El imperialismo estadunidense ha sido una constante histórica, desde su expansión de territorio hasta su influencia global tras la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, la era contemporánea, marcada por figuras como Donald Trump, ha puesto en evidencia un imperio que combina ambiciones desmesuradas con una notable debilidad económica, política y militar.
La retórica imperialista de Trump, llena de simbolismos y provocaciones, resucita viejas narrativas del Destino Manifiesto, mientras confronta una realidad de derrotas militares, abandono de aliados y crisis internas. ¿La presidencia de Trump es un reflejo de la decadencia del imperio o una revitalización de su poder?
Para entender esa dinámica, conversamos con Mauricio Tenorio, historiador y profesor de Historia en la Universidad de Chicago, sobre las raíces del imperialismo, su evolución tras 1945, y cómo las acciones y discursos recientes proyectan ambiciones e incapacidad.
Valeria Villalobos: Mauricio, hagamos un poco de historia: ¿cuáles son los principios del imperialismo estadunidense y cuáles son los discursos que lo sostienen?
Mauricio Tenorio: Generalmente, los historiadores ubican el principio del imperialismo estadunidense en 1898. Algunos a partir de 1846 y 1848 con la guerra con México. Pero en realidad mi opinión, y la de varios colegas míos, es que Estados Unidos nace imperial: es nación para ser imperio y es imperio para ser nación. Siempre lo fue. Surge como la unión de varias colonias independientes, que no de toda la América británica. Recordemos que en Canadá las colonias hacia el norte no siguieron a los revolucionarios de las trece colonias, y que en 1812 Estados Unidos se va a la guerra con el Imperio inglés, y contra los aliados indios para liberar a Canadá y no lo logra. Tú puedes decir: “Eso es como San Martín y Bolívar tratando de liberar a Perú que no quería ser independiente”; pero también puedes verlo como el imperialismo norteamericano que quiere comerse la parte canadiense, como ahora anuncia el presidente Trump que resucita 1812, y muchos otros intentos a lo largo del siglo XIX y XX, para hacer de Canadá uno o más estados de la unión estadunidense.
En la guerra contra México hubo una evidente oposición antiimperial —sin tomar en cuenta todas las luchas con los indígenas y los distintos lugares— y una imperial. Lo mismo en la compra de Alaska, Florida y Hawái. Después de 1898 Estados Unidos sale completamente del clóset como imperio. No sólo por la guerra con España —que fue una guerra muy chiquita por Cuba, Puerto Rico y Filipinas—, sino por las consecuencias en el momento de comprar Alaska y en el momento de la anexión de Hawái. Es el momento en que Estados Unidos se enfrenta contra unos Washingtons filipinos que querían ser independientes. Es una guerra larga y muy penosa, que es nada más que imperial. Estados Unidos estaba defendiendo una colonia en Filipinas en contra de gente que quería ser independiente.
A partir de entonces surgen grandes movimientos a favor y en contra del imperialismo. Primero, así como el presidente Polk a mediados del siglo XIX era un gran imperialista, también había un gran movimiento antiimperialista y pacifista. Un gran poeta romántico estadunidense, James Russell Lowell, fue un gran opositor antiimperialista frente a la expansión a México. Y así, a finales del XIX y principios del XX hubo grandes antiimperialistas, como William James y Mark Twain. Hubo, también, un partido antiimperialista que se opuso a lo que Estados Unidos estaba haciendo en Cuba, Puerto Rico, Filipinas y Hawái.

A partir de 1917, al entrar en la Primera Guerra Mundial, Estados Unidos empieza su papel de gran potencia, consolidada en la Segunda Guerra Mundial. Cabe decir que es un imperio un poco raro. Desde sus orígenes como nación imperio —como nación imperial, según el historiador Josep Maria Fradera— es muy poco eficiente. De todas las guerras que Estados Unidos ha luchado, la única que ganó en expansión y plenamente es la de México. En 1812 fue derrotado; en la Primera Guerra Mundial fue ganador con aliados; y la Segunda Guerra Mundial también la ganó con aliados como la Rusia soviética, que pudo otorgar 30 millones de soldados para derrotar a la Alemania nazi. Y después de la Segunda Guerra Mundial ha sido Corea, una pérdida; Vietnam, pérdida; Irak, Irán, Afganistán, pérdidas. Es un imperio que tiene la fortaleza de las bombas atómicas, no hay ninguna duda, pero al mismo tiempo es demasiado débil. Y por eso durante toda la posguerra, hasta muy recientemente, el imperialismo estadunidense era una especie de comando de un imperio comercial, cultural y militar. Así fue durante la Guerra Fría, donde había aliados y había que lograr un equilibrio sobre armas, incluso con la Unión Soviética. Todo eso se está perdiendo. Es un imperio que parece una cola de lagartija: todavía se mueve pero ya no tiene cabeza.
