Salud por omisión: Es lo que es. Hay lo que hay

Los hospitales

“Es lo que es”, dice una señora a su amiga que fue a visitarla mientras espera. Ellas siguen platicando, no les interesa la oración. Es miércoles 16 de abril y son las dos de la tarde afuera del Hospital General de México. Se abre un paréntesis religioso en medio del caos y la muchedumbre. Sucede una “misa” repentina. Más de cuarenta personas amontonadas sobre la banca con marquesina que está afuera de Urgencias repiten tras una mujer joven: “Por su dolorosa pasión, ten misericordia de nosotros y del mundo entero”.

“Este hospital siempre ha acogido a mi familia y hemos pasado situaciones muy difíciles; nosotros podemos entender lo que están pasando y por eso les queremos decir: ‘No están solos’, sus oraciones han sido escuchadas. El Señor jamás desprecia a un alma que sufre, así como están, aunque le han hecho berrinches al Señor y le hayan dicho: ‘¿Y luego? ¿Dónde estás, Dios?’, incluso él así te ama. El Señor te quiere decir que te ama infinitamente y lo que te está pasando no es porque él te esté castigando”.

Las cuadras que rodean al Hospital General de México giran en torno a él: los negocios de las calles aledañas son farmacias, florerías, (demasiadas) funerarias, puestos de comida, venta de ropa quirúrgica y uniformes médicos.

Soledad Loaeza

Este año Soledad Loaeza cumple 75 años. En su casa, nexos, hemos emprendido una celebración de su persona y su obra. Empezamos con las columnas de Ángeles Mastretta y José Antonio Aguilar Rivera. Seguimos con un perfil de Soledad Loaeza elaborado por Julio González y un ensayo de Jesús Silva-Herzog Márquez. En la sección Palomar, gracias a Adolfo Castañón, recuperamos un texto de la misma Loaeza sobre gastronomía. En sucesivas entregas para nuestra edición digital continuaremos esta celebración.

La fortuna ha querido que, por varios años ya, el salón de clase se expandiera a su cubículo en el Ajusco, pasara a los correos y poco después a algunos restaurantes, algún evento al que me ha invitado como su asistente, a su departamento en Ciudad de México o su casa en Morelos. Cada tanto una visita junto a otros compañeros de generación para comer o tomar café, para conversar sobre nuestra alma mater, de libros y películas que nos entusiasman, de política nacional e internacional, de historia próxima o lejana; a veces sólo por el gusto de hablar de la vida y reír.

La curiosidad de la profesora Soledad Loaeza es infinita, como lo es su inteligencia y sus agudas observaciones sobre la historia europea, el quebrado sistema de partidos en México, el conservadurismo y las clases medias, el presidencialismo mexicano o uno de sus temas insignia: el Partido Acción Nacional. La politóloga más brillante de su generación, una voz indispensable en la vida pública, una maestra que exige rigor y claridad, pero que guía con generosidad y desborda formas creativas para acercarse a los problemas y enigmas de la política.

Sin saberlo o planearlo en un principio, nos hemos visto varias ocasiones desde el año pasado. En algunas empecé a tomar notas, en otras encendí una grabadora, a veces decidí que sólo quería platicar y dejar que la memoria jugara: que recree o invente a la manera proustiana. Quise que ésta fuera una conversación fragmentaria, que el río corriera y saliera de los márgenes, saltando de una cosa a otra, que los 75 años de vida de mi profesora se tornaran lentamente en ciertos episodios, temas, nombres y apellidos, obras, lugares e instituciones. Que la imaginación y buen humor de Soledad Loaeza trasminaran cada palabra.

Soledad Loaeza: el dios Jano y la ciencia política

Al recibir la Orden de la Legión de Honor, Soledad Loaeza identificaba su deuda intelectual con Francia y recordaba que, cuando empezaba sus estudios universitarios, no era natural para una mujer como ella dedicarse al estudio de los partidos, el conflicto, la ley. &;“Nunca creí que mi vocación fuera estudiar el poder y la política. Cuando empecé mi carrera eran poquísimas las mujeres, si alguna había, que discutían los asuntos públicos, y cuando lo hacían eran vistas como rara avis. Créanme, cuando una mujer hablaba de política la miraban como si estuviera violando el artículo primero de la Constitución”. Pero las preguntas que planteaban historiadores y politólogos sobre el pasado y sobre lo que estaba aconteciendo le resultaban fascinantes. Soledad Loaeza entendió de inmediato que, debajo de las estrategias de los partidos y de las reglas que encauzan la lucha electoral, que detrás del choque de las ideas y de la efervescencia de las pasiones políticas se esconden los misterios de lo humano.

