Ayuda de memoria

“La independencia del Poder Judicial quedó herida de muerte en 1933. Ningún magistrado impugnó los decretos de emergencia. Cuando jueces y abogados judíos o socialdemócratas fueron apartados de sus puestos, ningún colega protestó. Al contrario, reinó cierta satisfacción por las vacantes y por la posibilidad de hacer carrera. En 1934 se crearon los “Tribunales Populares”, un viejo sueño del nazismo más virulento. El filósofo Carl Schmitt defendió que Hitler encarnaba la justicia, la justicia viva que emanaba del pueblo, no aquella que se empantanaba en “sofismas”. “El Führer siempre es también juez… no está subordinando a la Justicia, sino que él mismo es la Justicia”, sostuvo el “ilustre jurista” para legitimar la Noche de los Cuchillos Largos, en la que Hitler se arrogó a un tiempo el papel de fiscal, juez, jurado y verdugo”.

Ilustración: Alberto Caudillo

Lo anterior puede leerse en el sugerente y provocador libro de Siegmund Ginzberg, Síndrome 1933 (traducción: Bárbara Serrano Kieckebusch. Gatopardo Ensayo, Barcelona, sexta edición, 2025). Se trata de un ensayo en el que Ginzberg señala que mucho de lo que se vivió en aquel año en el que Hitler llegó al poder vuelve a estar presente, aunque por supuesto de diferente manera. No se refiere a México, su reflexión se centra en Europa y Estados Unidos, pero cuando el lector tenga este número de nexos en sus manos se habrán llevado a cabo las elecciones para “renovar” buena parte del Poder Judicial, que no es otra cosa más que el afán de alinear y subordinar a dicho poder a la voluntad de la coalición gobernante y más específicamente al gobierno. No pretendo hacer analogía alguna, pero una ayuda de memoria nunca está de más. Nunca.

Ginzberg recuerda que ya en 1930, en el marco de un juicio contra tres jóvenes militares a los que Hitler defendió en Leipzig; éste último había proclamado que “su movimiento aspiraba al poder siempre dentro de la estricta legalidad constitucional. Añadió que preveía conquistar la mayoría parlamentaria al cabo de dos o tres rondas electorales”. Pero anunció también: “Entonces sí que moldearemos al Estado a nuestra voluntad… y rodarán muchas cabezas”. Tenía un doble discurso: por un lado, proclamaba actuar dentro de los marcos constitucionales y legales y, por el otro, su partido desplegaba campañas de persecución, organizaba grupos de choque y campañas de linchamiento. La República de Weimar y su Constitución democrática eran un espacio favorable para crecer, pero no un marco apreciado por los nazis, todo lo contrario. Las normas democráticas se podían utilizar para fortalecerse, luego llegaría el momento de su destrucción, el de la proscripción de la pluralidad y la cancelación de las libertades.

Las instituciones del Estado fueron vistas como un botín a conquistar y sus funcionarios debían ser confiables para la cúpula del Partido Nacionalsocialista. Fidelidad al liderazgo, no a la Constitución, a quienes detentaban el poder, era el requisito para ocupar los cargos. Y lo lograron: hubo purgas y persecución, pero también adhesiones por convicción u oportunismo. Al fin y al cabo, los huecos dejados por el desplazamiento de los funcionarios anteriores fueron ocupados por personas fieles, subordinadas a los jefes nazis. Una oportunidad que no había que dejar escapar.

La destrucción del Poder Judicial independiente y su transformación en un cuerpo de empleados que le debían su cargo a los nuevos jefes de la política alemana fue uno de los mecanismos para la edificación de un poder totalitario, incuestionado, todopoderoso. La división de poderes fue vista como un obstáculo para el despliegue de la voluntad de un hombre que encarnaba la voluntad del pueblo y por ello su supresión era no sólo necesaria sino también debía ser festejada.

 

José Woldenberg

Escritor y ensayista. Su más reciente libro es Contra el autoritarismo.

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