El liderato estadunidense frente al sur global

El regreso de Donald Trump a la Casa Blanca es considerado por muchos como el fin de una era. El orden lidereado por Estados Unidos, el orden internacional liberal, puesto en pie tras la Segunda Guerra Mundial y que se paseó triunfante por el mundo tras el fin de la Guerra Fría, ya no existe. De hecho, el secretario de Estado estadunidense, Marco Rubio, describió ese orden como “obsoleto” durante sus audiencias de confirmación en enero de este año. En su lugar ha surgido una cruda visión del mundo: sólo el interés nacional rige las relaciones internacionales; la transacción es el nombre del juego; y el poder manda.

Para muchos en el mundo en desarrollo, sin embargo, la muerte de ese orden encabezado por Estados Unidos no debe lamentarse. Al fin y al cabo, como suelen señalar estos países, el orden internacional liberal a menudo no era ni liberal ni internacional ni ordenado. Además, tuvo dificultades para incluir de forma significativa a los países no occidentales. Los gobiernos de las llamadas potencias medias, como Brasil e India, llevan mucho tiempo quejándose de que las instituciones y estructuras mundiales siguen alineadas de manera desproporcionada con los intereses de los países ricos en detrimento del resto.

El sur global es una categoría amorfa y muy debatida, que incluye un amplio abanico de países. En pocas palabras: describe a la inmensa mayoría de la población mundial que vive en países que fueron colonizados en África, Asia, Oriente Medio y América Latina. Algunos especialistas añaden China a la mezcla —en las Naciones Unidas, China figura como miembro del G-7, la coalición de países en desarrollo—, pero su inclusión se presta a confusión. La principal economía manufacturera del mundo —la fábrica del globo— difícilmente puede considerarse un país en desarrollo, aunque Pekín insista en lo contrario. Lo único que parece unir a esta enorme agrupación de Estados es una insatisfacción compartida con el orden internacional tal como existe.

Una forma en que los países del sur global quieren cambiar ese orden es reformando las instituciones multilaterales, como el Consejo de Seguridad de la ONU, el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, para hacerlas más representativas. Este esfuerzo se enfrenta a serios obstáculos y parece poco probable que dé resultados significativos en un futuro próximo. Estos países también han manifestado su interés por sustituir al dólar como moneda de reserva e instrumento comercial. Y, a sabiendas o no, apoyan a China en cuestiones polémicas relacionadas con el medioambiente, los derechos humanos y la gobernanza democrática. En una época de pugnas entre grandes potencias, este tipo de defensa desde el sur global corre el riesgo de llevar agua al molino de Pekín, favoreciendo el ascenso de China y acelerando el declive de Estados Unidos.

Estados Unidos, el imperio del caos
Entrevista con Mauricio Tenorio

El imperialismo estadunidense ha sido una constante histórica, desde su expansión de territorio hasta su influencia global tras la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, la era contemporánea, marcada por figuras como Donald Trump, ha puesto en evidencia un imperio que combina ambiciones desmesuradas con una notable debilidad económica, política y militar.

La retórica imperialista de Trump, llena de simbolismos y provocaciones, resucita viejas narrativas del Destino Manifiesto, mientras confronta una realidad de derrotas militares, abandono de aliados y crisis internas. ¿La presidencia de Trump es un reflejo de la decadencia del imperio o una revitalización de su poder?

Para entender esa dinámica, conversamos con Mauricio Tenorio, historiador y profesor de Historia en la Universidad de Chicago, sobre las raíces del imperialismo, su evolución tras 1945, y cómo las acciones y discursos recientes proyectan ambiciones e incapacidad.

Valeria Villalobos: Mauricio, hagamos un poco de historia: ¿cuáles son los principios del imperialismo estadunidense y cuáles son los discursos que lo sostienen?

Mauricio Tenorio: Generalmente, los historiadores ubican el principio del imperialismo estadunidense en 1898. Algunos a partir de 1846 y 1848 con la guerra con México. Pero en realidad mi opinión, y la de varios colegas míos, es que Estados Unidos nace imperial: es nación para ser imperio y es imperio para ser nación. Siempre lo fue. Surge como la unión de varias colonias independientes, que no de toda la América británica. Recordemos que en Canadá las colonias hacia el norte no siguieron a los revolucionarios de las trece colonias, y que en 1812 Estados Unidos se va a la guerra con el Imperio inglés, y contra los aliados indios para liberar a Canadá y no lo logra. Tú puedes decir: “Eso es como San Martín y Bolívar tratando de liberar a Perú que no quería ser independiente”; pero también puedes verlo como el imperialismo norteamericano que quiere comerse la parte canadiense, como ahora anuncia el presidente Trump que resucita 1812, y muchos otros intentos a lo largo del siglo XIX y XX, para hacer de Canadá uno o más estados de la unión estadunidense.

