Letras con setas (y otros hongos)

Nadie que haya crecido en los ochenta ignora que en la caricatura Los pitufos las casas de esos suspiritos azules eran hongos. Los cientos de millones de jugadores de Super Mario Bros saben que en el Reino Champiñón lo que da el superlativo a las aventuras de su protagonista es un hongo. A quienes siguen el apocalipsis fúngico de The Last of Us no les resulta nada ajeno saber que hormigas y otros insectos pueden ser zombificados por ciertos hongos… En las historias que nutren cómics, animación, videojuegos, cine y televisión, champiñones, setas, trufas, levaduras, mohos y líquenes brotan —siendo redundantes y precisos— como hongos, pero en la ficción el reino de los hongos —el Fungi— es, seguramente, más antiguo incluso que las narraciones escritas.

Lo que sigue es una breve búsqueda y recolección, en las páginas de la literatura, de estos seres vivientes que, a diferencia de las plantas, son incapaces de producir su propia comida y que, al igual que nosotros, tienen que obtenerla de otros organismos o de materia orgánica muerta. Esperamos que el paseo sea tan disfrutable como una trufa, unas setas salteadas o una crema de champiñones (según el gusto).

Ilustración: Oldemar González

Iniciemos con William Shakespeare, que en La tempestad registra una de las formaciones más ubicuas en el folclor mundial: “¡Hadas, que al claro de la luna trazan esos círculos de hierbas amargas que la oveja no quiere pacer, y ustedes, cuya ocupación consiste en hacer brotar los hongos a medianoche…”.

Los anillos de hadas son un arreglo de varios hongos alrededor de un círculo dentro del cual no crece ninguna planta. Según la creencia popular que les da su nombre, estos anillos serían las pistas de baile usadas por corros de hadas, a quienes no les importa imprimir su huella ecológica en un patrón circular. En realidad, los anillos se forman por el crecimiento en todas direcciones de una red subterránea de hileras de células —llamadas hifas— que forman el micelio de los hongos. A semejanza de las raíces de una planta, el micelio absorbe y transporta agua y nutrientes a la parte visible de los hongos — el cuerpo fructífero: agota el suelo de estos recursos y genera alrededor de éste una zona desprovista de vegetación. Si no supiéramos nada de micología, en lugar de las hadas hoy posiblemente culparíamos de estos anillos a extraterrestres y les atribuiríamos ser portales espaciotemporales, zonas de abducción o pistas de aterrizaje de ovnis. En vez de eso, en la antigüedad se creía que las hadas podían hacer bailar a morir (literalmente), o cualquier otra cosa que se les ocurriera, a quien entrara a un anillo.

Si de hadas y literatura hablamos, Arthur Conan Doyle, fervoroso creyente en las primeras, es referencia forzosa. El creador de Sherlock Holmes dejó en su novela histórica Sir Nigel un ejemplo difícilmente superable de micofobia: “Los campos estaban salpicados de hongos monstruosos de un tamaño y color nunca antes vistos: escarlata, malva, hígado y negro. Era como si la tierra enferma hubiera estallado en pústulas repugnantes; moho y líquenes moteaban las paredes y, con esa cosecha inmunda, la muerte también brotó de la tierra empapada”.

El miedo irracional hacia los hongos podría deberse a que, en efecto, no faltan los venenosos en extremo, como elhongo de la muerte (Amanita phalloides), responsable de más del 90 % de los casos letales de intoxicación por hongos en el mundo: unos pocos gramos son suficientes para matar a una persona.1 ¿Sería esta especie la culpable de la muerte del Viejo Rey Elefante en La historia de Babar, de la que Jean de Brunhoff sólo menciona que se debió a la ingestión accidental de setas venenosas mientras daba un paseo?

En el lado opuesto tenemos algunas de las líneas —¿hifas?— de micofilia que conforman un poema de Emily Dickinson: El hongo es el elfo de las plantas, […]  Es el juglar de la vegetación, […] si un apóstata tiene la Naturaleza —¡ése es él — el hongo!

