Si José Vasconcelos pudiera ver las andanzas de Roosevelt Montás (1973) sonreiría. Montás es un profesor de la Universidad de Columbia; el último de una larga estirpe de educadores que desde hace más de un siglo creen en el valor de enseñarles los libros clásicos de la civilización occidental a los jóvenes universitarios. Es autor de Rescuing Socrates (Princeton U. Press, 2021), un manifiesto que reivindica lo que los estadunidenses llaman “educación liberal”: la enseñanza de la historia, la literatura, la filosofía y otras humanidades como parte de la formación humanística de los estudiantes. El libro es un alegato que toma la biografía del autor como la mejor muestra del poder de autores como Platón y San Agustín. Montás emigró de un pequeño pueblo en las montañas de República Dominicana. Cuando aterrizó en Nueva York a punto de cumplir 12 años no sabía hablar inglés. Un día, cuando cursaba la preparatoria, Montás halló en la calle, entre la basura de un vecino, un ejemplar de los Diálogos de Platón. Como creía Vasconcelos, ese hallazgo le cambió la vida. Precisamente por ello hace cien años el secretario de Educación de Obregón mandó imprimir casi 40 000 ejemplares de la Ilíada para llevarlos a los confines más remotos de la patria. Lo justificó así: “Deseo hacer llegar el libro excelso a las manos más humildes y lograr la regeneración espiritual que debe preceder a toda regeneración”.

Montás ingresó a Columbia donde obtuvo primero una licenciatura y después un doctorado en Literatura. Ahí encontró el Core Curriculum; uno de los últimos reductos de la enseñanza de los grandes libros en Estados Unidos. Se trata de una serie de cursos sobre las obras clásicas de la literatura, la filosofía, las ciencias y las artes. En ellos los alumnos estudian y discuten durante un año una lista de obras asignadas desde la antigüedad hasta el presente. Para Montás y muchos otros jóvenes esa experiencia fue un bautismo intelectual. El Core, establecido en 1937, fue una evolución de otro curso, General Honors, creado en 1919 por John Erskine y que se enseñó hasta 1928. La idea precursora era que los alumnos leyeran un libro clásico a la semana, guiados por dos instructores de ideas encontradas. En 1932 Jacques Barzún revivió el curso y lo rebautizó como: Coloquio sobre Libros Importantes. Uno de los maestros del curso original, Mortimer Adler, persuadió al decano de la escuela de Derecho de Yale y futuro presidente de la Universidad de Chicago, Robert Maynard Hutchins, quien le encargó a Adler instaurar un programa de Grandes Libros en el Centro de la Enseñanza en Chicago. En 1937 Columbia democratizó su coloquio, que hasta entonces sólo admitía a los mejores alumnos, y lo convirtió en un requisito universal para los alumnos de primer año.
En contra de quienes creen que esta educación es un privilegio de los ricos, Montás arguye que son precisamente las personas como él quienes más se benefician de ella. Descubrió que una parte central de la experiencia humana vive en los libros canónicos. Como Vasconcelos, Montás cree firmemente que leer a los clásicos no es una actividad elitista. La enseñanza liberal desempeña una función democratizadora, pues nivela las diferencias al proveer un lenguaje común y una serie de referencias compartidas que permiten la comunicación entre personas de distintos orígenes y culturas. “La educación liberal”, afirma, “es el instrumento más poderoso a nuestra disposición para subvertir las jerarquías del privilegio social que mantienen a quienes se encuentran en el fondo sometidos”. El libro de Montás es un testimonio de cómo Platón, San Agustín, Freud y Gandhi cambiaron su vida. También es la constatación de una ironía que no habría sorprendido en lo absoluto a Vasconcelos: el último portador de la estafeta de los Grandes Libros en Columbia es un dominicano cuya infancia transcurrió en un pueblillo remoto de América Latina. Vasconcelos, qué duda, esbozaría una amplia sonrisa.
José Antonio Aguilar Rivera
Profesor investigador en la División de Estudios Políticos del CIDE