En la guerra contra México hubo una evidente oposición antiimperial —sin tomar en cuenta todas las luchas con los indígenas y los distintos lugares— y  una imperial. Lo mismo en la compra de Alaska, Florida y Hawái. Después de 1898 Estados Unidos sale completamente del clóset como imperio. No sólo por la guerra con España —que fue una guerra muy chiquita por Cuba, Puerto Rico y Filipinas—, sino por las consecuencias en el momento de comprar Alaska y en el momento de la anexión de Hawái. Es el momento en que Estados Unidos se enfrenta contra unos Washingtons filipinos que querían ser independientes. Es una guerra larga y muy penosa, que es nada más que imperial. Estados Unidos estaba defendiendo una colonia en Filipinas en contra de gente que quería ser independiente.

A partir de entonces surgen grandes movimientos a favor y en contra del imperialismo. Primero, así como el presidente Polk a mediados del siglo XIX era un gran imperialista, también había un gran movimiento antiimperialista y pacifista. Un gran poeta romántico estadunidense, James Russell Lowell, fue un gran opositor antiimperialista frente a la expansión a México. Y así, a finales del XIX y principios del XX hubo grandes antiimperialistas, como William James y Mark Twain. Hubo, también, un partido antiimperialista que se opuso a lo que Estados Unidos estaba haciendo en Cuba, Puerto Rico, Filipinas y Hawái.

Luis Miguel Aguilar:
Todo el camino

La aparición bilingüe de los Selected Poems de Luis Miguel Aguilar, en traducción de Kathleen Snodgrass (Shearsman Books, 2024), constituye una agradable sorpresa para quienes hemos seguido su obra durante casi medio siglo. Revela, asimismo, el catálogo de poemas que el autor y la traductora han decidido compartir con el mundo anglófono, uno de los favoritos del autor. Los 47 textos congregados en esta muestra indican el largo y sinuoso camino del poeta mexicano. Quisiera recoger en esta nota algunos de los asombros que me deparó la lectura en espejo de este volumen. Seré personal, digresivo y anecdótico. Espero justificar en los siguientes párrafos este temerario método de acercamiento y mi afición por su poesía.

Desde sus inicios, en Medio de construcción/ Todo lo que sé – Medium of Construction – Everything I Know (1979), Luis Miguel Aguilar se anunciaba como un curioso y dilatado lector, un escritor de versos precisos, poseedor de una temática referencial, amena y culta. José Joaquín Blanco, el crítico por excelencia de esa época, lo (a)notó de inmediato: “La poesía de Aguilar es como ninguna otra en México en las décadas recientes. Tal vez esa posición deliberadamente aislada sea arrogante. Es una opción superior en la literatura mexicana contemporánea”.

Blanco menciona una cierta actitud de aislamiento y “arrogancia”. He conocido la obra de Luis Miguel Aguilar desde aquella primera colección de poemas. Hay múltiples ecos. Aparecen Robert Burns, Matthew Arnold, Villon, Maquiavelo, Andrea del Sarto, los pintores prerrafaelitas, T. S. Eliot, Jaime Sabines, De Quincey, los Señores de Xibalbá, etcétera. Un amplio índice de artistas y de citas. ¿Arrogancia? Yo recuerdo a Luis Miguel Aguilar, en la preparatoria, en un recreo. Mientras jugábamos y chacoteábamos en el patio escolar, divisé a Luis en un aula del segundo piso del edifico del CIE [Centro de Interacción Educativa, escuela hoy desaparecida], leyendo. Me dio curiosidad. Subí y lo hallé en las gradas del salón, inmerso en la lectura. Le pregunté qué hacía. Y me contestó, con su acostumbrada sonrisa y pasión, que se trataba del primer tomo de En busca del tiempo perdido, de Marcel Proust, en la traducción de Jorge Guillén, de Alianza Editorial. No había ninguna arrogancia, sino unas ganas tremendas de saber más, averiguar más, leer más y compartir más. Una vocación madura del lector y escritor que todavía es. Hace algunos meses, en la azotea de su casa, al darme este libro bilingüe, envueltos por el color lila de las jacarandas, le conté esa memoria y me la confirmó. Es verdad, Luis Miguel Aguilar tendría unos 18 años y ya se enfrascaba en la novela-río de siete tomos de Proust y en la exhaustiva biografía del novelista parisiense, escrita por George D. Painter. Su primer poemario compiló todo el saber de la juventud del autor. Todo lo que sabía, que era mucho.