VV: ¿En qué factores observas esta decadencia del imperio?
MT: Es todavía pronto para decirlo porque esta decadencia empezó hace tiempo. La decadencia del imperio de posguerra estadunidense se acelera con el fin de la Guerra Fría. En ese momento Bush padre clama victoria, pero en realidad es una victoria muy efímera. Al poco tiempo te das cuenta de que ese gran equilibrio imperial que se logró después de la Segunda Guerra Mundial estaba basado en una bipolaridad y en la identificación de un gran enemigo. Pero al perder ese gran enemigo, empezó a hacerse más complicado mantenerlo. Y con el 11 de septiembre y la sobrerreacción de unos halcones dentro de la política exterior imperial, Estados Unidos rompió todos los acuerdos que tenía antes. Incluso republicanos muy pragmáticos y muy realistas, como Kissinger y Nixon, no se lanzaron a confrontar a todos los “malos”, a democratizar a todos, a matar a todo malvado. Fue un terrible fracaso del cual la política exterior y el imperialismo estadunidense no acaban de recuperarse.
La política exterior de Obama fue muy mala porque de manera constante estaba en el mundo poniendo líneas: “Si tú cruzas esta línea, va a pasar esto”, y nunca pasó nada. Biden un poco lo mismo con Israel: “Si tú cruzas esta línea…”, y nunca pasó nada. Y esto en un momento donde Europa, Rusia e India están renaciendo imperialmente.
Ha sido una larga decadencia. Estados Unidos sigue siendo una gran economía, pero China se acerca mucho. Ve lo que acaba de pasar con la inteligencia artificial que apenas sacó China. Hay una gran competencia, no sólo comercial, sino también en las guerras culturales y las batallas por las “autoestimas” nacionales. Y si Estados Unidos sigue portándose de manera tan irresponsable como lo está haciendo, imagínate lo que puede suceder. Para México es muy difícil irse con China, pero Brasil fácilmente podría decir: “Mira, si ya estás jodiendo, mejor vamos a vender soja y a dedicarnos con los chinos y ya”. Estados Unidos no puede hacer nada porque militarmente no puede abarcar todo lo que cree poder abarcar.
Es evidente que con Trump llega al poder una especie de inconsciencia de la debilidad del imperio estadunidense. Si Biden había sacado todas las tropas de todo el mundo, no es por paz: es por debilidad. Estados Unidos hoy, con Trump, ¿va a mandar tropas a Panamá, Groenlandia, Europa, Ucrania, Canadá; y a México para buscar y para levantar indocumentados? Eso no es posible: no tiene tal fortaleza militar ni económica. Cuando quiso ganar una guerra solo no pudo. Entonces es una inconsciencia de la debilidad del imperio. No hay peor imperio que el que está herido y no se da cuenta.
VV: ¿Cómo es que Trump puede seguir sosteniendo ese discurso y ese espíritu imperialista sin todas las bases materiales para ejecutarlo?
MT: No hay que exagerar: tiene todo el imperio. El imperio no ha caído. Siempre hablamos de la herencia de Edward Gibbon que produjo el bestseller The History of the Rise and Decline of the Roman Empire a fines del siglo XVIII. Siempre vemos a los imperios con esos ojos, suben y bajan, pero siempre muy lentamente. Siempre tenemos la impresión de que cada imperio cuando muere es un suicidio, como la Unión Soviética y como Roma: la corrupción de Roma acabó con Roma. Pero no hay que exagerar, Estados Unidos es muy poderoso, es la gran potencia; pero es un imperio que durante mucho tiempo tuvo conciencia de la necesidad de los pactos que tenía y si no cobraba todo lo que debería haber cobrado a los miembros de la OTAN era porque quería tener la última palabra y ser el comandante en jefe. Ahora Trump cree que hace muy bien en querer que los europeos paguen más por su seguridad; pero parece no tener conciencia de que ese no-pago era parte del acuerdo, porque lo que quería Estados Unidos era ser el líder y decidir qué se hacía. Inglaterra ahora está en un dilema: ¿qué hace? ¿Sigue a Estados Unidos o se va con Europa? Estados Unidos no parece ser muy responsable de lo que hagan los demás. Parece no importarle.
