Asesinatos de periodistas

Hace dos años empecé a trabajar con reporteros de nota roja en Ciudad de México y pensaba que entre más contactos y vínculos tuviera con una comunidad, más seguro sería mi trabajo.

Me equivoqué: sobre la vida en comunidad y sobre el trabajo de los periodistas. Como los siguientes testimonios sostienen, hay algo insondable y letal en el corazón de esta vida colectiva. Además de periodistas, María Elena Ferral, Marco Aurelio Ramírez e Israel Vázquez eran ejemplos de participación comunitaria. Eso no les protegió. Al contrario, figuró como causa de los tres asesinatos. Sus casos sugieren una realidad sombría: entre más se participe en la vida de la gente cercana, más expuesto se está a la posibilidad de una muerte violenta.

Ilustración: Ricardo Figueroa

Los tres casos son muy diferentes, no sólo en términos de geografía sino también en cuanto a los diferentes modelos de participación comunitaria que representan. María Elena Ferral era una periodista de política. Cubría y vivía en la región de Totonacapan, en el norte de Veracruz. En su búsqueda de autonomía periodística fundó su propio sitio, El Quinto Poder de Veracruz,y al acercarse al final de su vida, buscó la candidatura para la presidencia municipal de Gutiérrez Zamora. Marco Aurelio Ramírez, por otro lado, pasó toda su carrera en Tehuacán, Puebla, dividido entre su trabajo como abogado, funcionario municipal y periodista, sobre todo de nota roja. Por último, Israel Vázquez trabajó toda la vida en Salamanca, Guanajuato, donde también cubría nota roja y transmitía las noticias por redes sociales.

En cualquier sitio, contar los hechos requiere aliados y vínculos, componendas y complicidades. La diferencia es que en muchas partes de México los intereses y las alianzas se defienden con balas. Es más: hay un gran número de intereses que no siempre coinciden, todos defendiéndose a la vez con una mezcla de complicidad, autoridad parcial y violencia. No hay reglas únicas que los periodistas puedan seguir para protegerse. Ser aliado de un grupo de interés casi siempre lleva al conflicto con otro grupo.

Para trabajar —y a veces tan sólo para sobrevivir— en un contexto tan hostil como el de México, todo periodista debe atenerse a ciertas reglas implícitas sobre la información que les brindan sus fuentes. El problema es que las reglas están en constante movimiento. Y no sólo porque el periodista y sus contactos estén siempre renegociándolas, sino también porque el balance de poder entre los intereses locales es volátil. En sistemas tan complejos, es imposible considerar cada posibilidad antes de que algo se publique. El resultado inevitable es que algunos periodistas morirán. A veces las causas cuadran con nuestras imágenes arquetípicas del periodismo y la violencia en su contra. Otras veces parecen accidentales y arbitrarias o resultado de conspiraciones vastas y moralmente ambiguas.

Lo más probable es que mataran a María Elena por razones claras y significativas: buscó la candidatura de presidenta municipal con un partido contrario. La incompetencia de sus aliados en la fiscalía local fue determinante en el asesinato de Marco Aurelio. La fiscalía se valió de sus informes para arrestar a más de una persona; sus colegas sospechan que fue asesinado como venganza después de que liberaran a varios de los detenidos. Parece que Israel acabó muerto porque grabó por accidente a un mafioso mientras cubría una noticia. Esto, por lo menos, es una teoría. En los últimos meses de su vida publicó denuncias políticas en sus redes, por lo que la familia sospecha de una autoridad. En todo caso, una grabación hecha en el momento equivocado o una denuncia en redes sociales fueron motivos suficientes para su asesinato.

Así es la voluble dimensión social de contar los hechos. En todos lados es necesario relacionarse con otras personas para conseguir historias relevantes. En el caso de México, cada vínculo implica a la vez protección y vulnerabilidad, a menudo en proporciones incalculables. Ese peligro no es exclusivo de los contactos periodísticos: para hacer muchas cosas asociadas con el ideal liberal de la sociedad civil —manifestarse, buscar una candidatura, abrir un negocio, hablar con vecinos— se tiene que entrar en relaciones que protegen y amenazan a la vez. Los asesinatos de periodistas en ocasiones se parecen a los asesinatos de políticos, empresarios, activistas y policías. Porque la parte más peligrosa de hacer periodismo local es, sobre todo, lo que le corresponde a cada uno de los participantes en la vida pública mexicana del siglo XXI: ser parte de su comunidad.

 

Marcus McGee
Candidato al doctorado en Antropología por la Universidad de Chicago

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