¿Nuevas castas?

Hace años vi en un museo de la ciudad de Monterrey una exposición de pinturas novohispanas que ilustraban la variedad de castas. Eran retratos curiosos que seguían una lógica: aparecían padre y madre y su pequeño retoño. Así, de español e india nacía mestizo; de español y negra, mulato; de negro e india, zambo. Luego el asunto se complicaba: de español y mestiza resultaba castizo; de español y mulato, morisco; de mestizo e indígena, coyote. Y después, conforme las mezclas se multiplicaban, aparecían los cambujos, gibaros, saltapatrás o los tente en el aire. Las castas conformaban un sistema rígido pero las pasiones de la vida las subvirtieron. De todas formas, al sistema lo presidía la idea de que existía una marca de nacimiento que determinaba el lugar que cada quien debía ocupar en la sociedad.

Ilustración: Alberto Caudillo

Los vientos de la Ilustración, la Revolución francesa, la independencia de Estados Unidos que influyeron en la guerra de independencia de México abrieron paso a la idea de la igualdad de los ciudadanos. El nacimiento, el color de la piel no debían determinar la posición social de las personas y todos debían tener los mismos derechos y obligaciones. Se entendió —y lo era— como un avance enorme y fundamental. Por oleadas se intentó remontar las desigualdades de origen. No sólo la “raza” distinguía y escindía, también la religión y el sexo. Recordemos: la Constitución de 1824 establecía a la católica como la única religión y el voto de las mujeres se hizo posible hasta 1953. La marcha, se suponía, era hacia la igualdad.

No obstante, entre la igualdad jurídica y la igualdad real existe un océano. No basta decretarla para hacerla realidad (aunque hacerlo sea imprescindible). Diferencias de patrimonio, educación, acceso a los bienes culturales, generan desigualdad, y sobre ella han florecido fenómenos de discriminación, subordinación, maltrato, marginación.

Intentando atemperar esas desigualdades y entendiendo que el contexto reproduce inercialmente exclusiones de determinados grupos sociales se diseñaron acciones afirmativas. Mecanismos para abrir la posibilidad de que segmentos sociales imposibilitados de acceder a determinados espacios pudieran hacerlo. Así, las cuotas para estudiantes afroamericanos en las universidades de Estados Unidos posibilitaron su ingreso. En nuestro caso, la legislación electoral obligó a equilibrar la representación de hombres y mujeres en el Congreso. La premisa era clara: mujeres y personas negras tienen las mismas capacidades que hombres y personas blancas, pero las condiciones sociales les impiden desarrollarse en ciertos campos.

Esas acciones afirmativas, en su inicio, se pensaron como fórmulas temporales, dado que esa mecánica estaba destinada a igualar a todos. No obstante, tengo la impresión de que las nuevas recetas, queriendo o sin querer, están construyendo nuevos casilleros identitarios que erosionan la noción de la igualdad.

Lo significativo vuelve a ser la “identidad” curiosamente construida con elementos que tienen escasa relación con el valor del trabajo o los aportes de la persona y más con marcas identitarias heredadas y que en sí mismas carecen de mérito.

Me explico: se le atribuye a la marca de nacimiento, al color de la piel, a la orientación sexual, etcétera, atributos inherentes. Como si las personas estuvieran determinadas por una sola identidad, como si fueran unidimensionales. Como si, por ejemplo, mujeres, indígenas, gays, etcétera, y cada uno de esos bloques fueran indiferenciados. Se olvida que esas identidades en cada persona están combinadas con otras que las modelan (se puede ser mujer católica o protestante o atea, obrera o maestra universitaria, de izquierda o derecha, feminista o no, y súmele usted) y lo que debe buscarse es que en cualquier caso goce de los mismos derechos que sus conciudadanos. No obstante, da la impresión de que estamos construyendo una sociedad en la que cada uno ocupa un estamento —modelado por características heredadas, congénitas (o en algunos casos construido como si fuera determinante)— que se reproduce hasta edificar algo que se emparenta con aquel sistema de castas.

 

José Woldenberg
Escritor y ensayista. Su más reciente libro es Contra el autoritarismo.

1 comentario

  1. Gerardo Aguilar Rodríguez
    marzo 18, 2025

    Existen por ahí dos libros, bastante interesantes desde mi punto de vista, sobre el tema que aborda en su columna señor José Woldenberg: «Les Identités Meurtrières “ de Amin Maalouf en Éditions Grasset, 1998 y, el segundo, “Identidad y Violencia “ de Amartya Sen en Éditions Odile Jacob, 2007. Saludos y gracias por sus reflexiones sobre los principales problemas de la sociedad mexicana sobre todo.

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