Yo creo que la principal causa de este sentido imperial es, primero, el fin de la Guerra Fría. Segundo, la política interna estadunidense, la cultura política interna, los problemas, los resultados de la desindustrialización que empezó en la década de los noventa. Muchas cosas que han afectado a todo el mundo. En Estados Unidos llegó al poder una facción o un acuerdo de circunstancias donde se están enfrentando de manera constante, por decirlo gráficamente, dos grandes polos: uno que todavía cree que Estados Unidos es, recuerda siempre estas frases: Make America Great Again, The Greatest Nation in the World…, toda esta cosa siempre está ahí. El otro polo considera: apartémonos del mundo, que no nos importe. El nativismo, el sentido de que hay que encerrarse, de que hay que poner aranceles, de que hay que protegernos. Los problemas del mundo no nos importan. No son nuestras guerras, a nosotros qué nos importa.
El problema es que ahora hay un tercer factor que es americano y no lo es. Antes sí eran parte de todo este imperialismo la Ford Motor Company, Coca Cola o McDonald’s, era lo típico. Ahora el problema es que hablamos de un capital digital, de una nueva forma de imperialismo económico que está más allá de lo que Stuart Mill o los clásicos del siglo XIX llamaban free market. Se trata de capitales que se mueven en segundos por computadoras, por bytes, por todo el mundo, y que están en la coalición que hoy gobierna Estados Unidos: los Elon Musk, los Zuckerberg, todos estos. ¿Y qué quieren ellos? Primero: no regulación; hacer lo que se les da la gana. Segundo: no taxes, no naciones. Pero por otro lado: sí, la nación y todo lo que tú digas. “Ah, pero mis iPhones los armo allá”.
Es una histeria constante. ¿En realidad Estados Unidos va a invadir Panamá o Nicaragua por la Chiquita Banana Company? No. ¿Quién gobierna a estos nuevos capitales digitales? Nadie y todos. Es muy complicado. Parece muy fuerte la coalición que comenzó a gobernar Estados Unidos, todos queriendo sus intereses. Pero imperialmente esas grandes compañías sí quieren proyectarse desde Estados Unidos y poder usar todo el poder del imperio para imponerse; y, al mismo tiempo, no quieren ninguna responsabilidad imperial ni ninguna regulación imperial ni pagar ningún impuesto imperial. Tampoco es que quieran protección. Si me va mal en China, tú, Estados Unidos, invades China, como hubiera sido en el siglo XIX o principios del siglo XX. Cuando Lázaro Cárdenas nacionaliza el petróleo, las compañías de petróleo cabildean en Estados Unidos para que Estados Unidos intervenga militarmente. El presidente Roosevelt decide que no va a invadir ni usar la fuerza para el bien de las compañías estadunidenses. Estos nuevos capitales no quieren la armada de Estados Unidos, a veces parecen más que la armada de Estados Unidos. Hay una cierta debilidad en un imperio con unas fuerzas que no es que sean más poderosas que el imperio: por una parte apoyan al imperio, pero por otra no quieren ninguna responsabilidad, no quieren pagar nada por el imperio.
VV: Has mencionado muchas de las condiciones internas que imposibilitan que la noción de imperio que antes había siga construyéndose o desarrollándose. Pero ¿qué tipo de factores externos crees que van a seguir poniendo freno a esta construcción —aunque sea narrativa— del imperio que pretende Trump?
