Héctor Aguilar Camín
La presidenta Sheinbaum amaneció este lunes 2 de junio más poderosa que como se fue a dormir el sábado 31 de mayo.
Se trata ya de un Poder Judicial de carne y hueso: ministros de la Corte, magistrados y jueces concretos, con nombre y apellido, impuestos/elegidos por la dictadura germinal que crece en México.
Las elecciones del 1 de junio le dan al Poder Ejecutivo de Sheinbaum un mando sobre los otros Poderes de la Unión que no había tenido nunca un presidente de México.
El hecho pone fin a nuestra división de poderes.
El poder con que la Presidenta amaneció el 2 de junio no es sorpresa para ella, es algo que ha promovido desde que asumió la Presidencia, con todos los recursos legales e ilegales a su alcance.
Lo hizo en seguimiento del diseño dictatorial qué inventó su antecesor, pero que su antecesor no llegó a inscribir en el código fundamental y en las leyes generales de la República.
Sheinbaum, sí.
La Presidenta amaneció por eso, el 2 de junio, más poderosa en las leyes que su antecesor, con un control sobre la Corte y la Judicatura que el otro no tuvo.
Amaneció montada en un segundo piso de poder que no existía cuando tomó la Presidencia. La apropiación del Poder Judicial por el Ejecutivo es en buena medida obra suya, y ella es la beneficiaria.
Consecuencia: hasta el 1 de junio era menos poderosa que su antecesor en términos legales y constitucionales. Ya no.
Sigue siendo menor en poder real, pero no en lo que toca a sus poderes constitucionales, legales y reglamentarios. Nadie ha tenido tantos poderes, y tan temprano, en su ejercicio de la Presidencia de México.
El cambio producido puede resumirse diciendo que Claudia Sheinbaum preside una dictadura germinal.
Con la palabra germinal quiero decir que están sembradas en México todas las semillas de una dictadura, y hasta de un estado policiaco, pero no han crecido todos sus árboles, ni están presentes todos sus jardineros. La debilidad del enorme poder de la presidenta Sheinbaum es que necesita todavía ser aterrizado, convertido en gobierno.
Ese es su gran reto político, y nuestro enorme riesgo ciudadano.
El sainete y la victoria
La elección del domingo 1 de junio fue más raquítica de lo esperado. Su raquitismo prueba su fondo antidemocrático y su impopularidad.
Puede decirse cualquier cosa de esta reforma judicial menos que sea popular, que la gente tenga algún interés, algún conocimiento o alguna ilusión sobre ella.
La elección fue un gran sainete de elecciones falsas, montado en una plaza de urnas vacías. El vacío de las urnas crece conforme se cuentan los votos.
Según el corte del INE de las 6 de la tarde del 2 de junio, votó sólo 11.8% de los que podían hacerlo, 11 millones 800 mil votantes. A ellos hay que descontarles un millón de votantes que anuló su boleta.
Habrá que descontar también las boletas que se marcaron equivocadamente, por el enredo esencial de la elección.
Creo que el porcentaje de equivocados al marcar la boleta será mayor que el de los que la anularon. Pero los votos equivocados serán también considerados nulos. No contarán como votos válidos.
Con todos estos descuentos, no sé cuántos votos válidos quedarán al final, luego de pasar por las manos contadoras del INE, institución desconfiable hoy como no lo ha sido nunca.
A las restas en la cuenta de votos de la elección les falta la principal: la resta de lo que pasó realmente dentro de ella.
Me refiero a esto:
Los especialistas del gobierno que diseñaron la elección judicial, la diseñaron con acordeones y acarreos. Saben bien que, sin acordeones ni acarreos, la cantidad de votos reales hubiera sido mucho menor.
Nadie sabe tan bien en este momento el tamaño monumental del fracaso de esta elección, como sus inventores dentro del gobierno.
Sin embargo, la Presidenta salió lunes 2 de junio por la mañana a declarar que la elección había sido un éxito.
Creo que la Presidenta sabe algo que aún no se comprende con claridad.
Y ese algo es que, a pesar del magno sainete, de la gran derrota de opinión pública de ayer, ella ha obtenido una victoria política sin precedentes en México: se ha quedado con el mando sobre el Poder Judicial, ha completado su mando sobre los otros dos poderes de la República.
Haiga sido como haiga sido, Claudia Sheinbaum preside hoy una dictadura constitucional sancionada en las urnas.
El sainete es grave; la victoria política, tan completa como lo previeron sus autores.
Dictadura y desgobierno
Claudia Sheinbaum preside una dictadura constitucional que lleva dentro un Estado policiaco.
Ambas cosas tienen un carácter germinal. Están sembradas ya en las leyes fundamentales del país, pero no han sido aterrizadas en un sistema político, en un gobierno.
No digo que México viva en una dictadura con un Estado policiaco a su servicio. Digo sólo que las dos cosas están otorgadas, inscritas en nuestras leyes, listas para que las implante un gobierno.
Vemos gérmenes de la implantación en distintos hechos. La elección judicial del domingo 1 de junio fue uno de ellos: una germinación dictatorial.
En sentido estricto, la del domingo fue una elección dictada. Lo marcado en los votos es prácticamente igual a lo que el gobierno y sus agentes dictaron en sus acordeones para votantes cautivos.
Pero estamos en México. Si alguien sabe la distancia que puede haber entre las leyes y la realidad somos los mexicanos.
La ley no es la realidad. Para pasar de una a otra le faltan a la presidenta Sheinbaum redes de transmisión política, personeros, intermediarios, ejecutores leales a su voluntad y a las órdenes que salgan de su escritorio.
