La guerra contra las drogas 1965-1990

En los últimos meses, el Mecanismo para la Verdad y el Esclarecimiento Histórico publicó sus conclusiones sobre la represión estatal entre 1965 y 1990 en los informes Verdades innegables y Fue el Estado. Por desgracia, ambos documentos tienen el mismo problema: la falta de acceso a los archivos militares que el Estado prometió en un inicio a las personas a cargo de las investigaciones. Más de trescientas solicitudes de entrevistas con personal militar fueron rechazadas.

Esto muestra que el tipo de justicia transicional, que ha dado forma a la política contemporánea en Perú, Chile y Argentina, sigue siendo letra muerta en México. Según Guillermo Trejo, Juan Albarracín y Lucía Tiscornia, este fracaso tiene efectos perniciosos a largo plazo, como la expansión del crimen organizado y la omnipresencia de la impunidad judicial. México, como comenta el historiador Thomas Rath, todavía vive en el “impuniverso”.

A pesar de esa debilidad compartida, los dos informes son muy diferentes. El primero, dirigido por Eugenia Allier Montaño, es un ejercicio cínico de la politización de la memoria. Analiza muy poca información más allá de lo descubierto por la Fiscalía Especial para Movimientos Sociales y Políticos del Pasado de 2006. Afirma que la masacre de Tlatelolco de 1968 fue un “genocidio” independiente. Al hacerlo, crea una jerarquía de violencia de Estado: si Tlatelolco fue un hecho aislado, es posible conmemorarlo y al mismo tiempo olvidar las estructuras estatales que destruyeron (y siguen destruyendo) las vidas de miles de personas más.

La Guerra Sucia: Discrepancias

De la forma: dos no son más que uno

Muchos esperamos que los informes públicos del Mecanismo de Memoria Histórica conduzcan a una discusión renovada, informada, amplia y disciplinada sobre la naturaleza, modalidades y consecuencias políticas y humanas de lo que se conoce como Guerra Sucia. Pero de inmediato surge un asunto espinoso: la obligación del reseñista de denominar en plural un objeto que debió ser sólo uno. El documento Fue el Estado, 1965-1990 lo firman los comisionados Abel Barrera Hernández, David Fernández Dávalos y Carlos A. Pérez Ricart; Verdades innegables. Por un México sin impunidad sólo lo firma Eugenia Allier.

El decreto presidencial que el 6 de octubre de 2021 creó la Comisión para el Acceso a la Verdad, el Esclarecimiento Histórico y el Impulso a la Justicia de las violaciones graves a los derechos humanos cometidas de 1965 a 1990 ordenaba a ésta, en su artículo cuarto, presentar al “Ejecutivo Federal, a las víctimas, sus familiares, a las personas sobrevivientes, un informe final de esclarecimiento histórico de los hechos, procesos, instituciones y responsables que hicieron posible la comisión de graves, sistemáticas y generalizadas violaciones a los derechos humanos por parte del Estado mexicano”. El lector tiene que ser flexible e imaginativo para asumir que dos informes son uno. El lector tiene que ser tolerante para obviar la obligación de la minoría de plegarse a la mayoría de la Comisión. Las diferencias sustanciales se resolvieron de manera colegiada y, en último caso, con el recurso a un voto particular de la minoría en el formato de un informe único. No es un asunto formal: es la enfermedad sectaria de la cultura política haciendo estragos en el trabajo colegiado de una comisión del Estado mexicano. Más aún, es un síntoma de la manera en que una responsabilidad pública languidece en aras de que alguien se salga con la suya.

Un encuentro de gran repercusión en Nueva España (1697)

En los meses de julio y agosto de 1697 el napolitano Giovanni Francesco Gemelli Careri (1651-1725), autor del Giro del Mondo de fines del siglo XVII, visitó en la ciudad de México, capital de Nueva España, al criollo novohispano, profesor de Matemáticas y Astrología de la Real y Pontificia Universidad de México y gran estudioso de las antigüedades mexicanas, Carlos de Sigüenza y Góngora (1645-1700). Los frutos de sus encuentros fueron la publicación, por Gemelli Careri en Nápoles en 1700, de copias de unos catorce grabados hechos con base en copias de pinturas que Sigüenza y Góngora le facilitó. De este “encuentro de gran repercusión” surgieron otros encuentros en otros momentos que avanzaron los estudios de las antigüedades mexicanas. Para la conmemoración del sesquicentenario de las relaciones bilaterales entre México e Italia, me parece oportuno comentar la serie de acontecimientos que marcaron esos avances. Del novohispano Sigüenza y Góngora y su herencia de los papeles del cronista acolhua don Fernando de Alva Ixtlilxóchitl al napolitano Gemelli Careri, seguido por el milanés Lorenzo Boturini Benaducci antes de considerar al criollo novohispano y jesuita exiliado en Bolonia Francisco Xavier Clavijero, llegaremos, como “posdata”, al estudioso prusiano Alexander von Humboldt. Cada uno lee y comenta la obra de los anteriores, asegurando así la continuidad del conocimiento de la civilización antigua mexicana y el paso, en el mundo intelectual y artístico, de la época barroca a la modernidad.