MT: Hay una cosa muy rara. En la historia de los imperios, yo creo que éste es el primero que es muy pudibundo, está muy avergonzado de sí mismo. Nunca se había visto algo así en la historia de los imperios, un imperio que no se atreve a llamarse imperio. O quizás en el periodo llamado Gilded Age —sobre todo cuando en la elección de 1900 gana un proimperialista y luego lo sigue Theodor Roosevelt, que es el gran imperialista— que se hablaba no sólo de un Destino Manifiesto religioso, sino de “somos la civilización, somos los poderosos, vamos a dominar al mundo”. Nunca, hablando del imperio como en 1900, o hasta 1945, nunca un presidente estadunidense podía decir como un primer ministro inglés podría decir sin empacho o vergüenza alguna: “Esto lo hacemos por el bien o por el mal of the empire”. Churchill mismo, en la Segunda Guerra Mundial, sabe que va a ganar la guerra con el apoyo de Estados Unidos, pero va a perder el imperio, lo sabe. Y Estados Unidos sabe que de eso se trata también: yo te ayudo, pero tú vas a perder el imperio. Y el nuevo imperio que Estados Unidos va a resucitar no necesariamente va a ser un imperio como el viejo Imperio británico; va a ser un imperio comercial, un imperio político, cultural y económico, y también un imperio territorial. Un libro reciente titulado How to Hide an Empire, de Daniel Immerwah, muestra cómo Estados Unidos tiene islas por todos lados, territorios por todos lados, bases militares. Es Alaska, es Puerto Rico, es Hawái, es Guam, un montón de islas. No es sólo un nuevo imperio comercial, no como el británico. Estados Unidos nunca se ha querido reconocer como un gran imperio, pero siempre hay un sentido imperial cuando todo presidente, no importa quién, dice las burradas que puede decir Trump. Obama lo decía: This is the greatest nation in the world. We are the best. Este sentido de “sólo mis chicharrones truenan y yo la tengo más grande que nadie” es el sentido imperial. Pero nunca se llamarán imperio. Nunca se atreven a hablar de imperio. Incluso hoy, cuando Trump rescata discursos trasnochados, no habla de imperio, simplemente de Make America Great Again. ¿Qué causas tiene este sentido imperial? Nunca se va este sentido imperial, siempre está dentro y a veces gana, a veces no. Después de la Segunda Guerra Mundial tienes el sentido de la política exterior de Nixon y Kissinger, donde se dan cuenta de que sí, son el gran poder y son el gran imperio pero tienen que lograr un equilibrio nuclear, si no se van a acabar entre todos. O… con Bush un ataque al territorio estadunidense lo que causó. Ese sentido imperial siempre está ahí y siempre hay una contra, dependiendo de las circunstancias del momento. Brilla una cosa, brilla otra. El problema es que para esta coalición que gobierna hoy Estados Unidos, que incluye una parte de grandes ideólogos que llevan años pensando cómo van a hacer America Great Again, es necesario poco gobierno, pocos impuestos y controlar la Suprema Corte. Son los ideólogos que quieren dinero y poder y están planeando esto desde hace mil años. Y luego están los grandes perdedores de los últimos cincuenta años del desarrollo en Estados Unidos, los que han sufrido la desindustrialización, los que han sufrido pérdida de trabajo. Todos éstos son blancos, negros, amarillos y de todos colores. También está el nuevo capital digital, ésos quieren libertad, no taxes. Y tienes a los partidos políticos, tanto el republicano, que por un tiempo creen que pueden estarle dictando o creen que van a hacer y comandar lo que yo llamo el manipanso —una palabra portuguesa que significa fetiche mágico africano—. Creen que van a poder usar la figura de Trump para subir o para bajar. Curiosamente la palabra “trump” en inglés significa, como en trump card, la carta que usas para ganar en el último momento, el as que te sacas de la manga. Todos creen que tienen la trump card y que la pueden gobernar; pero hasta ahora necesitan el caos. Esto es lo único que Trump ofrece constantemente. Él puede o no querer lo que los ideólogos y no le importa un bledo el aborto. A mí se me hace que es incorrecto llamarlo populista. Populismo el de México. Los de Montana y los Apalaches no reciben un dólar ni recibirán, más que gritarles a los fifís y a los cultos y a los progres todo lo que quieran, pero es todo lo que reciben. Y lo único que mantiene todo esto junto es que Trump puede decir hoy: voy a poner aranceles y no voy a poner aranceles y voy a hacer esto y voy a hacer lo otro. El caos es indispensable. Y parte de este caos es el sentido imperial.
