Dice la presidenta Sheinbaum que quienes decimos públicamente que no vamos a votar en las elecciones judiciales, podemos hacerlo porque este es un país libre. Y que podemos decir lo que sea, pero que no vengamos luego a decirle que este es un país autoritario.
Yo creo que en un país libre quien gobierna no tiene que decirle a nadie lo que debe o no debe decir. No tiene ni siquiera que decir que el país es libre. Eso, si el país es libre, cae de su propio peso.
Lo mismo pasa cuando un país es soberano. No tiene que decir, cada vez que habla de su poderoso vecino, que tiene con él una relación de cooperación, no de subordinación, y que, cada vez que hablan entre ellos, privan el respeto y la soberanía.
Cae de su peso que no es así, que la soberanía de México es menor respecto de Estados Unidos que a la inversa.
Precisamente por eso es que México tiene que repetirlo cada vez y hace bien en repetirlo, porque es su única posibilidad de que el asunto de la soberanía no se olvide y el vecino la conceda, por lo menos retóricamente, junto con los mantras adheribles de la igualdad y el respeto.
También cae de su peso que, en un país libre, las críticas no necesitan guión, ni autorizaciones de quien gobierna.
No es quien gobierna el que dice a los críticos lo que deben pensar. Esto no es sino un intento de mandar sobre los críticos, intento no precisamente democrático, sino dirigista, y bilioso más que tolerante ante la crítica, a la que la Presidenta quiere ponerle reglas e imponerle conclusiones.
Por lo demás, no es exacto que aquí todo mundo puede decir lo que quiere. Los periodistas críticos que han perdido su lugar en los medios en los últimos tiempos suman legión. Para no hablar de los asesinados.
Me constan personalmente las presiones del gobierno para meter en las mesas de opinión de Televisa a voceros gubernamentales. Ahora hay bastantes. Le llamaban: “equilibrar”.
Uno de los que perdió espacio a resultas de esos equilibrios fui yo. Pero hay otros.
De eso no se trata un país libre, Presidenta.
Acordeones para ciudadanos ciegos
Apareció la pieza clave de la alquimia en que se sustenta la elección judicial. Nadie entiende cómo votar, pero se han hecho presentes los famosos “acordeones” que indican cómo hacerlo a quien no lo sabe. Es decir, a todo mundo.
Eso es lo único democrático de la elección judicial: nadie la entiende, todos necesitan lazarillo para caminar por sus oscuridades. Los lazarillos que han salido a la plaza pública, para resolver este pequeño problema de que la gente no sepa cómo votar, son esos acordeones.
Los han hecho circular para sus votantes Morena y el gobernador de Nuevo León; y los servidores de la nación, para beneficiarios de programas sociales del gobierno. Pura y dura inducción del voto, que se completará con los previsibles acarreos. La fórmula democrática de esta elección puede resumirse en esas dos palabras: acarreo con acordeón.
Supongo que, como el de Nuevo León, cada gobernador se encargará de su propio acordeón con acarreo para imponer los jueces locales que quiera. Los acordeones dicen qué candidato escoger en cada boleta, traen el número del candidato que hay que copiar para cumplir la voluntad del acordeonista.
Hay que hacer eso con nueve boletas distintas en Ciudad de México y con seis en los estados. El porcentaje de errores será muy alto, incluso con los acordeones a la mano. Pero eso no importa, los votos recibidos por cada candidato no serán contados por los ciudadanos responsables de la casilla, sino en los 300 distritos electorales del INE.
Los ciudadanos funcionarios de casilla sólo dirán cuántos votos hubo en total, no por cuál candidato, y devolverán las boletas no usadas, sin anularlas, a los consejos del INE.
El INE ha perdido la autonomía y la credibilidad que eran su sello. El INE de hoy pinta para convertirse en la nueva Comisión Nacional de Derechos Humanos y su presidenta, Guadalupe Taddei, en la siguiente Rosario Piedra.
El hecho es que, después de la elección, el INE se quedará 10 días a solas con las boletas utilizadas, y con las no utilizadas. Podrá entonces contarlas en el ánimo constructivo de que reflejen la verdadera voluntad del pueblo. Es decir, de los acordeonistas.
Los votos, la democracia y la corrupción
Una de las simplificaciones más utilizadas por la presidenta Sheinbaum y sus repetidores es que no hay nada más democrático que votar. Suena bien. Pero votar no es un acto libre y democrático si las reglas están amañadas y nadie entiende por quién está votando.
El gobierno repite también que el domingo 1 de junio los mexicanos van a votar para acabar con la corrupción en el Poder Judicial. Astuta simpleza: “Son unos corruptos, lo que venga será mejor”.
El mantra anticorrupción lo hemos oído siempre al inicio de transformaciones desastrosas de la llamada 4T. Y así nos ha ido: con el aeropuerto, con el Seguro Popular, con los órganos autónomos, con la reforma educativa, con la militarización, con la violencia.
Nadie ha explicado por qué votar por los jueces acabará con la corrupción en el Poder Judicial. Los votos no han acabado con la corrupción de los poderes Ejecutivo y Legislativo electos. ¿Por qué habrían de hacerlo con el Poder Judicial?