I. El mundo intelectual de Carlos de Sigüenza y Góngora

En su ensayo “La curiosidad barroca” José Lezama Lima declara que Carlos de Sigüenza y Góngora fue “el señor barroco arquetípico”: “En figura y aventura, en conocimiento y disfrute, ni aun en la España de sus días puede encontrarse quien le supere en el arte de disfrutar un paisaje y llenarlo de utensilios artificiales, métricos y voluptuosos”. Ni aun en la España de sus días: el historiador intelectual mexicano Elías Trabulse señala “la apertura a la modernidad en el segundo tercio del siglo XVII en México... que la llevó a recibir, aceptar y difundir muchos de los elementos de la modernidad científica antes de que lo fueran en España” e identificó a Carlos de Sigüenza y Góngora como uno de los más distinguidos iniciadores de aquella tradición científica. Sigüenza ocupó la cátedra de Matemáticas y Astrología de la Real y Pontificia Universidad de México; su estudio de las matemáticas y la astronomía fue “desde el año de 1667, [comenzó] casi muchacho”, esto es, a los 22 años.

Crónica del color

Las relaciones entre el color y la percepción social han sido una constante a lo largo de la historia y revelan cómo cada tono se convierte en un espejo de las dinámicas culturales y sociales que nos rodean. Esta conexión, esencial para desentrañar cómo evolucionan nuestras sociedades, nos invita a explorar el uso, el significado y el simbolismo del color a lo largo de distintas épocas. A medida que la historia avanza colores como el negro, el blanco y el gris adquieren significados diversos y reflejan transformaciones sociales que desafían los conceptos de lo que es elegante y refinado. El blanco, que a menudo se asocia con la pureza, es un ejemplo claro de malentendidos históricos que lo distorsionan. Desde las decisiones erróneas de escultores renacentistas hasta su influencia en la modernidad, al blanco lo moldean contextos con una gran variedad de significados, a veces, incongruentes entre sí.

En contraste, el negro, que alguna vez simbolizó tristeza y opresión, encuentra en la actualidad nuevas dimensiones de resistencia y valores reivindicativos en movimientos sociales contemporáneos. Así, el color se manifiesta no sólo como una elección estética sino como un vehículo cultural que nos invita a reexaminar nuestras nociones de elegancia, poder y libertad, entrelazando en un lienzo compartido historias opresivas y bellas.

La relación entre el color y la humanidad es tan antigua como las civilizaciones mismas. Desde sus primeros pasos, el color ha sido un medio no sólo para embellecer, sino para comunicar e intuir el mundo. A lo largo de la historia su uso refleja avances técnicos y el poder simbólico y cultural que ha acumulado a lo largo de 40 000 años. En las pinturas rupestres del paleolítico el ser humano comenzó a experimentar con el color, utilizando tierra, carbón vegetal y huesos molidos. Los colores derivados del óxido de hierro y otros elementos en la naturaleza se convertían en un lenguaje primordial, un eco de la existencia humana. El color fue mucho más que un recurso estético: se erigió como un puente entre lo tangible y lo simbólico.

Un gran libro lúdico

Despues del regalo magnífico en el 2014 “Si quieres que te lo diga otra vez, ábreme tu corazón”. 1001 adivinanzas y 50 acertijos de pilón, sobre adivinanzas y acertijos mexicanos, María Teresa Miaja publicó en el 2024 un colosal trabajo que recopila más de 10 000 adivinanzas de la tradición hispanoamericana, seleccionadas por su representatividad y excepcionalidad: Adivinancero de Hispanoamérica (Madrid, CSIC). Miaja se rodeó de un excelente grupo de colaboradores que la ayudaron a organizar el ingente material de dieciocho países distribuidos en tres zonas geográficas.

Las cintas perdidas de Reinaldo Arenas

El escritor cubano Reinaldo Arenas dedicó la mayoría de sus libros a contar una y otra vez la historia de su vida. Primero, en su novela debut Celestino antes del alba (1967), sobre una infancia abusiva transcurrida en la provincia rural de Holguín. Luego en El color del verano (1982), una sátira vagamente autobiográfica ambientada en los círculos clandestinos de La Habana durante el aniversario de un tirano ficticio. Hasta el final de su vida la contó de manera directa en sus memorias Antes que anochezca, publicadas en español e inglés en 1992; habían pasado dos años de su suicidio a los 47, tras padecer sida. La adaptación cinematográfica de Julian Schnabel obtuvo el Gran Premio del Jurado en el Festival Internacional de Cine de Venecia en el 2000. En esa película, el autor, interpretado por Javier Bardem, cuenta sus recuerdos a la cámara durante sus últimos días en Nueva York.