Trump lo que necesita y lo que ofrece es el dominio de la atención, que es el gran capital de la nueva política a partir de la década de los noventa —lo inició Obama, pero sólo para sacar dinero; Trump lo usa no por inteligente sino por instinto—. Lo que domina hoy la política es el poder, y el poder se saca con atención. Cada cristiano quiere atención cada cinco minutos: cuando se come un pastel, cuando va a bailar, todo el tiempo. Y el maestro en ganar la atención hoy por hoy y en estas circunstancias es un manipanso que hace veinte o treinta años no hubiera pasado de un payaso más en la historia estadunidense, como pasó con McCarthy o con el padre Charles Edward Coughlin. Sí fueron poderosos, pero nunca iban a llegar a la Presidencia. Trump y su coalición llegan a la Presidencia en un momento donde tener atención es muy importante. Y este manipanso es capaz de mantener la atención de todo mundo en todo segundo. Aquí me tienes hablando de él.
Pero necesita el caos, porque sin el caos no hay política. Tendrías que seguir a los ideólogos o tendrías que deliver a los perdedores o tendrías que seguir la política de un partido. ¿Vamos a ser imperialistas, vamos a mandar las tropas? No. Tienes que poner los aranceles a Colombia ya, anda. No, no. Nada más era para negociar. Los Musk o los ideólogos de los think tanks, de la Heritage Foundation están buscando, a su manera, que la trump card sea la suya, que el manipanso trabaje para ellos. Y el caos es inevitable y necesario, porque si no hubiera caos no puedes mantener esta coalición. Un poco como la coalición de la presidenta Sheinbaum. Si no tienes caos, ¿qué vas a hacer? Tendrías que poner en orden a los senadores, a los diputados, a las tribus distintas.
¿Cómo se acaba el juego? Bueno, como se acabó la primera vez. Si Trump pierde las elecciones con Biden es por el covid. Esta colisión del manipanso y los demás necesita el caos, pero no aguanta una crisis. Porque en una crisis necesitas la burocracia estatal más o menos displinada; y yo le doy no más de un mes para que empiecen a pelearse los ideólogos y todos éstos. Piensa en inmigración, por ejemplo. Antes fue Steve Bannon, ahora es Stephen Miller. Miller viene a correrlos a todos y Musk sale: “No, no, no. A mí dame las H1-B Visa, porque sin eso no tengo a mis científicos indios, brasileños y mexicanos. ¿Cómo avanzo?”. Van a empezar a pelearse, pero más o menos pueden llevar en paz la creencia de que cada uno tiene bajo control al manipanso. Pero si hay una crisis ecológica, política, militar, no se sostiene. Porque entonces necesitas una estructura de Estado que funcione burocráticamente, como Biden, que fue un presidente aburridísimo, pero que funcionó. Vino la crisis, bueno, y Biden soltó el gran dinero… para poder afrontar la crisis de covid. ¿Que viene la inflación? Pues voy a luchar. Necesitas una estructura de Estado funcional, lógica, coherente con todos sus problemas, toda su lentitud y todo eso. Y este tipo de la política de buscar la trump card y de trabajar con el manipanso, con esta coalición, no aguanta una crisis.
Otra cosa que puede afectarlo mucho es que efectivamente el manipanso se salga con la suya, porque todos los demás se nulifican entre ellos y entonces haga una barbaridad. Eso es muy probable. Por lo pronto todos se pelean y él grita. Él, con tal de que parezca que la tiene más grande y que ha ganado, está feliz y tiene la atención y eso es lo vital para él. Pero si las otras fuerzas se nulifican, él puede tomar una decisión de consecuencias muy graves para él mismo. Por ejemplo, que los grandes poderes agrícolas, los grandes poderes económicos, los grandes poderes digan: “No, no, no pongas aranceles a Canadá y a México”, y que él en un arrebato porque se enfadó con la presidenta Sheinbaum haga lo que trató de hacer con Colombia y se empeñe en eso. Las consecuencias para él van a ser gravísimas, ya no te digo para México, pero para Estados Unidos.
Mauricio Tenorio Trillo
Historiador. Gustavus F. and Ann M. Swift Distinguished Service Professor of History, Universidad de Chicago. Entre sus últimos libros, Elogio de la impureza: promiscuidad e historia en Norteamérica (Siglo XXI, 2023) y La historia en ruinas: el culto a los monumentos y a su destrucción (Alianza, 2023).
Ésta es una versión editada de la entrevista que se realizó en el pódcast Control de cambios, en su episodio del 3 de febrero de 2025.