Enigmas

Enigmas ofrecidos a la discreta inteligencia de la soberana asamblea de la Casa del Placer por su más rendida y fiel aficionada, sóror Juana Inés de la Cruz, décima musa

I

¿Cuál es aquella homicida
que, piadosamente ingrata,
siempre en cuanto vive mata
y muere cuando da vida?

 

II

¿Cuál será aquella aflicción
que es, con igual tiranía,
el callarla, cobardía,
decirla, desatención?

 

III

¿Cuál puede ser el dolor
de efecto tan desigual
que, siendo en sí el mayor mal,
remedia otro mal mayor?

 

Arqueología de la menstruación

La menstruación ocurre cuando el endometrio, una membrana mucosa llena de sangre, se desprende del útero. En ausencia de un óvulo fecundado, esta membrana ya no sirve y es eliminada por el cuerpo. Este ciclo, que prepara al útero para un posible embarazo, sucede aproximadamente cada veintiocho días y es compartido por más de 2000 millones de personas en el mundo; cada día cerca de 800 millones menstrúan.

En la mayoría de las culturas la menarquia va acompañada de ritos que presentan a la niña como una mujer en la sociedad. La práctica más extrema es la reclusión de la jovencita durante periodos que pueden durar desde unos días hasta varios años. A lo largo del aislamiento se le prohíbe ver el sol o tocar el suelo y, en algunos casos, debe ayunar y no puede comer cierta comida que se cree peligrosa para ella en ese estado. Al final de su reclusión la joven se considera apta para el matrimonio.

Hoy, en cambio, para muchas niñas en México la llegada de su primer periodo no implica un rito de paso formal pero sí es un momento de cambio significativo: entiendes lo que la sociedad espera de ti como mujer. En lugar de reclusión, la experiencia está marcada por el desconcierto, la vergüenza o el miedo, en la mayoría de los casos. A algunas nos regañan por manchar la ropa mientras que otras recibimos un discreto “ya eres mujer” de nuestras madres o abuelas. Con frecuencia debemos aprender a manejarlo solas, en baños escolares o en casa, usando toallas sanitarias que nos dicen debemos esconder.

Los tabúes menstruales son de los más arraigados en muchas culturas. ¿Cómo llegamos las mujeres a merecer este privilegio? Freud justificó el miedo al flujo con razones de estética y de higiene. Tal vez en nombre de la limpieza, un miembro de la tribu Enga de Nueva Guinea, documentado por el antropólogo M. J. Meggitt, se divorció de su esposa por tomar una siesta sobre su cobija al menstruar. Y días después, aún inquieto por su maldición femenina, la mató con un hacha.

Uno de los casos más extremos es el de los Carrier de la Columbia Británica. Hacían que una niña viviera en el bosque en completa reclusión durante tres o cuatro años con la llegada de su primer periodo. En Camboya algunas niñas pasaban cien días en cama bajo un velo contra mosquitos. Los pueblos Kolosh de Alaska confinaban a las niñas en una cabaña muy chiquita, que la envolvía casi por completo excepto por un pequeño orificio de ventilación durante un año; no se les permitía ni fuego ni ejercicio ni compañía.

La voz de mi padre

Después de que murió mi padre, a quien nunca le guardé rencor pese a su inclinación a ejercer su autoridad más allá de cualquier reclamo, cultivé un modesto funeral en la intimidad. Al pasar el tiempo me di cuenta de que su ausencia no me liberaba de su carácter influyente y que requería de su voz y sus consejos a pesar de no seguirlos o ignorarlos. Requería de su voz como si ésta fuera una especie de andarivel o hilo que enlazaba y daba sentido o gravedad a mis acciones. La requerí sobre todo cuando tendía a convertirme en un calavera, palabra tan en desuso hoy en día y que proviene, según he leído en un libro de Borges sobre el tango, del lunfardo en su significado de trasnochador, vicioso e irresponsable.

La comercial Quinsay

En tiempos de Moctezuma, Tenochtitlán extendió su poder a grandes áreas que se convirtieron en tributarias y hubo un incremento enorme del intercambio comercial. La seguridad e inexpugnabilidad de los muros de agua alrededor de la Ciudad Isla no la aislaban, al contrario: la laguna permitía la comunicación y el comercio a través de sus calles de agua e innumerables puentes “que atravesaban de una parte a otra […] Había en México muchas acales o barcas para servicio de las casas, y otras muchas de tratantes que venían con bastimentos a la ciudad, y todos los pueblos de la redonda, que están llenos de barcas que nunca cesan de entrar y salir a la ciudad, las cuales eran innumerables. En las calzadas había puentes que fácilmente se podían alzar”, nos cuenta Motolinia.

Orfandad o anhelo

La novela Las huérfanas (Seix Barral) de Melba Escobar (Cali, Colombia, 1976) camina a caballo entre el género de ficción y la autobiografía, donde hace de su madre en la vida real un personaje digno de una crónica epopéyica.

Promesas incumplidas

Ignacio Escolar: Siempre has defendido que la filosofía tiene que estar pegada a lo que pasa en los movimientos sociales, ciudadanos, en la calle. Has mezclado la parte académica con la divulgación. En tu último libro El tiempo de la promesa defiendes que estamos en un momento en el que se hacen menos promesas que antes. ¿Por qué? ¿Se debe a que tenemos un futuro incierto?

Medicina contemporánea

Gracias a los buenos oficios de la memoria y a mi compañera obsesión, tengo la costumbre de regresar y trabajar ideas pendientes. Leo en The Guardian (octubre 24, 2016), excelente periódico británico, “Leading doctors list dozens of procedures that ‘give no benefit’” (Enlistan médicos líderes docenas de procedimientos que no reportan beneficios). Dado que en Inglaterra la medicina es socializada, el punto de vista de los médicos prescinde de los beneficios económicos de la medicina privada. En México, la doble moral es epidémica: “muchos” galenos obtienen jugosas ganancias por mandar pacientes a laboratorios, gabinetes de rayos X u hospitales.

Encomio del aburrimiento

El aburrimiento es, según Søren Kierkegaard, la raíz de todo mal. Si de esta raíz filosófica germina un muy tangible infierno de aburrimiento, para Victor Hugo ese lugar tendría que ser más terrible que un infierno dantesco de sufrimiento. También Isaac Asimov prefería este último averno, aunque trasplantaba el lugar de eterno aburrimiento al cielo. Una eternidad de celestial aburrición en el Jardín del Edén justificaba con creces, para Chuck Palahniuk, comerse una manzana… quizás más por ver qué más pasaba al hacerlo, que sólo por averiguar a qué sabía. Y mucho más allá del bien y del mal, Friedrich Nietzsche, junto con su advertencia a no volvernos estúpidamente santos y —¿en consecuencia?— aburridos, nos cuestionaba si la vida no era cien veces demasiado corta (y en comparación con la eternidad, es claro que se queda corto) para aburrirnos en ella.

Menos ilustres que éstos y otros autores, pero igualmente ilustrativas de la extensa negatividad asociada a la aburrición, son las recriminaciones que hacemos, o merecemos, al aburrirnos o aburrir a otros (peor aún si de evitar esto último depende, en buena medida, ejem, nuestro trabajo): “Te aburres porque quieres”, “El aburrimiento es falta de creatividad”, “Si estás aburrido, ponte a barrer” y admoniciones similares.