Una imagen aparece una y otra vez en sus reflexiones: la de Jano, el dios que mira simultáneamente hacia adelante y hacia atrás. El dios de las puertas, el guardián de entradas y salidas, de comienzos y destrucciones era un emblema perfecto. La imagen del dios Jano que toma de Maurice Duverger registra el dominio de la política como espacio de tensiones irresolubles. Ahí se cruzan memoria e ilusión, la carga de la herencia y el impulso del experimento. En la política hay brutalidad y convenio; fuerza y ley. En su Introducción a la política, Duverger recurre a la deidad romana para hablar las dos miradas del poder que han marcado el entendimiento de la política. Para unos la política es enemistad, lucha; pelea por la dominación y el deseo de imponer una voluntad sobre otras. Para otros, la política es el esfuerzo por construir orden y alcanzar justicia. Es un lenguaje común, la arquitectura de la convivencia. Para los primeros, decía el estudioso de los partidos políticos, la política sirve para mantener los privilegios de la minoría; para los segundos, es el diálogo que cultiva comunidad.

PRD
Crónica personal de un naufragio

En agosto de 2015 fui invitado a afiliarme al Partido de la Revolución Democrática y a competir por su presidencia. Me invitaron dirigentes de las dos corrientes perredistas más grandes, Nueva Izquierda (NI) y Alternativa Democrática Nacional (ADN), cuando yo era diputado federal electo por ese partido en calidad de externo. La invitación me dejó perplejo. Cierto, soy socialdemócrata y, si bien llevaba entonces una década de lleno en la academia, tenía credenciales políticas como exdirigente y exdiputado colosista y como simpatizante del PRD. Pero simpatizar no es militar, y mi militancia en el perredismo era nula. Dos factores explicaban la insólita propuesta: 1) a mediados del sexenio de Enrique Peña Nieto se volvió políticamente inconveniente para el perredismo mantener su sociedad con el gobierno iniciada en el Pacto por México, debido a que se evidenció la gigantesca corrupción del priñanietismo —de la cual yo había sido muy crítico desde mi trinchera académica y periodística—; 2) la crisis perredista obligaba a abrir a la sociedad civil las puertas del partido.

Cuando le pregunté a la primera persona que me lo pidió por qué había pensado en mí, su respuesta fue una sincera, cruda y estremecedora autocrítica: “Porque tú sí puedes mandar a la chingada a Peña y a Manlio”, me dijo textualmente. Y sí, eso era lo que pedía a gritos el PRD. La atrocidad de Ayotzinapa le había pegado en la línea de flotación a una embarcación ya horadada por la salida de Cuauhtémoc Cárdenas y de Andrés Manuel López Obrador —quien se llevó millones votos a Morena—, la falta de credibilidad en los líderes tradicionales por la inveterada guerra entre tribus y por su cercanía con el oficialismo: todo conspiraba contra los esfuerzos endógenos de enmendar el plan de navegación. En medio de la crisis más profunda de la historia del partido, el presidente y el secretario general del Comité Ejecutivo Nacional anunciaban su renuncia y querían dar un golpe de timón para alejar al partido del gobierno. Decidí considerar la invitación porque sabía que, de llegar a ese cargo, tendría instrumentos para combatir a un gobierno corruptoy también —lo admito— porque la locura de la propuesta revivió el idealismo de mi juventud, sepultado bajo los escombros del malhadado proyecto de Colosio. Yo entré a la política a los 23 años, en calidad de soñador y con bastante ingenuidad, y requerí una buena dosis de masoquismo para ejercerla siempre con más dolor que placer; tras bastantes decepciones, con un amigo asesinado, me retiré de ella asqueado.

