Las Clases medias de Soledad Loaeza

Clases medias y política en México: la querella escolar 1959-1963 (El Colegio de México, 1988), de Soledad Loaeza, es la historia de un alegato dramatizado y de una movilización política de sectores de clases medias contra los libros de texto gratuitos (y presumiblemente “únicos”), ideados, impresos y distribuidos por el gobierno de México, durante el sexenio del presidente Adolfo López Mateos (1958-1964). La obra trata de un hito en la trayectoria del régimen autoritario. Para decirlo pronto, y en términos de método, es ejemplar la manera en que Loaeza enuncia un problema de investigación, una singularidad concatenada con una realidad amplia y compleja sin que ésta extenúe ni el desarrollo ni el destino del conflicto. La querella escolar que hubo entre 1959 y 1963 fue una disputa alrededor de los modos de entender y aplicar una política de Estado en materia de educación y, en mucho menor medida, de sus contenidos.

Ilustración: José María Martínez

Una mutación en las ciencias sociales y en la historiografía del mundo contemporáneo es el abandono de certeza; en cambio se observa la consagración de áreas de incertidumbre como campos legítimos de conocimiento. Eso incluye a los actores políticos, los comportamientos societales y el conflicto. “Clases medias” es un campo: el lugar donde los problemas pueden ser pensados; por tanto, en ese ámbito (que es lógico, no material) las definiciones de diccionario no son de mucha utilidad. Clases medias y política…, obra insignia en la carrera intelectual de Soledad Loaeza, parte, se inscribe y desemboca en una zona indeterminada. La gestión que hace la autora de las ambigüedades del término “clases medias” y, sobre todo, de sus paradojas, es la materia, untuosa, de la historia política de la segunda mitad del siglo XX. La estirpe de los estudios de clases medias ha creado una de las líneas de reflexión más productivas en nuestro apremio de entender el dominio de lo social y lo político; pensemos en autores como Siegfried Kracauer, C. Wright Mills o Ronald Schleifer.1

Un problema mayor en cualquier discusión de clases medias es su carga propagandística. Clases medias no es sólo una definición sociológica (a veces no le es en absoluto). Es —ha sido— una bandera política en tanto trasmite sensaciones de bienestar, progreso y estabilidad. En México esto ha sido verdadero para el liberalismo triunfante de la Reforma, el porfiriato, la Revolución y la posrevolución. Más aún, en medio de las batallas por la democratización del sistema político de los sesenta (tema central en la biografía intelectual de Loaeza), las imágenes de prosperidad (familiar, empresarial), de autonomía y libertad políticas de los ciudadanos han querido fundar los cambios sin ruptura, ese tránsito desde el purgatorio autoritario al México democratizado. La gran utopía de las clases medias mexicanas no ha sido ni el Estado de bienestar, pero tampoco un capitalismo de las corporaciones (por más que un número significativo de los autodescritos como clasemedieros trabajen para éstas). La utopía es otra: la del ciudadano empresario, la de la empresa familiar, la del changarro en propiedad. Desde un punto de vista económico o sociológico, no es que así sea (o haya sido) el México de las clases medias, es que así quiere ser.

La aportación de Loaeza es desarrollar la hipótesis de “clases medias” como un espacio relacional y se desenvuelve en dos planos: el primero, como conjunto fluctuante abocado a un juego de espejos con los proyectos estatales de la posrevolución; este plano estuvo llamado a ser la parte moderna, urbana, civilizada de la política en el México autoritario y en apariencia domina la investigación. El segundo plano lo conforman los estratos internos de ese conglomerado, diferenciados ideológica, política y económicamente; sostengo que tal plano es el que mayor proyección tendrá en la consolidación de un programa historiográfico que bien puede llegar hasta la primera década del siglo XXI.

