Los enigmas de sor Juana

Los Enigmas ofrecidos a la Casa del Placer (El Colegio de México, 1994; 2.ª ed., 2024), paradójicamente, son el trabajo menos enigmático de la obra de sor Juana, el que no necesita dilucidarse ni interpretarse (como tanto quebradero de cabeza han producido el Divino Narciso o la Respuesta a sor Filotea o el Primero sueño), pues no hay mayor misterio que el que ellos mismos encierran. El lector, al leerlos, releerlos, analizarlos y darles vueltas y vueltas, debe encontrar sus propias respuestas. Pero sí resulta interesante, o al menos curioso, contar cuáles fueron las circunstancias en las que sor Juana escribió estos Enigmas y las de su posterior publicación en 1695, año también de su muerte.

Los Enigmas fueron un juego que sor Juana hizo para toda una red de monjas portuguesas de distintos conventos (“divertiros sólo un rato/ es cuanto aspirar podrá”, les dice en el poema-dedicatoria), quienes formaban “A Casa do Prazer”, es decir, la casa dedicada al placer de la literatura, de la escritura, del conocimiento; hoy diríamos que tenían su “club de lectura”. Y algunas de ellas también escribían sus propios poemas, actividad que no debieron de ver bien algunos curas que las tenían bajo su protección, o bien, que ellos les supervisaban. Todas estaban enclaustradas, claro, en sus respectivos conventos, pero intercambiaban lecturas, en una especie de intercambio interbibliotecario o, más precisamente en este caso, interconventual. Es así como estas monjas habían leído el primer tomo de la obra de sor Juana titulado Inundación castálida (1689) y, sin duda, quedaron sorprendidas con la altura de su poesía y les habrá sorprendido aún más que la haya escrito una monja, una hermana suya.

La responsable de que ese primer tomo de sus obras se publicara en España fue María Luisa Manrique de Lara, condesa de Paredes, quien había sido virreina de Nueva España entre 1680 y 1686. Durante su estancia en estas tierras, María Luisa visitó con frecuencia a sor Juana en el convento de San Jerónimo; como es de sobra conocido, fue tal su cercanía que la virreina y la monja jerónima acabaron enamorándose (esta pasión la documenté en la antología Un amar ardiente. Poemas a la virreina, Flores Raras, Madrid, 2017). Las acercaron las muchas cosas que tenían en común, pues a ambas les interesaban la poesía, el teatro, la filosofía, la música… Cuando estuvo en México, la virreina le había pedido varios encargos literarios, entre ellos, un poema que fuera una refutación a otro de José Pérez de Montoro sobre los celos (“Si es causa amor productiva…”) y que terminara una obra de teatro que Agustín de Salazar y Torres dejó inconclusa por su prematura muerte, La segunda Celestina.

Ilustración: Jaque Jours

No es extraño, entonces, que María Luisa le pidiera, ya instalada de nuevo en Madrid, que escribiera estos Enigmas para las monjas lusitanas de “A Casa do Prazer”. María Luisa tenía una prima de abolengo portugués que era la duquesa de Aveiro, María de Guadalupe de Lencastre, una noble muy importante, mujer cultísima y ferviente lectora de sor Juana; ésta le dedicó un romance en el que la llama “Minerva de Lisboa”. Esta duquesa portuguesa seguramente habría tenido relación con algunas de las monjas de su país, pues algunas también eran de la nobleza, y es por eso que recurrieron a ella y ella, a su vez, a su prima María Luisa, pues sabía que era cercanísima de sor Juana (en el soneto-prólogo alude a un “reverente afecto apadrinado” y es casi seguro que se dirige a ellas dos). Cualquiera de los dos caminos que hayan tomado, las monjas de la Casa del Placer le habrían pedido, ya sea a la duquesa de Aviero o directamente a la condesa de Paredes, que intercedieran por ellas ante sor Juana para que les escribiera algo exclusivo, “algo digno para tanta deidad”; la monja mexicana aceptó enviándoles así, no cualquier poesía monjil, villancico o poesía sacra, sino los veinte Enigmas.