Pero las esperanzas son como las cucarachas: uno puede lanzarse contra ellas a escobazos y pisotones sólo para descubrir, cuando las cree muertas, que se levantan y vuelven a correr. Así que a fin de cuentas acepté el desafío. Sabía que el PRD estaba al borde del naufragio, pero me envolvió un aluvión de entusiasmo e imprudencia juvenil. Recordé una frase que asocio con Tocqueville, pero cuya fuente no acierto a ubicar: en tiempos de cataclismos hay que escuchar a los locos. Y los escuché, me escuché: me subí al averiado barco a buscar el timón. Por cierto, mi entrada al proceso de sucesión no garantizaba mi triunfo: había en principio voluntades importantes, susceptibles de convertirse en el respaldo en bloque de NI y ADN y con ello en más de la mitad de los votos del Consejo Nacional, pero ni lo de NI estaba cocinado ni me bastaba ese respaldo, pues necesitaba mayoría calificada. Por eso me dediqué a cabildear con las demás tribus para construirla. Más temprano que tarde corroboré lo que me temía sobre el apoyo de NI. Hubo renuencia de su líder, quien estaba molesto porque no se le consultó ni la renuncia del presidente ni la idea de un sustituto externo. Finalmente, tras una conversación conmigo, a regañadientes, dio su anuencia y mi candidatura, que para entonces ya contaba con adeptos entre los grupos minoritarios, se consolidó. Entonces lo acabé de entender: no me habían ofrecido la presidencia del PRD, sino la posibilidad de ser un candidato fuerte.

Verdad y memoria
1965-1990

En octubre de 2021 fue creada por decreto presidencial la Comisión para el Acceso a la Verdad, el Esclarecimiento Histórico y el Impulso a la Justicia. Su tarea era investigar las violaciones a los derechos humanos cometidas por el Estado mexicano entre 1965 y 1990.

Ni esclarecimiento ni reparación

Los dos informes del Mecanismo de Esclarecimiento Histórico (MEH) de la Comisión para el Acceso a la Verdad, el Esclarecimiento Histórico y el Impulso a la Justicia (CoVEHJ), Fue el Estado, 1965-1990 y Verdades innegables. Por un México sin impunidad plantean cuestiones éticas, políticas, jurídicas e historiográficas que deberán ser materia de análisis para las víctimas (tanto incluidas como excluidas del informe), los especialistas en la materia y los encargados de diseñar las políticas de derechos humanos en México. Este ensayo se refiere a algunas de las cuestiones que considero más apremiantes.

El decreto para crear la comisión dejaba asentado su carácter presidencial, dependiente del financiamiento del Estado y del trabajo en equipo de diferentes organismos públicos: no se trataba de una comisión de la verdad en estricto sentido —como las de países en América Latina que tuvieron conflictos armados internos—. El presidente Andrés Manuel López Obrador le apostó a una comisión oficial para investigar sólo los años de la Guerra Sucia, de 1965 a 1990. Tal estrategia debió parecerle la más segura e inofensiva, ya que la mayoría de los represores de aquellos años han muerto o son demasiado seniles para ser enviados a la cárcel, por la ley que otorga prisión domiciliaria a las personas mayores de 70 años.

El proceso de selección de los cinco comisionados honorarios estuvo en manos de los colectivos de familiares de desaparecidos y exguerrilleros del periodo de la Guerra Sucia, aunque esto nunca se transparentó. (No se hicieron públicos los puntajes de los postulantes). La Subsecretaría de Derechos Humanos, Población y Migración presumió que se trataba de una comisión formada por las víctimas para las víctimas. Resultaba evidente que el mandato de la CoVEHJ era atender las demandas de esas víctimas en específico, en torno a las cosas que ellas han pugnado por saber desde hace décadas: el destino de los detenidos-desaparecidos, los nombres de los miembros de las corporaciones policiacas y militares responsables de crímenes atroces, y las fuentes de financiamiento de la contrainsurgencia. No obstante, el decreto de la comisión era muy amplio y en ninguna parte propuso el estudio específico de la Guerra Sucia. Así, cualquier tema relacionado con violaciones graves a los derechos humanos entre 1965 y 1990 parecía bienvenido.

Crónica de una injusticia anunciada

Tantos informes.
Tantas preguntas.
—Bertolt Brecht, “Preguntas de un obrero que lee”

Hoy contamos con numerosos y detallados informes y con profundas investigaciones de comisiones de la verdad que identifican a los autores intelectuales y perpetradores de la Guerra Sucia en México. Conocemos a los torturadores y a los asesinos. Entonces, ¿por qué la justicia, como el Godot de Samuel Beckett, nunca llega?