El libro de Loaeza no es un estudio de la estructura social de México, digamos al iniciar la década de 1960; es la historia del movimiento político contra los libros de texto escritos y distribuidos por el gobierno nacional, en principio para todos las niñas y los niños en la educación primaria del país. Por tanto, el asunto de la identidad de clases medias debe ser planteado y resuelto por Loaeza en relación con una serie de, para ese entonces, externalidades: el Estado posrevolucionario y su ideología, el sólido andamiaje de la Constitución, la Iglesia católica y sus derrotas (y victorias), las ideas de libertad y de nación, el anticomunismo rampante del momento y, en última instancia, el avasallador proceso de secularización. Espero no equivocarme, pero lo que realmente muestra Loaeza es que el seguimiento de los avatares de las clases medias mexicanas es político o no es nada. Una sociología de las clases medias sería estéril; una antropología, apenas un primer escalón para entender la omnipresente y con frecuencia vergonzante politicidad (y esto mereciera un estudio específico).

El segundo plano, el de los estratos del conglomerado “clases medias”, suele recibir menos atención; se olvida que parte significativa de la burocracia gubernamental media y alta, la incipiente (en los sesenta) academia universitaria y ciertos oficios liberales podrían agruparse y que, también, podrían escalonarse en un subconjunto singular vis a vis empleados y ejecutivos de grandes y pequeños negocios; empresarios pequeños, medianos y grandes; militantes seglares del catolicismo; un amplio conglomerado de profesiones liberales, etcétera. Es en este plano que cobran relevancia los elementos ideológicos y simbólicos de las antes llamadas externalidades, que nuestra historiadora maneja, con razón, como invariables. El liberalismo, el catolicismo preconciliar, el progresismo y el anticomunismo adquieren, en el campo “clases medias”, un peso específico aunque no un sentido unívoco. En la brega política, las señas de identidad en la coyuntura, la eficacia de los mecanismos de interpelación y la oportunidad son casi todo. Las genealogías, los antecedentes, no siempre son explicaciones y mucho menos exhaustivas.

Los tres momentos en que Soledad Loaeza divide la querella escolar (1959-1960, 1961 y 1962) son también expresiones diferenciadas de actores y discursos. Si en los dos primeros momentos aparecen críticos y opositores en un sentido cívico e institucional amplio (la Iglesia, el PAN, la Unión Nacional Sinarquista, el Movimiento Familiar Cristiano), el postrer periodo significó ya un enfrentamiento entre los grupos de poder económico de Monterrey y el gobierno nacional, algo que para horror de ambos bandos (del presidente de la República y de los empresarios) recordaba aquel otro aquelarre entre el presidente Cárdenas y los empresarios regiomontanos. Pero lo que quizá sería más significativo es que, por más que los detractores de los libros de texto se expresaban y movilizaban como “civiles” (en tanto postulaban una inverosímil neutralidad política e ideológica), ese liberalismo recién descubierto debía amarrarse a una matriz conservadora, que renegaba no sólo del Estado educador sino, como sostiene Loaeza, de cualquier incursión estatal en ámbitos que no fueran los de la última instancia: la represión.

La paradoja, al menos en términos históricos, no es tanto una explicación que no ha podido ser exhaustiva (ninguna lo es) y, por eso, contradice los términos de la pregunta inicial; la paradoja es también el reconocimiento de que una situación política, al resolverse, redunda en otro equilibrio, incluso inestable, y con otro reparto de actores y otros diálogos. Clases medias y política en México: la querella escolar 1959-1963 documenta la paradoja por excelencia de la historia mexicana del último medio siglo: cómo un espacio lógico y relacional (“las clases medias”) muta, se transforma. Y aunque parezca que los actores son los mismos, los resultados —en términos político, materiales, simbólicos, ideológicos— son diversos. Es historia.

 

Ariel Rodríguez Kuri

Historiador. Es investigador en El Colegio de México.

1 Kracauer, S. Los empleados, Gedisa, Barcelona, 2008 (primera edición en alemán, 1930); Mills, C. W. White Collar. The American Middle Classes, Oxford University Press, 2002 (edición del cincuentenario); Schleifer, R. A Political Economy of Modernism. Literature, Post-Classical Economics, and the Lower Middle-Class, Cambridge University Press, 2020.

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