Si nos guiamos por la experiencia de los otros poderes, la corrupción más bien creció, los votos multiplicaron la corrupción en las elecciones y en los gobiernos y congresos electos. ¿Por qué usar entonces este argumento de que los votos acabarán con la corrupción judicial? Porque suena bien, porque es adecuadamente simple, convincente y “natural” en una democracia.
Lo que estamos viendo en los hechos con la elección judicial es que, si no se usan los acordeones, nadie sabe por quién votar, nadie conoce a los candidatos y mucho menos sabe si son honrados o corruptos. Lo saben sólo quienes los pusieron de candidatos, primero en las boletas y luego en los acordeones. Es decir, quienes diseñaron esta elección y quienes fabricaron los acordeones para que ganen sus candidatos.
La gente va a votar a ciegas por un Poder Judicial diseñado fuera de sus ojos y de su conocimiento por los especialistas del gobierno, cuyo propósito no es acabar con la corrupción del Poder Judicial, sino apropiarse políticamente de ese poder, para cumplir un designio constitucional autocrático, no democrático.
El voto puede tener resultados antidemocráticos, como demuestra la historia, y multiplicar la corrupción, como demuestran tantos morenistas en el poder.
La Presidenta y su herencia
Lo que la presidenta Sheinbaum quiere que piense la gente es de una simpleza increíble. Mejor dicho, de una astuta simplicidad. Sostiene que el país es democrático porque hay unos críticos que pueden decir lo que quieran. Suena bien, pero la democracia y la libertad son asuntos mucho más complicados que eso.
La Presidenta lo sabe, pero su estrategia discursiva es simplificar. Nada más democrático que votar, dice. Por tanto, la elección judicial es lo más democrático que puede haber. Nadie sabe tan bien como ella y su partido cómo fabricar, comprar, manipular elecciones. Lo han demostrado en los hechos y lo han llevado a un nivel delirante con la elección judicial, donde nadie sabe cómo votar, y la gente votará con acordeones que les da el gobierno para inducir su voto.
El meollo de la elección judicial no está en lo que se opina sobre ella desde fuera, sino dentro de ella, en su diseño, y en su cínica operación tras bambalinas. De nada sirve que haya opiniones libres sobre la elección. Por diseño, no es ni puede ser una elección democrática comprensible para el ciudadano común en sus procedimientos y en sus consecuencias.
Sólo los especialistas entienden el proceso y las consecuencias de la elección judicial. Y hay sólo dos tipos de especialistas: los que diseñaron la elección para el gobierno y los que la critican desde fuera del gobierno.
Los dos saben que estas elecciones no son para ampliar la democracia mexicana, ni para acabar con la corrupción, sino para que el gobierno se quede con el Poder Judicial. Para que se consume la concentración en el Ejecutivo del mando sobre los tres Poderes de la Unión. Políticamente hablando, esto equivale a constitucionalizar la implantación de una dictadura, asunto que va mucho más allá de los críticos.
Para cambiar lo que hoy sucede en México, para cambiar la Constitución que nos conduce a la dictadura, habría que tener una mayoría de dos tercios en el Congreso y regresar a una Constitución democrática. No lo veré.
Claudia Sheinbaum preside ya una dictadura constitucional. No sé si ha pensado bien que ese es el poder que heredará a quien la suceda.
Elección judicial: el sainete y el botín
Bajo cualquier criterio democrático que se use, la elección judicial de este domingo es un desastre, un atentado contra la división de poderes y contra la democracia misma. Medida con criterios de eficacia política cruda, el diagnóstico es distinto. No estamos frente a un desastre que pasará con la fecha, o frente a una farsa que pasará con la prisa, sino frente a una cuidadosa manipulación que se quedará inscrita en la historia por mucho tiempo.
¿Cuánto tiempo? Tanto como tarde el país en generar una nueva mayoría constitucional suficiente para echar atrás los cambios de los últimos meses de gobierno de López y los primeros de Sheinbaum.
Vista con ojos legales y reglas democráticas, la elección judicial es un enredo de malas leyes y peores instrumentos: un jeroglífico absurdo, indescifrable e impracticable. Vista con un criterio de poder desnudo, la elección judicial es una refinada estratagema para someter el poder judicial a un diseño autocrático, que anula la división de poderes y completa la dictadura constitucional.
Tienen razón quienes dicen que la elección será un sainete, un ejercicio grotesco de simulación electoral. Pero el objetivo de poder real que se esconde tras el procedimiento grotesco, incluye pagar el precio del escándalo formal, a cambio de un botín político histórico: controlar el poder judicial, y ponerlo al servicio de un gobierno que controla ya los otros dos poderes. El sainete es grande. El botín es mayor.
El escándalo de legitimidad democrática formal esconde un premio enorme de control autoritario, un premio de poder autocrático que puede no sólo aguantar su desprestigio crítico, sino aplastarlo después. El régimen dictatorial construido por López y Sheinbaum, será heredado al siguiente gobierno, que lo usará en su servicio. En un descuido, contra ellos.
La pieza que falta para tener un régimen constitucional a la cubana o a la venezolana, es el control gubernamental de las elecciones, la burocratización del INE y la anulación de los partidos no oficiales.
Esa es la próxima estación, la reforma autocrática en puerta.
Publicado en Milenio del lunes 26 al viernes 30 de mayo de 2025.