Arenas en la ficción ocultó su vida detrás del estilo neobarroco; en sus memorias hace todo lo contrario: expone con prosa lúcida su historia personal de sufrimiento y conmoción política. Nació en 1943 en un pequeño pueblo de Holguín, una de las regiones más pobres de Cuba, y se mudó a La Habana durante su juventud. A fines de los sesenta y principios de los setenta, en el punto álgido de la revolución sexual en Occidente, la policía empezó a perseguirlo por su sexualidad y por su trabajo literario, que con frecuencia robaban e incluso quemaban. En 1980 escapó en el éxodo del Mariel a Miami y fue catalogado como “disidente sexual”. Después de una estancia breve en Florida llegó a Nueva York, donde continuó denunciando a Castro. Es famosa una carta abierta publicada en The New York Review of Books que firmó junto con Susan Sontag y Czesław Miłosz, entre otros. Vivía en un departamento sobre la calle 44 de Manhattan. En esa época Arenas tuvo pequeños atisbos de felicidad: salió de fiesta abiertamente, viajó, enseñó literatura en Miami y en la Sorbona. En 1987 le diagnosticaron sida y empezó a trabajar en sus memorias.

Reinaldo Arenas no escribió, en el sentido estricto de la palabra, Antes que anochezca. En aquel momento estaba muy enfermo y apenas era capaz de respirar, menos aún de escribir. “Los dolores eran terribles y el cansancio inmenso”, dice Arenas en el prólogo. “[Comencé] a dictar en una grabadora la historia de mi propia vida. Hablaba un rato, descansaba y seguía”. Durante los siguientes tres meses colaboró con su amigo y vecino Antonio Valle, quien lo ayudó mecanografiando el texto. Grabó más de veinte cintas y luego se suicidó. En su nota de suicidio culpó a Fidel Castro.

Una reedición

Como prueba de que los libros no tienen fecha de caducidad está La mañana debe seguir gris de Silvia Molina, reeditada por el Fondo de Cultura Económica en 2023 y que bien merece una relectura. La novela ganó el Xavier Villaurrutia en 1977; desde entonces ha tenido varias ediciones e incluso una puesta en escena.

La trama gira en torno al romance que surge entre una joven mexicana que estudia en Londres, y el novel poeta tabasqueño José Carlos Becerra, quien falleció a los 34 años, el 27 de mayo de 1970 en una carretera rumbo al puerto italiano de Brindisi.

Cada capítulo comienza con un epígrafe de El otoño recorre las islas, el libro que reunió sus poemas. La novela es una delicia narrativa en primera persona y en tiempo presente.

Humillados y ofendidos: sepultados

Joan Corominas hace descender la palabra humildad del vocablo humillar; y, por otra parte, en su conocido diccionario, alude al latín humus, para dar lugar a la idea de tierra. Yo, modesta y arbitrariamente, combino ambas palabras y defino al ente humillado como al ser que es enterrado, sepultado y jodido. Hablar en nombre o asumirse como el símbolo de los sepultados con el fin de acrecentar poder y bienes más capital moral es un dislate y, sólo para ponerme dramático, es también un acto criminal. Sobre todo si los sepultados son exhumados, (vocablo este sí del latín exhumare, o arrancado del humus). Les parecerá absurdo o pedante que me entrometa en los orígenes etimológicos de la palabrería, pero no me avergüenza, pese a no pertenecer a ninguna institución lingüística.

Autonomía y ética médica

“Todo para el pueblo, pero sin el pueblo” o “Todo para el pueblo, nada para el pueblo” era el lema del despotismo ilustrado —la segunda es la frase original en francés, la primera es la utilizada en español—. La idea proviene del siglo XVIII y, aunque parece vieja, no es vieja. Pensemos en México y sus depredadores, i. e., los políticos. El paternalismo era característica sine qua non del despotismo ilustrado.

En más de una ocasión he citado los principios básicos de la ética médica: autonomía, beneficencia, no maleficencia, justicia, verdad, confidencialidad. Algunos eticistas, entre ellos Edmund D. Pellegrino, consideran que la autonomía ha desplazado a la beneficencia como el principio más trascendental. La autonomía, para cualquier librepensador, es baluarte y valor básico en la vida de cualquier ser humano.