Con la excepción de ciertos precursores, la edad de oro de las bibliotecas de préstamo europeas se inicia después de 1750. En Inglaterra su número se multiplicó en 1801 hasta not less than one thousand según el Monthly Magazine. En 1761 el librero Quillan inaugura en la parisina rue Christine la primera biblioteca de préstamo francesa; los loueurs de livres se incrementan con gran celeridad a lo largo de los años setenta y ochenta. En el ámbito lingüístico alemán se atestiguan, tras algunos precursores en Berlín, algunas fundaciones en Frankfurt del Meno y en Karlsruhe en los años cincuenta, y como muy tarde en los ochenta y noventa en la mayoría de las ciudades y mercados menores puede encontrarse al menos una biblioteca de préstamo. Leipzig tenía nueve alrededor del 1800, Bremen diez y Frankfurt del Meno incluso dieciocho. Pero también en ciudades tan pequeñas como la prusiana Oraniensburg, el administrador de correos llegaba a prestar más de 12 000 volúmenes y alquilaba unos 100 periódicos. Las bibliotecas de préstamo eran el correlato ideal del consumo lector extensivo que tan rápidamente se preopagó en las clases medias. A quien se le impidiera el ingreso en una sociedad literaria por razones sociales, financieras o locales podía satisfacer allí su sed de literatura de todo tipo incluso si su poder adquisitivo era escaso y mermada su motivación de compra. Esto afectaba particularmente a los segmentos, numéricamente importantes, vedados por principio a las sociedades literarias, aunque ellos eran los más afectados y con mayor virulencia por la “manía lectora”: estudiantes y aprendices de artesanos, muchachas y mujeres, grupos sociales marginales que procedían del mundo académico como preceptores y gacetilleros, militares que no pertenecían a la nobleza y secretarios.
Había ya voces que se alzaban contra la perniciosa manía lectora; se ocuparon también de las bibliotecas de préstamo como principales semilleros del vicio de leer. Las tachaban de “expendedores de veneno moral y burdeles” que servían su “arsénico del espíritu” a jóvenes y viejos, ricos y pobres. Esas bibliotecas de préstamo tenían en su mayor parte literatura amena: historias de caballeros, bandoleros y fantasmas; novelas sentimentales, sensibleras y sagas familiares. Esas bibliotecas eran tachadas de “establecimientos infectos”. Con frecuencia tenían fondos anticuados y el número de volúmenes podía oscilar entre veinte y más de mil títulos. A estas primeras bibliotecas dedicadas a la lectura amena y de consumo las administraban por lo general anticuarios, encuadernadores o personas por completo ajenas al sector. Hubo también casos en que libreros honestos de ciudades pequeñas tuvieron que orientar su oferta en este sentido. En 1809, nueve de cada diez bibliotecas de préstamo en los mercados de Wurtemberg eran empresas de este tipo, y sus fondos oscilaban entre los cien y los seiscientos volúmenes.
Fuente: Guglielmo Cavallo y Roger Chartier (dirs.): Historia de la lectura en el mundo occidental. Taurus, 1.a reimpresión, Madrid, 2024.