Letras con setas (y otros hongos)

Nadie que haya crecido en los ochenta ignora que en la caricatura Los pitufos las casas de esos suspiritos azules eran hongos. Los cientos de millones de jugadores de Super Mario Bros saben que en el Reino Champiñón lo que da el superlativo a las aventuras de su protagonista es un hongo. A quienes siguen el apocalipsis fúngico de The Last of Us no les resulta nada ajeno saber que hormigas y otros insectos pueden ser zombificados por ciertos hongos… En las historias que nutren cómics, animación, videojuegos, cine y televisión, champiñones, setas, trufas, levaduras, mohos y líquenes brotan —siendo redundantes y precisos— como hongos, pero en la ficción el reino de los hongos —el Fungi— es, seguramente, más antiguo incluso que las narraciones escritas.

Lo que sigue es una breve búsqueda y recolección, en las páginas de la literatura, de estos seres vivientes que, a diferencia de las plantas, son incapaces de producir su propia comida y que, al igual que nosotros, tienen que obtenerla de otros organismos o de materia orgánica muerta. Esperamos que el paseo sea tan disfrutable como una trufa, unas setas salteadas o una crema de champiñones (según el gusto).

Bailando por un sueño… de éxito reproductivo

“Ser aficionado al baile ya era en cierto sentido un paso hacia el enamoramiento”, consideran la señora Bennet y su esposo en las páginas de Orgullo y prejuicio. Manifestan así la posibilidad de que la práctica de esa afición por el señor Bingley quizás lo convirtiera, si no en un Fred Astaire, al menos en un prospecto deseable como pareja —dancística y, en definitiva, nupcial— para alguna de sus cinco hijas, en alguno de los numerosos bailes en los que avanza, gira y se resuelve buena parte de la novela de Jane Austen.

Al mostrar por la vía de la ficción que bailar, y hacerlo bien, facilita a los miembros de nuestra especie encontrar y elegir con quién reproducirnos, Jane Austen se adelanta  más de medio siglo a El origen del hombre y la selección en relación al sexo (publicado en 1871), donde Charles Darwin propone acertadamente que, al igual que en los varios ejemplos de especies aviares que describe en esta obra, la habilidad dancística de un individuo es como un sello de garantía de su calidad biológica.

Encomio del aburrimiento

El aburrimiento es, según Søren Kierkegaard, la raíz de todo mal. Si de esta raíz filosófica germina un muy tangible infierno de aburrimiento, para Victor Hugo ese lugar tendría que ser más terrible que un infierno dantesco de sufrimiento. También Isaac Asimov prefería este último averno, aunque trasplantaba el lugar de eterno aburrimiento al cielo. Una eternidad de celestial aburrición en el Jardín del Edén justificaba con creces, para Chuck Palahniuk, comerse una manzana… quizás más por ver qué más pasaba al hacerlo, que sólo por averiguar a qué sabía. Y mucho más allá del bien y del mal, Friedrich Nietzsche, junto con su advertencia a no volvernos estúpidamente santos y —¿en consecuencia?— aburridos, nos cuestionaba si la vida no era cien veces demasiado corta (y en comparación con la eternidad, es claro que se queda corto) para aburrirnos en ella.

Menos ilustres que éstos y otros autores, pero igualmente ilustrativas de la extensa negatividad asociada a la aburrición, son las recriminaciones que hacemos, o merecemos, al aburrirnos o aburrir a otros (peor aún si de evitar esto último depende, en buena medida, ejem, nuestro trabajo): “Te aburres porque quieres”, “El aburrimiento es falta de creatividad”, “Si estás aburrido, ponte a barrer” y admoniciones similares.

Polloglifos y bipolaridad creativa

“No alcanzo a comprender cómo [el galerista] pudo notar una mancha de foie gras en una pintura de Jackson Pollock”, confiesa el psiquiatra Niles Crane, personaje ficticio de la serie televisiva Frasier en uno de los episodios. Lo que no ha pasado inadvertido, pero sí negado por más de un galerista y crítico de arte, es la presencia de elefantes, monos beodos y payasos, entre otras figuras —más propias de un circo que del expresionismo abstracto fundado por Pollock— escondidas entre los desparramados colores y trazos de sus pinturas más representativas.

Un equipo de psiquiatras y neurocientíficos asegura que no es la pareidolia —fenómeno psicológico, por demás común, que nos lleva a imaginar caras, animales y objetos diversos en la forma de las nubes— culpable de que veamos el perfil del rostro de una mujer o al mismísimo creador de la técnica pictórica de goteo entre botellas de licor, en cuadros pintados por Pollock al salpicar frenética y erráticamente los colores en el lienzo.

Ficción: literaria o popular

“En cien años, la gente escribirá muchas más disertaciones sobre Harry Potter que sobre John Updike”, apuesta el exitoso autor de mágicas y coloridas sagas de fantasía, Brent Weeks. Y basa su predicción en que, a juicio suyo: “… Charles Dickens escribió ficción popular. Shakespeare escribió ficción popular […] El meollo del asunto es cómo queremos definir literatura”.

Si aceptamos la premisa brentiana y hablamos de literatura de ficción en su significado más amplio, nada hay que objetar sobre poner en la misma canasta, o en el mismo estante, a Jackie Collins y Toni Morrison, a James Clavell y Thomas Pynchon… Si separar a la ficción en literaria y popular, en artística y de género, en alta y baja literatura, es sólo obra de los tiempos, pedantería académica o esnobismo intelectual, para lectores libres de prejuicios este modelo binario sería tan inútil como cualquier otra propuesta que pretenda dividir lo que las letras han unido. Sin embargo, hay evidencia empírica suficiente —y ajena por completo a juicios estéticos— para apoyar dichas clasificaciones de la ficción.

Misofonía: cuando un sonido resuena a odio

Uno de los episodios pintorescos de la vida de Immanuel Kant involucra al gallo de un vecino cuyo canto, según su biógrafo Ludwig Ernst Borowski, era tan insoportable a los oídos del filósofo que, tras haber intentado sin éxito comprar el ave para enmudecerla y “obtener paz”, se vio forzado a mudar de residencia. Esta reacción casi extrema de Kant llevó a Arnaud Norena, experto en neurotología(una simbiosis médica entre neurología y otología) a aventurar la hipótesis de un padecimiento: misofonía.

El chirrido de un gis en el pizarrón y escenarios como el de una persona mascando chicle con la boca abierta, sorbiendo sopa al comer, sonándose la nariz en público o tosiendo en el cine, el teatro o la sala de conciertos, pueden resultarnos sumamente molestos e irritantes y provocar que busquemos la forma —no siempre muy educada— de que las personas no lo hagan más.