No es eso lo que vemos cada día. Asistimos a la inquietante paradoja de una Presidencia con enormes poderes formales y restringidos poderes reales; de un gobierno sometido al reto de problemas críticos y poderes fácticos ante los cuales parece desconcertado, inmóvil, a ratos inerme.
Tenemos una arquitectura jurídica dictatorial con un gobierno sin fuerza, en muchos momentos rendido a los hechos y a los poderes reales.
El gobierno de Claudia Sheinbaum parece débil ante el poder de su antecesor y ante las fracturas del partido que la tiene en el poder; ante el fuego amigo de sus correligionarios en el Congreso y en los gobiernos estatales; ante la autonomía de las fuerzas armadas y sus choques con las de seguridad civil; ante los asesinatos de cada día y ante las redes criminales que comparten y le disputan el poder territorial; ante el estancamiento de la economía y ante los hoyos fiscales heredados, y ante los golpes imprevisibles de su poderoso vecino.
Dictadura formal y desgobierno real. ¿Es el horizonte ante el que estamos? ¿Quiénes serán sus beneficiarios?
La elección dictada
No deja de impresionar la exactitud con que los votantes del gobierno tomaron el dictado de los acordeones que les dieron para la elección judicial.
Primera evidencia: no fue una elección, fue un dictado. No eligieron, copiaron.
Si esto parece mucho decir, no hay más que comparar los votos para la Suprema Corte con los acordeones repartidos.
Tanto en los nombres como en las precedencias, hay cien por ciento de acuerdo entre lo dictado por los acordeones y lo escrito en las boletas.
La discusión de los matices de la jornada electoral sale sobrando, salvo para una cosa: entender de una vez el tamaño, el refinamiento y el cinismo de la germinación dictatorial en que estamos.
Todo tiene matices y más vale conocerlos. Entremos a revisar los matices de la reforma judicial, de acuerdo, pero sin olvidar que son los matices de una imposición.
Ya empiezan los análisis honestos, ingenuos, refinados o cómplices sobre cómo será la Suprema Corte electa por dictado.
Hay, por ejemplo, un barullo sobre el paralelismo entre el ministro indígena impuesto, Hugo Aguilar Ortiz, y Benito Juárez. ¡Ajá!
Salvo por las ministras que ya tenían ese puesto, desconozco la calidad de los demás miembros de la Corte dictados por el acordeón del gobierno.
No tengo un juicio sobre ellos, salvo este: se han dejado llevar al cargo de manera abusiva, desleal con sus competidores, por una elección simulada en la que se sabían triunfadores de antemano.
Esta aquiescencia con la elección precocinada no es la mejor prenda moral con la que empiezan su periodo en la Corte los nuevos jueces mayores de la nación.
Respecto de las ministras conocidas, hay poco que agregar. Las tres han dado muestra sobrada de obediencia a las consignas del Ejecutivo, antes que a la Constitución y a las leyes.
Una plagió su tesis de abogada, Yasmín Esquivel. Otra, Lenia Batres, es una fanática política, una militante grosera de su causa. La tercera, Loretta Ortiz, ha brindado a la Corte cualquier cosa menos independencia y brillo.
Puesto todo junto, tendremos una Corte hija de los dictados del gobierno, y obediente a ellos.
Suerte con los matices.
Los disciplinadores judiciales
Para sorpresa de nadie, el gobierno también escogió con acordeones a los cinco miembros del Tribunal de Disciplina que vigilarán el desempeño de los magistrados y de los jueces del país.
Para controlar el Poder Judicial, desde el punto de vista de la germinación dictatorial que vive México, el tribunal disciplinario es una pieza más importante que la Suprema Corte.
Será la instancia que vigile la conducta de los jueces y los magistrados, con facultades suficientes para destruir o promover sus carreras.
El dictado de los acordeones cruzó a las boletas del Tribunal Disciplinario con la exactitud prevista. Tampoco aquí hubo elección de los votantes, sino el dictado de los acordeones.
También aquí los triunfadores se prestaron a participar en una farsa electoral de la que se sabían ganadores de antemano.
No es la mejor prenda moral que pueden exhibir quienes van a ser juzgadores de juzgadores haber llegado al cargo en una elección dictada, con ganadores prefabricados.
Llamar a esto fraude es maquillar lo sucedido. El fraude supone un porcentaje de la elección genuino traicionado por las maniobras ilegales de unos mapaches electorales que les dan el triunfo a sus patrocinadores.
Aquí la trampa estaba hecha desde antes con la precisión de una orden, no como una elección abierta sino como un dictado del poder para sus votantes cautivos.
Algo triste vimos el domingo pasado en el manejo de los votantes cautivos por el gobierno y Morena. Los ciudadanos de la tercera edad, beneficiarios mayores del dinero que el gobierno reparte, votaron más que nadie.
Fueron tristes las imágenes de muchos adultos mayores reconociendo que no sabían lo que estaban haciendo, para qué era la elección, y cómo habían sido instruidos por sus controladores.
Dramática en particular fue la escena de mujeres indígenas formadas para votar, descalzas, vestidas con sus trajes típicos y con los acordeones del dictado en las manos.
El gobierno cobra muy caro en dignidad y obediencia la entrega de dinero en efectivo que llama “programas sociales”.
Hubo algo abusivo, triste, inhumano en el acarreo de los votantes de la tercera edad que vimos el domingo.
Será parte del llamado humanismo mexicano de la llamada 4T.
Publicado en Milenio del 2 al 6 de junio de 2025