Micaela Cabañas Ayala dio sus primeros pasos en el Campo Militar Número Uno en Ciudad de México. Fue víctima de detención extrajudicial y tortura junto a su madre, Isabel Ayala Nava; llegó a la base militar siendo una recién nacida a finales de 1974. En una ceremonia celebrada en esa base el 22 de junio de 2024, contó su historia ante una audiencia que incluía al presidente Andrés Manuel López Obrador y a altos mandos militares. Su joven madre sufrió tortura y violencia sexual durante “la mal llamada Guerra Sucia”. Pero “ella me defendía”, dijo, cuando los soldados entraban en su celda y le ponían un arma en la cabeza. Querían saber el paradero de su padre, un maestro comunista de una escuela rural que lideraba la guerrilla —“la revolución de los pobres”— en las montañas de Guerrero. Los soldados buscaban a Lucio Cabañas Barrientos.

Micaela aprendió a caminar, hablar y correr como una prisionera infantil dentro de una base militar que funcionaba como centro clandestino de tortura y exterminio. Volvió a ese espacio de terror estatal para testificar, hablar y encarnar un pasado no resuelto, marcado por la impunidad de los torturadores y la falta de justicia para las víctimas.

La guerra contra las drogas 1965-1990

En los últimos meses, el Mecanismo para la Verdad y el Esclarecimiento Histórico publicó sus conclusiones sobre la represión estatal entre 1965 y 1990 en los informes Verdades innegables y Fue el Estado. Por desgracia, ambos documentos tienen el mismo problema: la falta de acceso a los archivos militares que el Estado prometió en un inicio a las personas a cargo de las investigaciones. Más de trescientas solicitudes de entrevistas con personal militar fueron rechazadas.

Esto muestra que el tipo de justicia transicional, que ha dado forma a la política contemporánea en Perú, Chile y Argentina, sigue siendo letra muerta en México. Según Guillermo Trejo, Juan Albarracín y Lucía Tiscornia, este fracaso tiene efectos perniciosos a largo plazo, como la expansión del crimen organizado y la omnipresencia de la impunidad judicial. México, como comenta el historiador Thomas Rath, todavía vive en el “impuniverso”.

A pesar de esa debilidad compartida, los dos informes son muy diferentes. El primero, dirigido por Eugenia Allier Montaño, es un ejercicio cínico de la politización de la memoria. Analiza muy poca información más allá de lo descubierto por la Fiscalía Especial para Movimientos Sociales y Políticos del Pasado de 2006. Afirma que la masacre de Tlatelolco de 1968 fue un “genocidio” independiente. Al hacerlo, crea una jerarquía de violencia de Estado: si Tlatelolco fue un hecho aislado, es posible conmemorarlo y al mismo tiempo olvidar las estructuras estatales que destruyeron (y siguen destruyendo) las vidas de miles de personas más.

La Guerra Sucia: Discrepancias

De la forma: dos no son más que uno

Muchos esperamos que los informes públicos del Mecanismo de Memoria Histórica conduzcan a una discusión renovada, informada, amplia y disciplinada sobre la naturaleza, modalidades y consecuencias políticas y humanas de lo que se conoce como Guerra Sucia. Pero de inmediato surge un asunto espinoso: la obligación del reseñista de denominar en plural un objeto que debió ser sólo uno. El documento Fue el Estado, 1965-1990 lo firman los comisionados Abel Barrera Hernández, David Fernández Dávalos y Carlos A. Pérez Ricart; Verdades innegables. Por un México sin impunidad sólo lo firma Eugenia Allier.

El decreto presidencial que el 6 de octubre de 2021 creó la Comisión para el Acceso a la Verdad, el Esclarecimiento Histórico y el Impulso a la Justicia de las violaciones graves a los derechos humanos cometidas de 1965 a 1990 ordenaba a ésta, en su artículo cuarto, presentar al “Ejecutivo Federal, a las víctimas, sus familiares, a las personas sobrevivientes, un informe final de esclarecimiento histórico de los hechos, procesos, instituciones y responsables que hicieron posible la comisión de graves, sistemáticas y generalizadas violaciones a los derechos humanos por parte del Estado mexicano”. El lector tiene que ser flexible e imaginativo para asumir que dos informes son uno. El lector tiene que ser tolerante para obviar la obligación de la minoría de plegarse a la mayoría de la Comisión. Las diferencias sustanciales se resolvieron de manera colegiada y, en último caso, con el recurso a un voto particular de la minoría en el formato de un informe único. No es un asunto formal: es la enfermedad sectaria de la cultura política haciendo estragos en el trabajo colegiado de una comisión del Estado mexicano. Más aún, es un síntoma de la manera en que una responsabilidad pública languidece en aras de que alguien se salga con la suya.