Frustración

Dice el Larousse que frustrar es “privar a uno de lo que esperaba”. Uno se puede frustrar por muy distintas causas. Pero la intensidad de la frustración —de la que el diccionario no habla— es lo que intenta ilustrar esta nota.

Al concluir la décima jornada del campeonato de futbol mexicano que acaba de terminar, el Necaxa se encontraba en el lugar undécimo a sólo un punto del décimo. Y como se sabe, la generosidad de la Federación Mexicana de Futbol es mucha: pasan directamente a cuartos de final los seis primeros lugares, pero los que quedan entre el 7 y el 10, juegan un llamado play-in del que salen otros dos equipos que completan los ocho finalistas.

Ilustración: Alberto Caudillo

Así que los aficionados del Necaxa, pocos pero selectos, teníamos fundadas esperanzas de que por lo menos el equipo lograría colarse al play-in. La experiencia nos ha vuelto precavidos y ha comprimido nuestras ilusiones: el ensueño no era ser campeones ni siquiera finalistas, sino no quedar fuera cuando se cumplieran las diecisiete jornadas. Y sucedió lo que suele suceder: el Necaxa perdió los siguientes cinco partidos. Uno tras otro. Quedó en el lugar trece, porque en los siete encuentros finales sólo logró 2 puntos, fruto de dos empates en los últimos juegos.

Sin duda, frustración para los aficionados (nosotros). No se alcanzó lo que se esperaba. Pero una frustración, llamémosla, débil. La costumbre del fracaso arraiga, las expectativas se modulan a la baja y la eliminación no genera un gran drama. Es, digamos, una frustración rutinaria y por ello menor. Asimilada de antemano. Se vive con ella y hay incluso quien dice que produce resiliencia. Esto último no lo creo, pero en fin…

Es más, en el deporte suele suceder que hay muchos perdedores y un solo campeón. No hay salida para eso. De eso se trata. Está en el código genético de los torneos. Así que la afición de la mayoría de los equipos en los muy diversos deportes sabe (o debería saber) que lo más probable es que el primer lugar lo ocupen otros.

Las expectativas son diversas. En una liga, desde el inicio, se sabe (bueno, más o menos) quiénes pelearán por el campeonato, y ahí donde existe el descenso no serán pocos los equipos cuya misión sea permanecer en primera división. Para el Real Madrid o el Barcelona resulta frustrante no obtener el campeonato, para el Getafe o Las Palmas mantenerse en primera será un éxito.

Enuncio una obviedad: la frustración está directamente ligada a las expectativas. Cuando éstas son escasas, mínimas, endebles, la frustración resulta igualmente débil. El resultado era esperable, las esperanzas escasas, por lo cual el sentimiento de fracaso que acompaña a la frustración no toma demasiado vuelo. Al contrario, en ocasiones se instala de una manera plácida, resignada, natural.

Pero, por desgracia, hay otras frustraciones. Profundas, rotundas. Y para las cuales no existe consuelo.

Perecía que en México habíamos logrado construir un piso básico de entendimiento: en nuestro país existe una diversidad de corrientes políticas y estábamos construyendo una casa para su coexistencia civilizada, es decir, democrática. Reformas constitucionales y legales fueron y vinieron, creaciones institucionales se multiplicaron, rutinas políticas se modificaron y daba la impresión que nuestra incipiente democracia era valorada por todos. No fue así. Mucho de lo edificado se destruyó a nombre del pueblo, porque quienes hoy gobiernan creen que sobran (que están de más) la representación más o menos fiel de las fuerzas políticas, la división de poderes, los límites al ejercicio del poder presidencial, las otras corrientes políticas, las agrupaciones sociales, y súmele usted. Producen una honda frustración.

Frustración es también que esta nota no haya salido como me hubiera gustado.

 

José Woldenberg
Escritor y ensayista. Su más reciente libro es Contra el autoritarismo.

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