Arqueología de la menstruación

La menstruación ocurre cuando el endometrio, una membrana mucosa llena de sangre, se desprende del útero. En ausencia de un óvulo fecundado, esta membrana ya no sirve y es eliminada por el cuerpo. Este ciclo, que prepara al útero para un posible embarazo, sucede aproximadamente cada veintiocho días y es compartido por más de 2000 millones de personas en el mundo; cada día cerca de 800 millones menstrúan.

En la mayoría de las culturas la menarquia va acompañada de ritos que presentan a la niña como una mujer en la sociedad. La práctica más extrema es la reclusión de la jovencita durante periodos que pueden durar desde unos días hasta varios años. A lo largo del aislamiento se le prohíbe ver el sol o tocar el suelo y, en algunos casos, debe ayunar y no puede comer cierta comida que se cree peligrosa para ella en ese estado. Al final de su reclusión la joven se considera apta para el matrimonio.

Hoy, en cambio, para muchas niñas en México la llegada de su primer periodo no implica un rito de paso formal pero sí es un momento de cambio significativo: entiendes lo que la sociedad espera de ti como mujer. En lugar de reclusión, la experiencia está marcada por el desconcierto, la vergüenza o el miedo, en la mayoría de los casos. A algunas nos regañan por manchar la ropa mientras que otras recibimos un discreto “ya eres mujer” de nuestras madres o abuelas. Con frecuencia debemos aprender a manejarlo solas, en baños escolares o en casa, usando toallas sanitarias que nos dicen debemos esconder.

Los tabúes menstruales son de los más arraigados en muchas culturas. ¿Cómo llegamos las mujeres a merecer este privilegio? Freud justificó el miedo al flujo con razones de estética y de higiene. Tal vez en nombre de la limpieza, un miembro de la tribu Enga de Nueva Guinea, documentado por el antropólogo M. J. Meggitt, se divorció de su esposa por tomar una siesta sobre su cobija al menstruar. Y días después, aún inquieto por su maldición femenina, la mató con un hacha.

Uno de los casos más extremos es el de los Carrier de la Columbia Británica. Hacían que una niña viviera en el bosque en completa reclusión durante tres o cuatro años con la llegada de su primer periodo. En Camboya algunas niñas pasaban cien días en cama bajo un velo contra mosquitos. Los pueblos Kolosh de Alaska confinaban a las niñas en una cabaña muy chiquita, que la envolvía casi por completo excepto por un pequeño orificio de ventilación durante un año; no se les permitía ni fuego ni ejercicio ni compañía.

La comercial Quinsay

En tiempos de Moctezuma, Tenochtitlán extendió su poder a grandes áreas que se convirtieron en tributarias y hubo un incremento enorme del intercambio comercial. La seguridad e inexpugnabilidad de los muros de agua alrededor de la Ciudad Isla no la aislaban, al contrario: la laguna permitía la comunicación y el comercio a través de sus calles de agua e innumerables puentes “que atravesaban de una parte a otra […] Había en México muchas acales o barcas para servicio de las casas, y otras muchas de tratantes que venían con bastimentos a la ciudad, y todos los pueblos de la redonda, que están llenos de barcas que nunca cesan de entrar y salir a la ciudad, las cuales eran innumerables. En las calzadas había puentes que fácilmente se podían alzar”, nos cuenta Motolinia.

Sheinbaum 2025
Fortalezas y fisuras

La historia contemporánea de México se mide y se cuenta en sexenios. Desde hace noventa años con el arranque del periodo presidencial de Lázaro Cárdenas hasta la actual administración de Claudia Sheinbaum, a los ciclos políticos mexicanos los marca un puntual reloj de seis años y siempre han representado una esperanzada renovada.

Primer piso: Voces ciudadanas

La presidenta utiliza una metáfora de ingeniería: a su sexenio le corresponde la construcción de un hipotético segundo piso. Para esto habría que dar por buena la premisa de que ya hay uno terminado sobre el cual pudiera edificarse el siguiente a prueba de derrumbes. Y sobre esto, ¿qué opina la gente?

Una reforma electoral minimalista

La espada de Damocles sigue afilada. La destrucción del sistema democrático de México aún no concluye. De las reformas para concentrar el poder, acabar con los contrapesos y asfixiar al pluralismo político que anunció López Obrador el 5 de febrero de 2024, hay una que aún no se concreta: la reforma electoral para eliminar la representación proporcional en el Congreso, si bien la presidenta Sheinbaum hizo suya la propuesta tal como reiteró el día de su toma de posesión. Será en los próximos meses de 2025, quizá una vez que se haya elegido a los jueces, cuando el gobierno decida dar la última vuelta a la tuerca para terminar de armar la maquinaria legal que le asegure la consolidación autoritaria.

