El juego de gallos en la Nueva España

El juego de gallos fue un espectáculo que atrajo la atención de los mexicanos de todas las clases sociales, desde los prelados y otras autoridades virreinales hasta los indios, esclavos y vagabundos. Llegó a ser más popular que las corridas de toros por las apuestas en las que se acercaban y participaban por igual clases y castas, incluso damas de la alta sociedad.

Este juego tuvo su origen en la Grecia de Temístocles y según el Padre Cavo llegó a México desde la China en la época precortesiana, aunque el padre Bernabé Cobo dice que era una práctica de los españoles, quienes jugaban desde la Edad Media. A partir del XVI se exportaron a las Indias los gallos jerezanos. Se celebraban peleas en India, Persia, China y Grecia. Hacia 1596 el viajero italiano Carletti vio peleas de gallos en Filipinas, que se llevaban a cabo igual que las de la Nueva España, con el hierro pinchante y cortante colocado en el espolón, que podía llegar a hacer heridas mortales al gallo perdedor. Pero cuando sólo eran heridas superficiales se las curaban, como informa el italiano, “con bálsamos y aceites preciosos, acariciándolos y rociándolos con vino, y los confortan con cosas buenas para comer […] son criados con mucho cuidado e intimidad, teniéndolos en sus habitaciones, no dejándolos tratar con las gallinas, a fin de que estén más enamorados y celosos de ellas, que son las causas por las que combaten unos contra otros”.

Las modalidades de juegos de gallos eran variadas. Recordemos el rey de gallos de la picaresca en El Buscón y en la Vida de Marcos de Obregón, en las que el niño se vestía de rey y acudía muy bien engalanado. En el virreinato se acostumbraba correr gallo: algún muchacho a caballo y a gran velocidad cortaba la cabeza con la espada a un gallo colgado de una cuerda, o bien se enterraba hasta el pescuezo y con una venda en los ojos tenían que cortar la cabeza al animal.

Ilustración: Kathia Recio

Fuera en la península ibérica o en la Nueva España, al mismo tiempo que suscitaban críticas y prohibiciones los juegos también producían rentabilidad a la Corona. Se pensó en reglamentarlos “mediante la creación de arrendamientos a particulares (en forma de oficiales, administradores, etcétera) y recaudaciones obligadas”, según cuenta García Santo-Tomás. El juego de naipes y la pelea de gallos se disputaban frecuentemente la popularidad, aunque los naipes proporcionaban mayores ingresos a la Real Hacienda. El fraile viajero Ajofrín informa que los ingresos de los naipes ascendían a 70 000 pesos y los de los gallos, a 30 000 pesos al año. Ajofrín describe las casas con patio y asientos alrededor donde se hacía esta diversión, donde las navajas corvas en las patas de los gallos podían atravesar todo el pecho de un solo golpe y caer muerto el animal.

Las Reales Cédulas y los bandos de virreyes y arzobispos arrojan información sobre los años de prohibiciones, lo cual indica claramente que el juego continuaba de manera clandestina. La primera vez que se prohibieron juegos de azar como naipes, gallos, dados data de 1525; en el XVII continuó la prohibición aunque aún se jugaba a juzgar por la cédula real de 1688, en la que se prohibió el juego de los gallos. En el XVIII la dinastía borbónica mantuvo la actitud contraria a las peleas de gallos, hasta que en 1726 Felipe V decidió darle forma legal a este juego y se convirtió en un Ramo de la Real Hacienda. Le concedió la licencia al asentista Isidro Rodríguez para que se jugara gallos pero con ciertas condiciones: que se hicieran en parajes públicos, los días festivos y a partir de la una de la tarde; vigilarían los ministros de justicia y no se admitirían hijos de familia ni esclavos. No obstante, el juego se convirtió en una diversión poco honesta porque acudían gran cantidad de vagabundos. Se llegó a prohibir la entrada a “gente baja y descalza”. Era centro de reunión de ladrones y bandidos, los padres de familia derrochaban en el juego y en las apuestas y no llevaban el dinero a casa. Tanto quienes cuidaban los gallos como quienes ponían las navajas y los apostadores usaban malicias y engaños. Para los jugadores las penas por hacer trampas eran de azotes o de destierro. El obispo Aguiar y Seijas, dice María Justina Sarabia, llegó a dar un edicto amenazando con la excomunión a los jugadores, dueños y criadores de gallos. En 1702 el alcalde don Francisco de Saraza y Arce prendió a quienes estaban en el juego de gallos y al año siguiente se prohibió a los clérigos asistir a las casas de juego de gallos y de naipes, bajo pena de excomunión. Si seguimos las noticias de las Gacetas de México eran muy comunes las peleas de gallos, como nos cuenta un gacetista de la época. Sahagún de Arévalo trata de encontrar un porqué a los combates de estos animales al tiempo que instruye sobre la calidad de los buenos peleadores:

La pelea de gallos es tan antigua como ellos, pues desde que nacen son enemigos de otra compañía, por altivez o por celos, y de aquí parece tiene origen la antipatía que tienen unos con otros, pues con sólo verse en un espejo acometen en su figura. Para ser gallo bueno ha de ser cuando pequeño gallo muy vivo y cantador, de voz recia y abultada, cresta arpada, cabeza gruesa, pico agudo y grueso, orejas blancas y grandes, barbas largas, mezcladas de blanco y colorado, cuello levantado y poblado de pluma dorada y larga, pies y pecho fuertes, alas grandes, cola alta y crecida, ojos negros y pintados, color negro y rubio, atrevido y alegre de natural.

El padre Viera describía la Casa de Gallos como una plaza circular cuya circunferencia estaba hecha de asientos en la parte baja y en la parte alta cuartos cubiertos de celosías. Cuando no había gallos este palenque servía también para que los maestros de esgrima practicaran con sus alumnos. El juego siguió arrendado a particulares hasta que fue prohibido en 1789 por el virrey, conde de Revillagigedo.

 

María José Rodilla
Profesora investigadora de la UAM-Iztapalapa, su último libro es De belleza y misoginia. Los afeites en las literaturas medieval, áurea y virreinal (2021).

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