Los Enigmas fueron muy probablemente la última obra que salió de la pluma de sor Juana Inés de la Cruz. Los escribió en 1693, luego los mandó a sus hermanas portuguesas (vía María Luisa y su prima la duquesa de Aveiro), seguramente ellas se deleitaron al leerlos, empezaron a hacer copias manuscritas para enviarlos a las demás monjas de otros conventos y todas se pusieron a cavilar las respuestas. Después, se les habrá ocurrido hacer una edición privada, continuar el juego con una edición para su solaz y, en efecto, así la publicaron en Portugal a principios de 1695 con el título completo de Enigmas ofrecidos a la discreta inteligencia de la soberana asamblea de la Casa del Placer. Sor Juana murió un par de meses después, en abril de ese mismo 1695, meses durante los cuales pudo durar la travesía del barco que habría traído ejemplares a América, de manera que ya no conoció la publicación, no pudo ver sus Enigmas en forma de libro.

En aquella edición, los Enigmas venían acompañados de otras dos composiciones de la pluma de sor Juana: un romance, que es la dedicatoria a esas lectoras suyas que fueron sus hermanas monjas lusitanas, y un soneto que funge como prólogo; los enigmas son redondillas, es decir, cuartetas en rima pareada. Como fue una edición “a costa de un lícito entretenimiento”, se incluyeron una especie de licencias y censuras, que eran usuales en la época, pero que en este caso se tomaron a juego las monjas que las escribieron parodiándolas; también incluía un romance de María Luisa, “De la excelentísima señora Condesa de Paredes, virreina que fue en México, y particular aficionada de la autora”. Esta reedición publicada por El Colegio de México incluye todos esos poemas de otras monjas y señoras que se prestaron al juego e hicieron las veces de censoras y autoridades para avalar los poemas que contiene el tomito. Los Enigmas, sin embargo, estuvieron muchos siglos escondidos hasta que un investigador, Enrique Martínez López, los publicó en 1968 en la Revista de Literatura del Consejo Superior de Investigaciones Científicas de Madrid y luego Antonio Alatorre los republicó hasta 1995, cuando se celebraba el tercer centenario del fallecimiento de la monja jerónima; este año, por lo tanto, se estarán cumpliendo 330 años de su muerte.

A diferencia de otros autores que publicaron enigmas en esa época y que daban las respuestas al final del libro o a pie de página con el texto invertido, sor Juana no ofrece la respuesta de los suyos. ¿Por qué no lo hizo? Como conté antes, las monjas portuguesas eran ávidas lectoras y habían leído la obra de sor Juana, es por eso que, además, los Enigmas fueron un reto para ellas. Es decir, fueron una prueba de fuego que sor Juana les puso, como si pensara: “Ah, ¿conque han leído mi obra y les ha gustado tanto? Pues bien, veamos qué tan atenta fue su lectura”. Así es, las respuestas de los Enigmas están en su obra, hay que leer su poesía para encontrar las soluciones, porque como explica el eminente sorjuanista Antonio Alatorre, sor Juana estaba habituada “a reflexionar sobre las pasiones, los sentimientos, las inclinaciones, los gustos y los errores humanos, le bastaba compendiar la complejidad de sus reflexiones en forma de adivinanzas”. Esa condensación de sus reflexiones está en estos Enigmas, en ellos están sintetizadas esas ideas e intereses que plasmó en poemas, obras de teatro, villancicos, etcétera. Así que sor Juana no sólo puso a prueba a aquellas monjas lusitanas, sino que tres siglos después sigue poniendo en ese predicamento a sus lectores del siglo XXI. Y para resolverlos hay que leer la obra de sor Juana, quizá ella misma dé la respuesta… u otro enigma.

 

Sergio Téllez-Pon
Poeta, ensayista, crítico literario, narrador y editor. Su libro más reciente es Retratos con Federico. Compiló Un árbol se expande en el cielo. Antología de cuento gay mexicano.

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