La micofilia —o, al menos, la afición gastronómica por los hongos— también está presente en decenas de menciones que hace León Tolstói en Ana Karenina. En las páginas de esta novela aparece el boletus o boleto (Boletus edulis), muy popular en la cocina rusa y que algunas ediciones traducen simplemente como seta, cuando todo ruso micófago sabe que es todo menos una seta cualquiera. Para evitar confundir el boleto blanco con el boleto de abedul, tenemos que “el tallo del hongo de álamo recuerda la barba de un hombre moreno sin afeitar —dijo, ya completamente tranquilo, Sergio Ivanovich”. Lo cierto es que el hongo al que se refiere no es el de álamo (Ciclocibe aegerita), también comestible y ya descrito por Plinio el Viejo en su Naturalis Historia, sino el boleto de abedul (Leccinum scabrum).

En la literatura estadunidense, Huckleberry Finn y Mark Twain nos alumbran sobre la característica más brillante de algunos hongos. “Tom dijo que necesitábamos algo de luz para ver mientras cavábamos pero que un farol daba demasiada y nos podía meter en problemas, así que necesitábamos reunir un montón de esa madera podrida fosforescente que llaman fuego de zorro y que no da más que una especie de resplandor suave cuando se coloca en un sitio oscuro”. El fuego de zorro es la luz emitida por hongos bioluminiscentes, como el llamado hongo fantasma (Omphalotus nidiformis) y la flor de coco (Neonothopanus gardneri). Éste último usa la bioluminiscencia para atraer insectos que, al posarse en él, se llevan esporas del hongo —gracias a las que se reproduce— adheridas a sus patas y a su cuerpo. Esta dispersión permite que los hongos se propaguen y colonicen nuevas tierras.

Es probable que Hans Christian Andersen se refiriera a las esporas cuando hablaba de una “semillas” en el cuento La colina de los elfos: “La cocina abundaba con ranas ensartadas, pieles de serpiente rellenas de pequeños dedos de los niños, ensalada de hongos hecha de semillas de champiñones” [el énfasis es mío].

Otra narración infantil, recopilada por Italo Calvino en Cuentos populares italianos, destaca la gran semejanza de un hongo comestible con una parte de nuestra anatomía.2 En “La bruja del jardín” dos ladrones intentan robarse de un huerto lo que creen que es un champiñón, pero resulta ser la oreja de la susodicha, cuyo cuerpo restante estaba enterrado. El equívoco es por entero entendible si se trata del hongo oreja de Judas (Auricularia aurícula-judae).

Sería imperdonable terminar este recorrido sin mencionar al hongo más famoso de toda la ficción: el matamoscas (Amanita muscaria), inspiración del que sirve de asiento a la oruga de Alicia en el país de las maravillas: “Un lado te hará crecer y el otro lado te hará disminuir”. Y cómo no, si los alcaloides de este hongo producen alucinaciones en quien lo consume. Quizás por ello el hechicero Gargamel veía duendes azules y, al igual que Alicia, Mario crecía con el superchampiñón. O, quizás, no es más que psicodelia.

 

Luis Javier Plata Rosas

Doctor en Oceanografía por la Universidad de Guadalajara. Sus más recientes libros son: En un lugar de la ciencia… Un científico explora los clásicos y El hombre que jamás se equivocaba. Ensayos sobre ciencia, literatura y sociedad.

 

1 Ye, Y., y Liu, Z. “Management of Amanita phalloides poisoning: A literature review and update”, J. Crit. Care, 46:17-22, 2018.

2 Más famosa aún es la similitud del llamado hongo verga (Phallus impudicus) con dicho órgano masculino. Beatrix Potter, autora de los libros de Peter Rabbit y la primera en proponer que los líquenes son resultado de la simbiosis de un hongo con un alga, realizó varios y detallados dibujos de hongos y esporas, pero, según la Fungipedia de Lawrence Millman, admitió no haber tenido el valor de reproducir al hongo en forma de falo.

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