Un triste y brutal caso

En la Nueva España hubo algunas celebraciones pesarosas que acabaron en tragedias. En 1566, año especialmente fatídico para la causa criolla, llegó Cédula Real al virrey por la que se mandaba se suspendiera la sucesión de encomiendas de indios a los descendientes de conquistadores en tercera generación. La alegría y el boato propios de la fiesta se preñaron de muerte en los aciagos días en que algunos criollos quisieron alzar por rey al descendiente del conquistador. A partir del 30 de junio, cuando se celebraba el bautizo de los hijos del entonces marqués del Valle, se hicieron grandes fiestas y se transformó la plaza: se fabricó un pasadizo desde las casas del marqués hasta la Puerta del Perdón “cuatro varas de alto del suelo y seis de ancho, todo curiosamente aderezado”, que sirvió de escenario para las fiestas en curso. Cuenta Torquemada que hubo:

un torneo de pie de doce caballeros, armados de punta en blanco, que se combatieron con mucho ánimo y osadía y fue cosa muy de ver. Con este regocijo llevaron los niños a bautizar, disparando la artillería de ida y vuelta a la iglesia, y luego a la noche hubo una muy solemne encamisada y muchos alcanciazos. Hubo juego de cañas y en medio de la plazuela un toro asado y muchas otras aves, así caseras como de monte; y a la puerta del palacio del marqués, dos pipas de vino, una de blanco y otra de tinto (que en aquellos tiempos era grandeza por haber poco en la tierra) para todos los que querían (que aquella tarde a nadie se desechaba en la comida ni en la bebida). Hubo un bosque de muchos géneros de caza, muchos indios flecheros que la corrían y mataban conejos, liebres, venados, adives y codornices; y, finalmente, fue una fiesta muy de ver y aun demostrativa de lo que se trataba en sus banquetes y conversaciones; porque fueron fiestas más de rey que de marqués; y duraron estas fiestas y regocijos seis u ocho días.

Una de esas noches festivas se gestó precisamente la tragedia en casa del sobrino del capitán Alonso de Ávila, de su mismo nombre e hijo de Gil González Benavides, el viejo. Éste dio una cena con jarras y vasos de barro de Cuautitlán —uno de los pueblos que tenía en encomienda su tío—, grabados con una R y una corona encima: significaba “reinarás”, según Suárez de Peralta. En la cena se representó también el encuentro de Cortés y Moctezuma. Ávila se disfrazó del rey indio y le colgó al marqués un collar con flores y joyas, le abrazó y le puso a él y a su esposa unas coronas de laurel. Finalizó el sarao con una encamisada de hombres de a caballo, con hachas encendidas en las manos. Hubo también un juego de regocijo entonces al uso: unos a otros se lanzaban alcancías como si fueran naranjas, pero sin causarse daños porque el barro estaba sin cocer.

Los tópicos de la vida como teatro, el mundo al revés y el tema de Fortuna confluyen en esta caída de príncipes o nobles que eligieron en  varias ocasiones rey de burla al hijo del conquistador hasta que se supo y prendieron a varios de los que suponían que estarían en la conspiración; después del juicio y la sentencia a muerte, sembraron sus casas de sal. La noche del 3 de agosto sacaron de la cárcel a Alonso de Ávila y a su hermano Gil González, y los llevaron en unas mulas (dice Torquemada) “a un cadalso que estaba junto a las casas de cabildo y con mucha guarda; allí los subieron y degollaron sin valerles sus excusas y declarar su inocencia”. Cuenta Suárez de Peralta que cuando Alonso de Ávila se vio sin remedio ante la muerte inminente,

empezáronle a destilar las lágrimas de los ojos por el rostro abajo, que le tenía muy lindo, y él, que le curaba con mucho cuidado, era muy blanco y muy gentil hombre, y muy galán, tanto que le llamaban dama, porque ninguna por mucho que lo fuese tenía tanta cuenta de pulirse y andar en orden; el que más bien se traía era él y con más criados, y podía, porque era muy rico; cierto que era de los más lucidos caballeros que había en México.

Ilustración: Ricardo Figueroa

La plaza mayor de la ciudad se vistió de luto y recogió los lamentos de la concurrencia ante el triste y brutal caso, de cuya memoria quedó el trágico romance “Relación fúnebre” compuesto por Luis de Sandoval y Zapata. José Pascual Buxó lo ha calificado acertadamente de “alegato lírico-emotivo en favor de la causa criolla” y de “verdadera protesta política”; además de referirse a las hazañas de los conquistadores y capitanes, tíos de las víctimas, se pone en evidencia la nobleza de los criollos en contra de la villanía de los gobernantes. El romance consigna el lamento general de México por la muerte de estos dos caballeros y sus ignominiosas exequias sin pompa ni boato en un triste patíbulo:

En sollozos y gemidos
todo México lamenta
esta temprana desdicha,
esta lástima müerta.
Los que con tanto poder,
con tan pródiga opulencia
se portaron cuando estuvo
firme la mudable rueda
de la Fortuna y se ven
en la miseria postrera;
los que pudieron tener
en sus fúnebres obsequias
mármoles a sus cenizas
y que sus urnas pudieran
competir los mausoleos
que eligió soberbia Grecia,
hoy a sus helados troncos
aun siete palmos de tierra
les faltan para sepulcro.

 

María José Rodilla

Profesora investigadora de la UAM-Iztapalapa, su último libro es De belleza y misoginia. Los afeites en las literaturas medieval, áurea y virreinal (2021).

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