Los gauchos de Ascasubi miraban a los gringos con desconfianza, con un menosprecio burlón mezclado de resentimiento. Y lo mismo Martín Fierro (“Yo no sé por qué el gobierno/ nos manda aquí a la frontera/ gringada que ni siquiera/ se sabe atracar a un pingo […] No hacen más que dar trabajo/ pues no saben ni ensillar// Y eso sí en lo delicaos/ parecen hijos de rico”).
Gauchos. La madrugada de Año Nuevo de 1872 un grupo de treinta o cuarenta asaltó el pueblo de Tandil, en la provincia de Buenos Aires. Del juzgado sacaron algunas armas, liberaron al único preso. Cayeron después sobre los carreteros vascos acampados en las afueras, hicieron nueve muertos. Al escocés William Gibson Smith lo asesinaron en su almacén junto con su esposa y su empleado William Stirling. En el hostal del francés José Chapar quedaron dieciocho cadáveres: Chapar, su esposa, sus hijas de 6, 4 y 2 años, un bebé de meses, todos los trabajadores y los huéspedes. En total hubo esa mañana 39 muertos, sólo uno argentino. Según testigos, los asaltantes gritaban mueras a gringos, vascos y masones, vivas a la religión y la Confederación Argentina —la de Juan Manuel de Rosas.

Dice Tulio Halperin que la masacre de Tandil fue un episodio excepcional de xenofobia, inducido por un predicador mesiánico. Seguramente, sólo que xenofobia no me parece explicación sino pregunta. En 1850, cuando comienza la gran inmigración, Argentina tenía algo menos de millón y medio de habitantes; para 1870 habían desembarcado más de 180 000 europeos (españoles, italianos, franceses); en los siguientes cincuenta años llegaron 6 millones más. Parecería que ningún otro sitio podría ser más propicio para inspirar sentimientos xenófobos, pero es difícil saber qué significa xenófobo en esa situación.
La gente no se mueve de un lugar a otro, sino de una sociedad a otra. Llega a un espacio ocupado donde tiene que hacerse un lugar: cambia su sitio, su sistema de orientación, pero cambia también el mundo de los establecidos —por eso las migraciones inspiran con frecuencia fantasías violentas (la violencia que se teme, la que se padece, la que se imagina). Inspiran también la atrabiliaria añoranza de una comunidad que nunca existió (de Ascasubi: “degollalo aquí mesmo a este gringo, para que sus paisanos apriendan a respetar mis órdenes”).
Los recién llegados, por el hecho de serlo, son inferiores y se les tolera bien mientras entienden cuál es su lugar —y se quedan allí. El problema para los gauchos era que los extranjeros eran superiores en la imaginación de las élites, que promovían la inmigración para combatir “las degradantes habitudes españolas” y remediar “el amor a la ociosidad e incapacidad industrial” de los nativos. En el Juan Moreira de Eduardo Gutiérrez se dice con una amargura beligerante: el gaucho “ve para sí cerrados todos los caminos del honor y del trabajo, porque lleva sobre la frente este terrible anatema: hijo del país”.
La masacre se atribuyó a la prédica de un curandero, Gerónimo Solané, Tata Dios, que había instalado su sanatorio en la estancia La Argentina, de Ramón Gómez. Algunos de los acusados dijeron que el teniente María Pérez, enviado por Solané, les había dicho que “el 1 de enero iba a ser el Juicio Final, y que iban a concluir todos los masones y extranjeros”. No faltaban señales: la leva para las guerras civiles, para la Guerra Grande, la amenaza de los indios en la frontera, la epidemia de cólera de 1867, una sequía de años, los extremosos inviernos de 1869 y 1870. Pero no había registro de ese anuncio apocalíptico, y el Tata Dios fue asesinado en su celda antes de que pudiera decir nada.
Se puede atribuir todo a la irracionalidad de la xenofobia, doblada por la irracionalidad mesiánica (descartado que el orden de siempre sea también irracional). La migración y las reacciones hacia la migración permiten ocultar bajo tres capas de fantasía lo que una sociedad no quiere saber de sí misma —y se dice calladamente a gritos.
Fernando Escalante Gonzalbo
Profesor en El Colegio de México. Sus libros más recientes: México: El peso del pasado. Ensayo de interpretación y Si persisten las molestias.