El suicidio en pareja es un tema interesante. Ir y regresar sobre un tópico tan enrevesado es necesario. En muchos asuntos de ética médica no hay una respuesta única. Abrir el abanico permite adentrarse en dilemas intrincados. En ética médica “sí” no es siempre sí y “no” no siempre es no.
La ética médica se nutre de muchas fuentes. Casos aislados como el de Ernie y Kay Sievewright, pareja canadiense que después de 55 años de matrimonio solicitó ayuda para morir junta, motivan discusiones. Las lecciones “viejas” aportan mucho.

La nota periodística abre con una fotografía de la pareja: Kay y Ernie con las cabezas recargadas, con los ojos cerrados, acompañados de una cama eléctrica y de una pequeña silla eléctrica que le servía a él para transportarse.
Después de 55 años de matrimonio, Ernie y Kay decidieron compartir juntos su muerte vía el suicidio médicamente asistido. La historia finaliza de manera sorprendente: los doctores aceptaron que, debido a la gravedad de sus enfermedades, la pareja cumplía los requisitos para finalizar su vida con ayuda médica; debido a problemas legales, el procedimiento se aplicó con cuatro días de diferencia: primero falleció Kay y después Ernie; ambos tenían 76 años.
En Canadá, el suicidio médicamente asistido se aprobó en junio de 2016; por ser una instancia nueva, doctores y abogados proceden con cautela ante el temor de no seguir los códigos que permitan ayudar a morir con dignidad. Según la información, la asistencia se realizó con cuatro días de diferencia “para asegurar que uno de los miembros de la pareja no hubiera presionado al otro”.
A Kay se le diagnosticó esclerosis múltiple en 2003. Dada la gravedad de la enfermedad, los últimos años requería ayuda para vestirse, bañarse y entrar y salir de la cama. Dos años antes de su muerte fue trasladada a un hospicio. Ernie padecía enfermedad renal y cardiaca y no podía deambular por problemas en la columna lumbar; el daño produjo alteraciones en los esfínteres por lo que tenía que utilizar un catéter para orinar; “Cada mañana me toma una hora asearme”, comentó Ernie.
La pareja no tuvo hijos. Ambos eran ingenieros. Un amigo explicó que hacían todo juntos. Por lo mismo querían morir al mismo tiempo: “No entiendo por qué los forzaron a morir con cuatro días de diferencia”.
Ernie estuvo presente cuando murió su mujer. “Fue una experiencia absolutamente increíble. Estaba lista para partir. Bromeaba. Me dijo que me esperaría dos días hasta que yo llegara”. Kay no lloró durante el procedimiento.
Ernie, a pesar del dolor por no haber marchado junto a ella, al final consideró gratificante vivir unos días más para celebrar la vida de su esposa, disfrutar la compañía de sus amigos, hablar con la familia lejana y asegurarles que la muerte de Kay fue buena. “Me siento encantado de seguir aquí y así poder llenar las últimas piezas del rompecabezas”.
Él recibió ayuda para morir cuatro días después. Partió en paz. Muchos amigos estaban a su alrededor. Pocos días antes del deceso, en entrevista vía Skype, Kay dijo: “La vida ya no es bella”. Ernie remató: “Había sido fantástica”.
El affaire Sievewright ofrece muchas lecciones:
En Canadá las peticiones para morir vía suicidio médicamente asistido aumentan de manera constante.
La vía “más humana” de morir, según la solicitud de la pareja, era terminar al unísono. A pesar de la disposición médica, privó la vía legal.
El culmen de una vida amorosa, como la de Filemón y Baucis, cuando el final llega al mismo tiempo, debe ser morir abrazados, por medio de ayuda médica.
Ernie nos legó una lección: acompañó a morir a su amada y le hizo saber al mundo las bonanzas del suicidio médicamente asistido: es una vía adecuada cuando la dignidad se ha perdido.
—Kay: “La vida ya no es bella”.
—Ernie: “Había sido fantástica”.
—Arnoldo: “Gracias, Kay; gracias, Ernie”.
Arnoldo Kraus
Profesor en la Facultad de Medicina de la UNAM. Miembro del Colegio de Bioética A. C. Publica cada semana en El Universal y en nexos la columna Bioéticas.