La verdad no es el fuerte del presidente. Quienes vimos la mañanera del 17 de agosto, presenciamos con horror un despliegue más de la incapacidad de López Obrador para sentir un mínimo de empatía con las familias víctimas de criminales que nos avergüenzan a todos. Dice que no oyó a los periodistas, que no entendió lo que gritaban, por lo tanto sostiene que no debe pedir perdón. ¿Y no cree usted, presidente, que ante los hechos tendría que pedir perdón por lo menos por la terquedad con que se ha aferrado a una política de seguridad fallida? En el peor de los casos podría pedir disculpas a las familias de los jóvenes asesinados por la frivolidad de su respuesta: tendría que disculparse si acaso sus palabras ofendieron o lastimaron los sentimientos de los familiares de las cinco víctimas.