Adiós a Louisa

[El 20 de enero de 1763 James Boswell apunta en su diario: “Y entonces fui con Louisa”. El 18 de enero se descubre por primera vez “un pequeño ardorcito en las partes de mi cuerpo consagradas a Venus” y el 19 de enero: “Claro, muy claro que se trataba del Signor Gonorrhoea”. El 20 de enero completa: “Con excelente destreza me conduje en este encuentro como la siguiente escena, espero, dejará ver”].

Escala de valores

En una apasionada página de los Pensamientos de Montesquieu es posible hallar una escala de valores que suena como una necesaria invitación a superar todo perímetro muy limitado para elevarse cada vez más hacia los infinitos espacios de lo universal

Merkel invita al debate

Un domingo de finales de 1993, cuando tomábamos el té en su casa, Birgit Breuel me comentó que más allá de su actividad profesional no conocía a ningún alemán del Este. Por mi parte admití que sólo tenía pocos conocidos alemanes occidentales, además naturalmente de mis parientes de Hamburgo y de mis antiguos amigos del mundo académico.

Que ni mandado a hacer

Mi asiento en la diligencia estaba ya tomado, y mi marcha fijada para el día siguiente; no obstante, mis numerosos amigos me instaban con viveza para que permaneciera unos días más, y yo que había pasado alegremente mi tiempo, lo deseaba también; no había más dificultad sino conseguir que el administrador de las diligencias consintiese. Al día siguiente nos dirigimos a recabar su permiso.

Don de alegría

Algunos se preguntan por sus dioses. Otros los sienten cerca. Una de mis amigas cree en el Dios con mayúscula y reza para encontrar respuestas. O se abandona a los designios de quien gobierna la certeza que ella deja en Él, la paz con que pone en sus manos el destino de sus bienamados.

Pero también estamos en la vida los descreídos, los más inermes. Sobre todo, cuando nada urge más que creer en algo, cuando el mundo se desvencija a nuestro alrededor y nos horroriza el mal, pero no tenemos cómo enfrentarlo. No sabemos del poder, sino que daña con su afán y se ejerce cada vez con más desvergüenza. Bastó oír a Trump agrediendo sin misericordia al presidente Zelenski para lamentar su existencia y nuestra incapacidad para cuidar al mundo de lo que pueda traerle la pura mención de una Tercera Guerra Mundial.

El placer de la refutación

El enemigo de la política contemporánea no es la polarización, dice Agnes Callard en su libro sobre Sócrates y su argumento por una vida filosófica. La configuración de extremos que plantean con intensidad posturas opuestas puede ser estímulo de un debate razonado y muy fructífero. Cuando uno escucha en una cena un debate en el que unos celebran la película de estreno como una pieza maestra mientras otros la aborrecen como una estafa y una basura insoportable, quien no la ha visto siente el impulso de irla a ver cuanto antes. No sucede lo mismo cuando uno se entera de que una película “no está mal”, que está bien para pasar el rato, que es entretenida. En el debate polarizado los extremos pueden plantear buenas razones para sostener su posición y uno siente la necesidad de encontrar su propia opinión.

Teuchitlán, la institución del exterminio

El 7 de marzo se publicó la noticia de un campo de entrenamiento y de exterminio del Cártel Jalisco Nueva Generación, en el Izaguirre Ranch, municipio de Teuchitlán. Lo encontró el colectivo Guerreros Buscadores de Jalisco. El hallazgo fue noticia internacional porque se encontraron tres crematorios y cerca de éstos había más de doscientos pares de zapatos, entre otras pertenencias de las víctimas del cártel. Las fotos de los montones de zapatos de manera ineludible recuerdan a los campos de exterminio nazis.

El Izaguirre Ranch es un terreno bardeado de quizá una hectárea o poco más. Tiene tres pequeñas construcciones que parecen habitables, un espacio techado con lámina de zinc usado para estacionamiento y almacenaje, varios espacios abiertos para el entrenamiento de soldados y una pequeña zona donde están los crematorios cavados en el suelo. Próximos a esos quemaderos, estaban los zapatos y las otras prendas de las víctimas.

¿Somos coyotes?

No es fácil tomar por sorpresa a un coyote. Casi siempre sucede lo contrario: cuando te das cuenta el coyote ya está ahí, sin que lo hayas sentido llegar. Él impone la distancia. Transita por una órbita lejana y silvestre que apenas roza nuestro mundo o pasa junto a ti como si nada. Pero sin importar cuan desdeñoso se muestre, deja siempre la sensación de un guiño mínimo, como si comunicara algo. Una breve pausa, una mirada de reojo, algo que nos hace sentir de algún modo observados, reconocidos, incluso prevenidos. La solemnidad del avistamiento diurno, sin embargo, se desvanece por la noche con esa curiosa distorsión auditiva que permite a dos coyotes producir algo como las carcajadas de una jauría. No es extraño que el coyote ocupe un lugar privilegiado en las tradiciones orales del desierto. Un ser astuto, engañoso, pero sobre todo ambivalente. Una de las manifestaciones más evidentes de la figura mítica que los antropólogos del siglo pasado llamaron el trickster o embaucador.

La sonrisa de Vasconcelos

Si José Vasconcelos pudiera ver las andanzas de Roosevelt Montás (1973) sonreiría. Montás es un profesor de la Universidad de Columbia; el último de una larga estirpe de educadores que desde hace más de un siglo creen en el valor de enseñarles los libros clásicos de la civilización occidental a los jóvenes universitarios. Es autor de Rescuing Socrates (Princeton U. Press, 2021), un manifiesto que reivindica lo que los estadunidenses llaman “educación liberal”: la enseñanza de la historia, la literatura, la filosofía y otras humanidades como parte de la formación humanística de los estudiantes. El libro es un alegato que toma la biografía del autor como la mejor muestra del poder de autores como Platón y San Agustín.

Memoria

• No existe eso que algunos llaman memoria colectiva. Toda memoria es individual e intransferible.

• Como en un cuarto de tiliches, en la memoria se encuentra de todo: lo que hemos leído, escuchado, visto, las historias de otros (si es que les prestamos atención) y súmele usted. Y, por supuesto, la memoria de lo vivido. Esto último es personal y por ello resulta intransmisible.

• La memoria es nuestra acompañante perpetua. Es la sombra que nunca desaparece. Ella y uno somos la misma cosa. Es más: somos nuestra memoria.

• Hace años escuché a un médico en la televisión decir, para explicar el alzhéimer, que primero moría la persona (la memoria) y luego el cuerpo.