Inteligencia artificial

De nuevo el mundo se divide en dos: quienes apoyan la inteligencia artificial (IA) y quienes le temen. Dicha división es regla: el desarrollo de la imprenta, la radiación como fuente de energía, recuérdense los casos de Chernóbil (Rusia) en 1986 y el de Fukushima (Japón) en 2011, o el exceso en el uso de la tecnología médica en enfermos que no la requieren. La IA de nuevo es objeto de desavenencias: a sus aduladores y seguidores les importa un bledo la opinión de quienes la consideran un instrumento cuyas consecuencias negativas aún no son predecibles.

Pocos días atrás una profesora me explicaba que para ella era fácil discernir cuántos alumnos entregaban sus trabajos usando la inteligencia artificial y cuántos los habían escrito gracias a la búsqueda de información. La lección es obvia: si la IA resuelve tareas, el trabajo académico disminuye, la curiosidad decae y el esfuerzo intelectual, en este caso de jóvenes, merma; su afán de investigar y su capacidad de dudar y preguntar se esfuma.

Morir abrazados

El suicidio en pareja es un tema interesante. Ir y regresar sobre un tópico tan enrevesado es necesario. En muchos asuntos de ética médica no hay una respuesta única. Abrir el abanico permite adentrarse en dilemas intrincados. En ética médica “sí” no es siempre sí y “no” no siempre es no.

La ética médica se nutre de muchas fuentes. Casos aislados como el de Ernie y Kay Sievewright, pareja canadiense que después de 55 años de matrimonio solicitó ayuda para morir junta, motivan discusiones. Las lecciones “viejas” aportan mucho.

Medicina contemporánea

Gracias a los buenos oficios de la memoria y a mi compañera obsesión, tengo la costumbre de regresar y trabajar ideas pendientes. Leo en The Guardian (octubre 24, 2016), excelente periódico británico, “Leading doctors list dozens of procedures that ‘give no benefit’” (Enlistan médicos líderes docenas de procedimientos que no reportan beneficios). Dado que en Inglaterra la medicina es socializada, el punto de vista de los médicos prescinde de los beneficios económicos de la medicina privada. En México, la doble moral es epidémica: “muchos” galenos obtienen jugosas ganancias por mandar pacientes a laboratorios, gabinetes de rayos X u hospitales.

Salud en la era de la desinformación

Uno de los personajes más siniestros del nuevo dueño del mundo, Donald Trump, es Robert F. Kennedy jr. No sorprende dicha designación: Kennedy es uno de los grandes negacionistas de los logros de la medicina moderna, del cambio climático y hace mancuerna con su patrón sobre la supuesta inutilidad de las vacunas. El viejo dictum “Dios los hace y ellos se juntan” sigue vigente. Mancuerna irrompible la de ambos. Ser vasallo no es gratuito: es menester entregarse.

Kennedy jr. comparte con Donald la fe/fanatismo del negacionismo, escuela propia de los ignorantes cuyo leitmotiv es no aceptar dudas ni preguntas. Incomoda aceptarlo, pero ambos, y gran parte de su séquito, han triunfado al proclamar dicha ceguera: negar y después de negar, hacerlo de nuevo es dogma. “Viva la fe, muera la ciencia”, es el código inscrito de muchos miembros del gabinete trumpista.

Medicina: ¿hacer o no hacer?

Borrar de un plumazo el pasado es tendencia moderna. Lo nuevo apasiona y aprisiona: es un dictum de la modernidad. Aprender del pasado es esencial. La medicina ha recorrido largos caminos. Pasado es presente. Presente sin pasado conlleva errores. En medicina, Hipócrates es figura imprescindible.

A Hipócrates (460 a. C.-370 a. C.) se le llama el “padre de la medicina”, epíteto cuestionable, no por su falta de sapiencia, sino porque una disciplina como la medicina no puede ser hija sólo de una persona. La digresión previa como pretexto para reflexionar acerca del quehacer médico contemporáneo, cuyos derroteros deberían seguir el dictum hipocrático, “lo primero es no hacer daño” (primum non nocere), frase, por cierto, que no aparece en el Juramento Hipocrático; debido a eso, no todos los historiadores consideran la máxima como parte del legado de Hipócrates.

“Primero, no dañar”. A pesar de la continua repetición de esa idea la frecuencia de problemas que sufren los enfermos cuando los galenos se apartan de esa noción es enorme. Alejarse de la idea atribuida no es sólo responsabilidad médica. La irresponsabilidad la comparten pacientes, medios de comunicación y compañías tecnológicas y farmacéuticas, tejido denso, difícil de destejer.

Los medios de comunicación emiten incontables mensajes sobre la salud; los individuos al escuchar tejen su propio concepto de salud; las compañías farmacéuticas imponen sus proyectos y la tecnología médica siempre es más atractiva que las manos del galeno. Ante esa embestida, el galeno se ve atrapado entre hacer demasiado (solicitar incontables exámenes), o confiar en su sabiduría, apoyarse en la clínica y solicitar pocos exámenes.

Autonomía y ética médica

“Todo para el pueblo, pero sin el pueblo” o “Todo para el pueblo, nada para el pueblo” era el lema del despotismo ilustrado —la segunda es la frase original en francés, la primera es la utilizada en español—. La idea proviene del siglo XVIII y, aunque parece vieja, no es vieja. Pensemos en México y sus depredadores, i. e., los políticos. El paternalismo era característica sine qua non del despotismo ilustrado.

En más de una ocasión he citado los principios básicos de la ética médica: autonomía, beneficencia, no maleficencia, justicia, verdad, confidencialidad. Algunos eticistas, entre ellos Edmund D. Pellegrino, consideran que la autonomía ha desplazado a la beneficencia como el principio más trascendental. La autonomía, para cualquier librepensador, es baluarte y valor básico en la vida de cualquier ser humano.