orfandad de la que habla Escobar no es la de quienes han perdido a sus padres “sino la de quienes los tienen, pero demasiado ausentes o incapaces de hacerse cargo”.

Cuántos de nosotros no hemos pasado por esa situación. Algún padre sin la suficiente responsabilidad para ser el proveedor de la familia o una madre emocionalmente inmadura que continuó su vida actuando como una niña pequeña, aunque fuera madre de varios hijos. Hombres y mujeres inmaduros es lo que producen nuestras sociedades.

Entonces la orfandad no es sino este anhelo que algunas sufrimos por una madre cercana, cariñosa, comprensiva. Ese anhelo que no se sacia nunca porque representa lo primero y más fuerte: el amor que nos permite sobrevivir. Si este libro deja algo qué pensar es precisamente la manera de cómo miramos la imagen materna, que está lejos de ser perfecta, que no se parece en nada a los boleros ni a los cuentos de hadas. A veces la madre es como la madrastra y se convierte en un enigma difícil de descifrar. Las madres, para nosotras las mujeres, son como un espejo que nos conforma y nos define. Y muchas veces nos rebelamos porque no nos gusta lo que está ahí. Otras ocasiones queremos elegir algunas de sus virtudes al no poder alcanzarlas.

Pero ¿qué hacer cuando los niños o las niñas se ven forzados a actuar como adultos para sustituir a un padre o madre ausente en términos emocionales? La admiración se troca en resentimiento y en desprecio. Tantas emociones contradictorias y de difícil proceso. Pero la escritura logra a veces exorcizar los demonios.

Todas las familias son complicadas, conflictivas y acumulan sus cantidades de dolor y de preguntas. El libro Las huérfanas nos recuerda algo de esto. Lástima que al final pierda fuerza con la inserción de lo que parecen pequeñas entrevistas a tías y primas que no aportan a la narrativa.

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