Estamos advertidos: el gobierno va por un cambio a la Constitución para exterminar las doscientas diputaciones de representación proporcional y preservar, sólo, los trescientos legisladores de mayoría relativa electos en ese número de distritos. Es decir, una vuelta al modelo sin plurinominales que se había superado hace más de sesenta años. En el Senado van por la desaparición de la primera minoría en cada una de las 32 entidades y de la lista nacional de 32 legisladores que se asignan con el criterio de proporcionalidad directa, de tal suerte que en vez de 128 quedarán 64 integrantes de la Cámara Alta, donde la fuerza más votada en cada entidad federativa se llevará las dos senadurías.

Abolir la representación proporcional tendrá como consecuencia directa una severa distorsión del reflejo del pluralismo de la sociedad en el Poder Legislativo, castigando a las minorías y extrapolando la presencia parlamentaria de los partidos del gobierno.

El juego de gallos en la Nueva España

El juego de gallos fue un espectáculo que atrajo la atención de los mexicanos de todas las clases sociales, desde los prelados y otras autoridades virreinales hasta los indios, esclavos y vagabundos. Llegó a ser más popular que las corridas de toros por las apuestas en las que se acercaban y participaban por igual clases y castas, incluso damas de la alta sociedad.

Este juego tuvo su origen en la Grecia de Temístocles y según el Padre Cavo llegó a México desde la China en la época precortesiana, aunque el padre Bernabé Cobo dice que era una práctica de los españoles, quienes jugaban desde la Edad Media.

El serrallo de Villa en Canutillo

No sé lo que había en la cabeza turbulenta y feroz de Francisco Villa, pero desde luego no la idea de una revolución social. Si le preguntaban por el orden nuevo que buscaba, mal describía una república de colonias militares, donde soldados que se hubieran ganado la tierra con las armas trabajaran y vivieran en una recia comunidad de temibles guerreros vueltos pacíficos agricultores.

Le dijo a John Reed: “Cuando se constituya la nueva república, pondremos al ejército a trabajar. Crearemos colonias militares, compuestas por los veteranos de la Revolución [...] Mi ambición es vivir en una de esas colonias militares [...] trabajar en mi propia granja, criando ganado y cultivando maíz. Estaría bien, creo yo, ayudar a hacer de México un lugar feliz”.

La historia lo escuchó. En julio de 1920, para que dejara las armas, el gobierno le dio la hacienda de La Purísima Concepción del Canutillo, 87 000 hectáreas con dos ricos valles cruzados por el río Florido. Había dentro de Canutillo otras dos haciendas, Las Nieves y Espíritu Santo, y varios ranchos, como los de Vía Excusada y San Antonio, en Durango, y Ojo Blanco, en Chihuahua. Antes de la Revolución habían llegado a pastar en Canutillo 24 000 ovejas, 4000 chivos, 3000 cabezas de ganado y 4000 caballos.

Cuando Villa y sus hombres se asentaron ahí, la bonanza se había ido, era sólo un recuerdo. Apenas había animales. La casa grande era una ruina. Tenía la forma de una gran plaza de pueblo, de cien metros por lado, pero sólo dos de sus muchos cuartos tenían techo, sólo se alzaba invicta la capilla sobre el paisaje desolado.

Canutillo era una obsesión de Villa. Para quedársela, en 1916 había matado a su dueño, Miguel Jurado, quien vivía ahí con su esposa y sus hijos: Carmen, de meses, Consuelo de 4 años y Bernabé de 12.

Villa cayó con sus hombres sobre la hacienda una mañana, mientras la familia Jurado desayunaba, detuvo al dueño y se lo llevó prisionero a la hacienda contigua de Torreón de Cañas, la cual también quería quedarse y había tomado de manos de su propietario, José Dolores Aranda. Villa encerró a Miguel Jurado en Torreón de Cañas y le exigió un pago de 50 000 pesos y la cesión legal de Canutillo.

La gente de Villa se llevó todos los animales de Canutillo, salvo una burra en la que la esposa de Miguel, con su hija de meses en brazos y sus otros dos hijos, recorrió los 40 kilómetros que los separaban de Torreón de Cañas. Ahí le permitieron al joven Bernabé ver a su padre. Su padre le dijo:

—Pretenden quitarme la tierra y la vida, pero sólo Dios me puede arrebatar la tierra.

Miguel Jurado pagó el rescate que Villa le pedía, pero no firmó la cesión de la hacienda. Villa mandó fusilarlo.

Según un testimonio recogido por Celia Herrera, en Pancho Villa ante la historia, Miguel había sido “torturado tan cruelmente” que había perdido la razón.